Es muy común escuchar algunas frases que advierten que muchas cosas son buenas, pero en su justa medida y que todos los extremos y excesos son perjudiciales. Lo mismo se puede argumentar en lo que respecta a la comunicación y en especial a la difusión general de informaciones.
Está comprobado que, cuando un mensaje se transforma en un bombardeo permanente, pierde mucho de su fuerza original para rearticularse como dato banal que carece ya del vital efecto sorpresa y tal vez disruptivo, lo que lo convierte en el mejor de los casos en algo anodino o inocuo por lo repetitivo o directamente negativo o contraproducente; lo que llamaríamos un típico efecto boomerang.
Este es el riesgo que presentan ciertas campañas pensadas como si estuviéramos en la época en que, los medios masivos de comunicación, reinaban en soledad, y donde la publicidad apostaba a esa masividad con mensajes disparados como perdigones a un supuesto y heterogéneo público pasivo.
Hoy en día, lo que abunda es la información. La noticia, la primicia, como se entendió en el periodismo del siglo anterior, está devaluada. En el pasado, los profesionales de la información debían buscarla y las audiencias debían rastrearla entre el menú de opciones que brindaban los medios tradicionales.
Debemos llegar a consensos básicos para combatir la información maliciosa
En el presente, la información nos encuentra a todos nosotros, en cualquier pantalla o dispositivo y en cualquier momento del día; y en ese tsunami de noticias nos arrasa con datos, fotografías, chismes, títulos catástrofes, encuestas, investigaciones, estadísticas y también millones de fakenews.
El problema para todos, profesionales y amateurs, es ahora separar la paja del trigo, diferenciar la información con valor de los datos sin trascendencia o lo que es peor, mentirosos.
#FakeNews y el COVID19: bombardeo en redes y la pseudoinformación
Otra de las dificultades que salen a la luz en tiempos de crisis, es cuando los medios, emulando el efecto Larsen, se acoplan replicando en forma interminable los mismo datos, videos o grabaciones una y otra vez; a lo que se agrega, como sucede en estos tiempos difíciles, el registro día a día de los números de las víctimas de la pandemia del Covit-19, como si fuera la tabla de posiciones de una liga de fútbol o la cantidad de medallas obtenidas por cada país en los Juegos Olímpicos.
Es, quizás, tan malo desinformar como informar de más, o forzar los datos con declaraciones y consejos repetidos hasta el hartazgo, presuntos medicamentos sanadores, diálogos sin aportes novedosos concretos, sólo con el objetivo de ocupar espacio en la pantalla.
Por eso comenzó a utilizarse el neologismo “Infodemia” que se refiere específicamente a la sobreabundancia informativa falsa y a su rápida propagación entre los medios y las redes sociales.
Hoy en día, lo que abunda es la información. La noticia, la primicia, como se entendió en el periodismo del siglo anterior, está devaluada. En el pasado, los profesionales de la información debían buscarla y las audiencias debían rastrearla entre el menú de opciones que brindaban los medios tradicionales.
El serio riesgo que presenta este escenario es generar, además de confusión, saturación y cansancio en la población, lo que la llevaría a anestesiarla, justamente cuando tiene que estar más atenta y alerta.
Por lo tanto, la idea que debería primar en la labor de un proceso comunicativo se podría resumir en una conocida frase que afirma: “Todo en su justa medida y armoniosamente”.
* Consultor de Comunicación. Profesor en UB y UCES.