Ya nada será igual, como decíamos en nuestra columna anterior. Y justamente es una sensación, no sólo nuestra sino de mucho: el cambio llegó, y se va a quedar sin importar lo que nosotros opinemos. La nueva lógica del aislamiento nos ha obligado a repensarlo todo. Está cambiando nuestra forma de trabajar, nuestra relación con la política, y nuestra comprensión de la sociedad y de la exclusión que existe a nuestro alrededor. En el medio, también está cambiando nuestra forma de relacionarnos con los otros, incluso con nuestra familia y amigos.
Tuve la oportunidad de recomenzar el ciclo lectivo en la UCA (Universidad Catolica Argentina), lo que hicimos en forma obviamente digital a través de una de las plataformas que desarolló la Universidad que se han vuelto extremadamente populares en las últimas semanas. Para muchos, el formato será una novedad, pero no lo es tanto para quienes tenemos cierto recorrido en educación. No puedo ni debo olvidarme de un grupo de locos visionarios, Juan Carlos Rabbat y Roberto Avilia de Universidad Siglo 21, a quienes vi soñar cuando daba clases en esa Universidad en la ciudad de Córdoba, con esta forma de enseñanza, allá por el año 2003.
Coronavirus y homeschooling: por qué la crisis nos hizo adelantarnos al futuro de la educación
Ahora, en la charla previa a la clase en sí, pude detectar sensaciones muy diversas entre los 65 alumnos que tengo en la cátedra. Entre ellas ansiedad, miedo, y también bastante optimismo. La necesidad de autopreservarse un poco de los medios para llevar la cuarentena en la mejor manera posible, sin engancharse en noticias negativas. La clase, repleta de millennials y centennials, fluyó con la rareza de estar transitando un nuevo formato, pero también con una enorme aprobación de parte de los estudiantes. Dijeron no extrañar el campus, las instalaciones físicas de la universidad, sino que preferían estar en la casa, con un café o un mate, y ahorrarse el tiempo y el estrés de tener que viajar.
Pandemia: el futuro de la educación, el trabajo y la producción
La nueva realidad que vivimos nos obliga a reducir nuestros movimientos y disponer de la computadora y de Internet como el principal medio para comunicarnos con el resto del mundo, excepto con el círculo más íntimo, el de aquellos que viven con nosotros. Tenemos que ser creativos y encontrar la manera de que esta experiencia no se viva como un encierro, sino que, por el contrario, sea liberadora. Por un lado, está la cara económica de la situación: si bien las pérdidas serán duras, el virus nos ha obligado también a buscar soluciones que de otra manera hubieran tardado mucho más en llegar. En un par de meses, la educación a distancia avanzó años, y esto creó nuevas oportunidades para empresas y emprendimientos.
Coronavirus: cómo prepararnos para continuar el aislamiento
Por otro lado, tenemos la cuestión social. La crisis que ha desatado el coronavirus en nuestro país nos pone frente a una paradoja. Estamos aislados pero al mismo tiempo más unidos que nunca. La situación en la que nos vemos sumidos pone de manifiesto algo que en nuestro día a día muchos pasamos por alto: que somos parte de una sociedad, que estamos interconectados y que no existimos sin los otros. Así, el pensamiento colectivo nos obliga al aislamiento, y el individualismo es el que nos tienta con salir de casa.
Contra los peores pronósticos, el aislamiento nos está acercando en lugar de alejarnos. De pronto, tuvimos tiempo para escribirle a alguien a quien hacía tiempo que no veíamos, o planear un reencuentro virtual. Tuvimos más tiempo para encontrarnos con nosotros mismos, para dedicarnos a hobbies y aficiones. O para reconectar con la gente más cercana, con las que compartimos el mismo techo y con la que a veces los horarios nos impiden relacionarnos tanto como querríamos.