OPINIóN
Pandemia

Cambia, algo cambia

Coronavirus, cuarentena, continuidades, discontinuidades e infodemia. Los nuevos tiempos que corren.

Ventana aislamiento coronavirus
Aislamiento | Free-Photos / Pixabay

Ya dejé de contar las semanas (ni hablar de los días). A ojo de buen cubero, creo que llevo más de un mes pero todavía no alcancé el mes y medio de confinamiento. Parece el trabalenguas de Bilbo Bolsón el día de su cumpleaños, pero es más bien un acto de justicia semántica: la cuarentena está haciendo honor a su nombre ya que debo estar cerca de los 40 días de encierro hogareño producto de la Pandemia por Coronavirus.

Continuidades

Sin novedad en el frente mediático: el gobierno español insiste con la metáfora bélica. La otra noche pasaron en la tele (me refiero a la vieja tele broadcasting) un clásico de Steven Spielberg y Tom Hanks, Salvar al soldado Ryan, y en cualquier momento emiten alguna de John Wayne matando japoneses en el Pacífico. Malditos bastardos de Quentin Tarantino–que al sur del río Bravo se pronuncia Bastardos sin gloria-está disponible en la tele (me refiero a las nuevas plataformas de streaming).

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Alberto Fernández se merece un Oscar. O al menos un Martín Fierro. Es de agradecer que el gobierno argentino haya desertado de utilizar la metáfora guerrera a la hora de plantarle cara al coronavirus. No quiero imaginar a millones de argentines en sus casas sufriendo con Canuto Cañete, conscripto del siete (1963) con Carlitos Balá, la más épica La colimba no es la guerra (1972) con Elio Roca y Ricardo Bauelo, o la picantísima Rambito y Rambón, primera misión (1986) con Alberto Olmedo, Jorge Porcel y Cris Morena. Seguimos ganando.

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Más continuidades. Boris Johnson alabando el sistema público de salud y a los inmigrantes que le atendieron mientras estuvo internado. Stop. ¿Esto no entraría en la categoría “Discontinuidades”? Para nada. La especialidad de Boris Johnson ha sido y sigue siendo precisamente cambiar de discurso. Hoy está contra el Brexit, mañana a favor del Brexit, ayer quería sacar tarjeta roja a los inmigrantes, hoy los ensalza porque le cambiaron el papagayo sin salpicarlo y controlaron con británica puntualidad sus constantes vitales. O sea, pura continuidad con su zigzagueante línea discursiva.

En un mercado de México venden los coronavirus, unas pelotas peludas de plástico, por 25 pesos. Incluye luz. Lo acabo de ver en Facebook. El modelo más pequeño se consigue por 10 pesos. También con luz. Habrá que hacer tuit. Y dedicarlo a los iluminados que anuncianque estamos ante el fin del capitalismo.

Cambia, nada cambia.

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Discontinuidades

Ahora sí, las discontinuidades. Como ya se habrá percibido, no voy a hablar de las grandes discontinuidades como “el fin del capitalismo”, “la emergencia de un nuevo mundo”, etc. La Sopa de Wuhan ya está helada. Quizá ese es el destino de todos los discursos proféticos de estas semanas: duran menos que un tuit y, a las pocas horas, se enfrían y ni el microondas los puede salvar. Problemas de un acelerado circuito de producción, circulación y reconocimiento discursivo (¡cuánto se extraña Eliseo Verón, el gran analista de discursos!).

Al principio de la cuarentena escribí que el COVID-19 había traído una inversión: si las catástrofes económico-financieras se cuentan con metáforas naturales (terremoto, tsunami, turbulencias, etc.), esta calamidad biológica se pone en discurso bajo forma de metáfora cultural (la guerra al coronavirus). En estos días se confirma otra inversión mediática: si la computadora ya se venía transformando en un dispositivo para el consumo audiovisual, ahora el círculo se cierra al convertirse la televisión en una pantalla fragmentada como la de una computadora. Dicho en otras palabras: al estar cada periodista en su respectiva casa (o en el estudio de televisión dirigiendo la orquesta), la pantalla ha adoptado una estética tipo Zoom que lleva hasta las últimas consecuencias una modalidad inaugurada por CNN hace 40 años.

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Un colega de Buenos Aires me apunta que incluso se han visto periodistas en multipantalla aún estando en el mismo estudio televisivo. Esta fragmentación, un recurso que fue utilizado a lo largo de la historia del cine con cuentagotas (¿se acuerdan de la sangrienta escena de Carrie durante el baile de graduación?), ya estaba presente en algunas series de TV como 24 de la Fox y, de manera incipiente, en los telenoticieros. COVID-19 mediante, esta modalidad enunciativa se ha convertido en un recurso transversal que se encuentra en todo tipo de producciones y géneros. Veremos cómo sigue esta historia después (¿habrá un después?) de la pandemia.

Otra discontinuidad. En el mundo a.C. (antes del Coronavirus), el deporte preferido por los participantes de los programas de radio y televisión era la superposición de oradores. En las tertulias españolas –todo un clásico mediático- lo más común era un griterío al unísono, no importa si se hablara de la última declaración de Carles Puigdemont, la crisis interna del Fútbol Club Barcelona o del retorno de la Pantoja. Hablar al mismo tiempo y a los alaridos era la única forma aceptada de debatir frente a un micrófono.

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El coronavirus ha cambiado este estilo. Al haber un ligero retardo en las comunicaciones, resulta imposible retrucar al otro hablando al mismo tiempo. Por el contrario, se producen unos extraños silencios entre una intervención y la siguiente. Es como si los tertulianos se tomaran su tiempo para responder y el diálogo fuera un racionalintercambio en un club de caballeros británicos en la Londres victoriana. Bendito sea el delay.

Cambia, todo cambia.

 

Infodemia

Eliseo Verón, quizá el creador de uno de los mejores modelos de la circulación discursiva –eso que él llamaba la “red infinita de la semiosis social”-, le hubiera sacado mucho jugo teórico a este momento de incertidumbre que estamos viviendo. Tratemos de pensar como lo haría Verón.

Cuando se producen crisis políticas o económicas, pueden darse dos situaciones a nivel discursivo. Por un lado, en la Situación 1 los principales actores se llaman a silencio y no dan a conocer su punto de vista sobre lo que está pasando. Algo por el estilo pasó con el presidente Fernando de la Rúa durante la crisis del 2001: el silencio presidencial generó un vacío comunicacional que, además de elevar la incertidumbre, motivó la aparición de infinidad de rumores. Y ya estamos en la Situación 2: todo el mundo comienza a compartir mensajes, crece el pasapalabra y la red discursiva se llena de cuchicheos, patrañas, bulos, fake news y otras especies textuales. Podría decirse que, para funcionar bien, los sistemas políticos o económicos exigen una circulación discursiva regular, a mitad de camino entre la silenciosa Situación 1 y la descontrolada Situación 2.

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En la crisis del COVID-19 estamos más cerca de la Situación 2 que de la 1. Si bien los gobiernos tratan de regular su flujo informativo a través de intervenciones muy medidas de sus principales actores (políticos y especialistas), a menudo surgen contradicciones y fricciones discursivas dentro del mismo equipo de enunciadores. Y si a ellas agregamos el pandemónium de las redes sociales, estamos en un escenario de caos discursivo al cual, consciente o inconscientemente, todos contribuimos con el retuit nuestro de cada día.

Tomen nota de este concepto: infodemia. No creo que la Real Academica tarde mucho en aceptarlo.