OPINIóN
Elecciones 2019

No todo es lo mismo, ni todos los mismos, ni nosotros iguales

El autor diferencia las crisis económicas y sociales que se viven en Latinoamérica y Europa a días de las elecciones en Argentina.

fotos crisis chile afp
Las protestas estallaron el pasado jueves por la cuarta subida del precio del billete de metro en pocos meses pero han ido en aumento para denunciar la desigualdad social. Desataron la violencia en Santiago, Valparaíso, Viña del Mar y otras grandes ciudades. | AFP

"Todo es lo mismo. Es la lucha de clases" arenga un dirigente de izquierdas desde las redes sociales. "Todo es lo mismo. Es un plan del Chavismo-Castrismo", para desestabilizar la democracia en América Latina. En el paquete entra todo. Y cuando dicen todo, confunden a los Chilenos que explotaron por el agobio de la economía cotidiana, a los ecuatorianos que - afectados como toda Latinoamérica por la desigualdad- son testigos de una interna partidaria, a los Catalanes que queman contenedores en las Ramblas porque creen que tienen derecho a hacer lo que el derecho no les permite, a Maduro y su sistemática manera de matar a sus compatriotas opositores, a los ingleses que rechazan la puesta en marcha del Brexit, a Evo Morales  y sus extrañas sumas para acceder a un nuevo mandato inconstitucional, y a nosotros, que vamos a elegir presidente en medio de una gran crisis económica, pero en una normalidad que nos provoca auto envidia, sin darnos cuenta. 

No todo es lo mismo. Piñeira tomó una medida impopular, que llenó la paciencia del estudiantado. La protesta era legítima, algunos métodos no. Pero la decisión del presidente de declarar el estado de sitio, matar al menos 15 de sus ciudadanos, declararles la guerra a sus gobernados y someter a Chile a una brutal represión, profundizó la crisis y la convirtió en una versión inexplicable de terrorismo de estado. No es lo mismo que Bolivia, ni Venezuela. Piñeira es un presidente democrático que abusa de su poder, se escuda en argumentos falsos para hacer lo que la constitución le prohíbe. Lo que la humanidad no autoriza: matar a su pueblo.

En Bolivia, un presidente respetable por sus resultados de gestión no sabe decirle adiós al poder. No pudo, no quiso o no supo- nunca lo sabremos bien- generar cuadros que lo sucedan en el proceso, y se erigió en el "salvador" de su pueblo. Ganó unas elecciones en las que no tenía derecho a presentarse, y sus números no le alcanzaron para ganar en primera vuelta. Después el "apagón" del escrutinio, una parte muy importante de la sociedad protesta. Al menos tienen motivos para sospechar que manosearon el conteo, y que Evo quiere quedarse aún, contra las normas. Los incidentes en La Paz, no tienen nada que ver con Chile. Sólo se asimilan por el comportamiento autocrático de sus presidentes. Uno baña de sangre a su pueblo, el otro todavía no. Y esperemos que no lo haga.

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“América Latina es la región más desigual del planeta”

Maduro es un dictador. Hay que andar por Venezuela -como en desgracia me tocó hacerlo en febrero- para comprender la fábula de la revolución bolivariana. Ni el peor plan neoliberal puede someter a un pueblo a ese estado de carencias. Una nación hundida en el estiércol moral de un grupo de generales que se creen dueños del tiempo y el espacio ajeno, que siguen usando las banderas de "lo mal que estábamos antes de Chávez", para justificar el crimen constante en las calles, en un país que dejó de producir y sólo vive de los favores de los chinos, rusos, iraníes y cubanos que se pasean como dioses en autos blindados por Caracas. No hay excusas para defender a Maduro, a Diosdado y a todo un grupo de delincuentes comunes embanderados en la revolución, que dejan morir de hambre a su pueblo, y que ya vieron exiliarse a más del 20 % de su población. Venezuela no es Chile. Ni Bolivia.

En Ecuador, el presidente Lenin Moreno trata de saldar sus deudas con el ex presidente Nicolás Correa. Como Macri en Argentina, lo hace instalando un plan de ajuste brutal de la mano del FMI y genera consecuencias sociales insoportables. Pero además, Correa desde el exilio alienta el levantamiento y en Guayaquil, en Quito, y en todas las ciudades importantes, los ciudadanos soportan los efectos de la "interna" de quienes hasta anteayer eran socios de gobierno. El Estado de Sitio, le permite a Lenin someter a una feroz represión y culpa a Correa. Correa no llama a la paz. Y en el medio, un pueblo sufre la economía y la violencia de las partes enfrentadas. Lo que se discute es el poder de unos pocos, no la distribución de la riqueza. Quienes afirman eso están robando una parte de la verdad. Es la lucha por el poder de las facciones, que se amparan en las condiciones sociales y económicas para justificar sus acciones. Correa comparte barrio de millonarios en Bruselas,  con el ex presidente Catalán Puigdemont. Y mientras tanto, colabora como asesor del gobierno de Nicolás Maduro como "asesor".

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En Catalunya, un grupo de millonarios trata de salvar su dinero en Andorra. Las reglas de la Unión Europea les pone en jaque los ahorros a los billonarios. Usan el fragor de jóvenes entusiastas que creen que pueden declararse una "República" independiente, por la fuerza. Y no pueden. Necesitan de la voluntad de quienes no la prestan y en cada elección se la van quitando más. Una sentencia judicial condena a quienes intentaron declarar la independencia en 2018. Y los seguidores estallan. No hay allí ni desigualdad, ni un pueblo hambriento. Hay una larga historia de luchas por un nacionalismo  desfasado en el tiempo. Atrás los millonarios, adelante los jóvenes que no tienen horizontes y pelean por una causa absurda y abstracta. Frente a ellos, un gobierno  español que resiste al regreso del peor de todos los males: la ultraderecha. Y que observa cómo la usura de las fuerzas que deberían ayudarlo a resistir, ponen precio al respaldo, exigiendo ministerios y puestos en el poder.

El pueblo inglés no quiere irse de Europa, a pesar de haberlo votado. Los intentos del Parlamento por enmendar el error, chocan contra la locura de un grupo de peligrosos nacionalistas encabezados por Boris Johnson. Detrás de la escena, un juego de millones de euros, la integridad de la Gran Bretaña, y las especulaciones de las multinacionales que intentan ver cual es la parte del León en esta historia. Llamar a nuevas elecciones sería una solución que tienen a mano. Por alguna razón, inexplicable, no lo hacen. Es el poder, claro.

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Mientras todo eso sucede, los argentinos nos encaminamos a votar a nuestro próximo presidente en paz. Sufrimos una crisis económica feroz, si. Pero hemos transitado meses muy duros, en los que nadie se atrevió a romper con las reglas. Nos descalificamos y nos acusamos de cosas brutales. Pero al mismo tiempo fuimos capaces de llegar hasta acá, sin que debamos contar cadáveres en las calles, ni ver desplegar al ejército para reprimir las protestas, ni vemos a gobernantes violando las normas para quedarse. Ni hay iluminados que se adueñan del poder de manera insoslayable. Ni tenemos provincias reclamando independencias. Ni somos víctimas de nuestra propia estupidez.

Vamos a votar presidente, en un contexto que parece incendiado. Que algunos pretenden confundirlo o bien creyendo que se trata exclusivamente por las "luchas de clase" u otros, diciendo que se trata de una maniobra "Chavista-Cubana". Que sí, que todo tiene un punto en común. Que el sistema, el capitalismo, la desigualdad y todas las verdades a medias que quieran. Pero nada sustituye a la democracia ni a la paz, como métodos de resolución de los conflictos. Nada como el Estado de Derecho pleno. Nada como la libertad de los pueblos para elegir, lo que nos guste o no.