OPINIóN
Más grieta

Meritocracia: el gobierno de los peores

La discusión debiera ser qué entendemos por mérito, cómo avanzamos y medimos la igualdad de oportunidades para poder trazar líneas de base para ampliar el acceso.

Alberto y Cristina en Rosario
Cierre de campaña en Rosario | CeDoc

El debate sobre la meritocracia esconde una crítica política desde la grieta hacia el gobierno anterior. Es un puñal clavado con furia al corazón del mejor equipo de los últimos 50 años y al intento (en muchos casos exitoso) por parte de éste por generar estándares de acceso, calidad y transparencia en múltiples áreas del estado nacional. La clase política toma el guante y lo hace resonar. Es un debate que a la oposición actual le molesta. Pero una vez instalado, como todos los temas de agenda, no importa más quién y por qué lo inició, sino que toma vida propia y colores diferentes.

Es ahí donde la temática adquiere otros tonos y significantes, más superestructurales y de repente estar en contra de la meritocracia pasa a ser una expresión de "justicia social" en el sentido más profundo de crítica al sistema. El concepto de los mejores pasa a ser interpretado como los privilegiados o quienes gozan de mejores oportunidades para llegar. Por lo tanto, el razonamiento es que al no todos tener las mismas oportunidades no es una competencia justa, algunos corren con ventaja. Entra en escena la desigualdad como impedimento central para ejercer el mismo derecho a ser el mejor. Y lo que empezó siendo un esquema de méritos y recompensas que funciona como incentivo positivo para un mejor funcionamiento de un gobierno, organismo o sociedad queda desdibujado como competencia entre los que tienen y los que no tienen oportunidades de llegar. Pasa a ser una crítica al elitismo y la desigualdad y no al mérito.

Salvando las distancias, la democracia a su modo también es meritocrática: no ganan todos, gana el mejor, entendido mejor como el que saca más votos

Este desenfoque o reencuadre de la significación de la cuestión es lo fundamental del debate. Llevándolo al extremo argumental, si no queremos el gobierno de los mejores, ¿qué queremos? ¿el gobierno de los peores? ¿el gobierno de los iguales? ¿el gobierno donde todo dé lo mismo? Bajando a la realidad, me pregunto si no podemos aspirar tener a la vez un gobierno con estándares funcionales de calidad y transparencia para acceder a cargos, procesos, compras o licitaciones con incentivos positivos que favorezcan el mérito, el trabajo, el servicio público y a la vez políticas públicas activas y compromisos entre los actores que sanen las enormes desigualdades de nuestra sociedad. ¿No sería esa una idea un poco más compleja, menos extremista y simplista pero que nos puede llevar a ser una sociedad más inclusiva, empática y a la vez más brillante y exitosa?

Y se puede ir más allá, porque hay algo que hace ruido: ¿no es acaso una regla clara y transparente de juego que fomente la competencia el mejor antídoto para los privilegios? Salvando las distancias, la democracia a su modo también es meritocrática: no ganan todos, gana el mejor, entendido mejor como el que saca más votos. La democracia valida y legitima una élite que nos gobierna, a través de los votos. La ley de hierro de las oligarquías se dobla, pero no se rompe. “Siempre gobernará una minoría” como diría Michels.

Quizá una discusión más interesante entonces en lugar de meritocracia sí o no podría ser qué entendemos por mérito, cómo avanzamos y medimos la igualdad de oportunidades

Nunca olvidemos que en otras épocas se cuestionaba y prohibía que las mujeres pudieran votar, pero eso no significaba que el problema fuera de la democracia sino el criterio poco igualitario por el cual se ejercía el derecho a voto. Se amplió y mejoró entonces el acceso y la igualdad de oportunidades para elegir, pero se mantuvo el sistema. Sin embargo, otras desigualdades existen y por eso las discusiones sobre acciones positivas como los cupos y paridades que intentan romper los techos de cristal y peldaños rotos son fundamentales.

Quizá una discusión más interesante entonces en lugar de meritocracia sí o no podría ser qué entendemos por mérito, cómo avanzamos y medimos la igualdad de oportunidades para poder trazar líneas de base para ampliar el acceso, cómo equilibramos la fuerza del crecimiento y el progreso con la disminución de las desigualdades disruptivas sistémicas. Deberíamos repensar las reglas con las que queremos jugar como sociedad, tratando de fomentar esquemas más colaborativos de win-win situations donde todos los involucrados ganen, y menos juegos de suma cero y ficciones de realidad. Ni mejores ni peores, más realistas.

*Politóloga, especializada en comunicación. Secretaria Ejecutiva de CIVES - Centro de Estudios en Ciudadanía (UP)