OPINIóN
Moneda y lazos sociales

La pantomima de la estabilidad

La desconfianza en la moneda durante períodos prolongados impulsa dinámicas especulativas que tienen efectos sociales a largo plazo.

Inflación 20240413
Infografía - Inflación de los últimos 12 meses | CEDOC

Varios sectores políticos coinciden en que el poder adquisitivo de las clases populares y medias ha sufrido un empeoramiento drástico en muy poco tiempo. A ello se le suma la pulverización, por parte del gobierno, del presupuesto en educación, salud y protección social. Entonces ¿por qué la imagen pública del presidente no desciende en la misma medida? Partimos de la base de que la ciudadanía no es irracional, ni vive engañada: afirmar algo así sería un ejercicio de mala praxis sociológica. 

En estas líneas sostengo que la inflación arrasa con la posibilidad de construir compromiso político a mediano y largo plazo. Esta fortaleció la posición electoral de la ultraderecha y, además, asegura la sustentabilidad de las medidas que llevan a cabo. 

Me dirán que el crecimiento de las derechas no se trata únicamente de un fenómeno local: que el devenir del capitalismo financiero, la degradación de los niveles de protección social y del trabajo formal, el empobrecimiento de buena parte de la población y el avance de las redes sociales como espacio de socialización, tuvo como correlato la construcción de sujetos extremadamente individualistas. Todo esto es verdad. Si bien son muchos los aspectos que hay que analizar para pensar este fenómeno, me voy a centrar en la inflación como elemento fundamental para entender la situación argentina y su panorama sui generis.

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Quiero fundamentar mi hipótesis con dos argumentos. El primero, la inflación obtura la construcción de identidad con otros. Álvaro García Linera dijo, en una nota para Página 12, que el poder social del dinero contiene en sí a todo el mundo moderno y por ello, entre otras cosas, tener dinero es poseer una porción del esfuerzo y las esperanzas ajenas. 

Podemos ir aún más lejos con este razonamiento y asegurar que el dinero es un organizador social de la esperanza. Esto no es una cualidad divina, sino que se trata de uno de los determinantes elementales que los actores poseen para ubicarse en espacio social: ¿Gano mucho o gano poco? ¿A qué puedo aspirar? La imposibilidad para responder cualquiera de estas preguntas implica dificultad para poder entender en qué lugar de la escala me encuentro y para generar identificación con aquellos que se encuentran en el mismo punto. Es como caminar en una nube, donde las referencias son únicamente la propia percepción de la ubicación. Así, construir ideas en conjunto y comprometerse con ellas se convierte en una tarea muy difícil. 

Este argumento se articula con el segundo: la desconfianza en la moneda durante períodos prolongados impulsa dinámicas especulativas que tienen efectos sociales a largo plazo. El valor de la moneda implica confianza en ella en tanto como medio de intercambio y ahorro, así como en las autoridades que la respaldan. Además posee una dimensión ética: representa un sistema de distribución de riqueza y está asociada con una idea de justicia determinada. Su valor es una suerte de brújula social que moldea expectativas. 

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Los argentinos convivimos hace más de diez años con un contexto inflacionario. Este escenario siempre es dramático, independientemente de si es de dos o tres dígitos, porque la vida en inflación va moldeando un tipo de racionalidad, un modo de subjetividad con raigambre en la especulación y la desconfianza. La inflación expresa la incapacidad para prever con un mínimo grado de certeza qué esperar del futuro.

Debemos estar constantemente informados, ser rápidos. En Argentina, a nivel del pequeño ahorrista, del trabajador, las herramientas de cálculo cotidianas se concentran en perder menos en un contexto de deterioro paulatino de poder adquisitivo. En este esquema, el argumento de si el salario le gana o no a la inflación ve diluida su potencia política, porque ese sueldo será recibido y gastado sin certezas de su valor futuro. El único dato cierto es de mi capacidad de compra hoy.

Más de una década de incertidumbre inflacionaria tuvo implicancias determinantes no solo en cómo las personas piensan su propio lugar en el espacio social sino en cómo se relacionan con otros, y desde qué imaginarios lo hacen. Generar compromiso social y propuestas de cambio colectivas es difícil cuando la energía de una buena parte de la población está depositada en saber qué podrá comprar el mes que viene. Acciones cotidianas basadas en lógicas especulativas. La especulación es una fuerza antagónica al compromiso.

“El sueño de la razón produce monstruos”, decía un aguafuerte de Goya. En el caso argentino, la razón no está dormida sino invertida en sobrevivir a la hostilidad económica. Esto también produce monstruos. La erosión inflacionaria es uno de los factores que impacta de lleno en la construcción de subjetividades tomadas por la angustia especulativa. Ello facilitó la emergencia de un tipo de racionalidad que invierte toda su energía en actuar rápido, perder lo menos posible, o ganar alguna monedita comprando en cuotas.

En este contexto, el pensamiento libertario se presenta a sí mismo como rebelde. Por el contrario, viene a cumplir a ultranza una función (o una pantomima) de estabilización social. Como utopía restauradora de un orden, cueste lo que cueste. Cumple una función ideológica muy clara, estabilización extrema del sistema. 

Queda pensar cómo recomponer los lazos sociales raídos por la hostilidad social y económica de los últimos años. Para presentar batalla al río revuelto, colérico, y encontrar esperanza del otro lado.

*Socióloga- UBA,Mg. en sociología Económica – UNSAM, Profesora de la Licenciatura en Sociología en la Universidad del Salvador