Hacen falta dos para bailar un tango, dice el dicho, y en Brasil hay un palacio de amplios y elegantes salones en donde dos importantes actores políticos lo están bailando. Se trata del Palacio del Planalto, sede del Poder Ejecutivo brasileño. Los actores son el propio Presidente de la República, Jair Bolsonaro, y el grupo de generales que lo acompañan desde el inicio de su mandato.
Pero, ¿qué tango es ese? ¿cuál es la melodía que suena en la cadencia pesada del tango y en la que se monta una letra que lleva el drama al paroxismo? Ante todo, la música está hecha, también, de silencios, y el tango que suena en el Planalto está repleto de los silencios que deja el vacío de poder. El silencio de un presidente que se ha quedado casi sin nada, al punto de que muchos se pregunten quién manda hoy en Brasil.
Las circunstancias son las más dramáticas. La pandemia que vivimos ya se cobra en Brasil la vida de decenas por día y es posible que se cuenten de a cientos en los próximos días. Mientras los gobernadores intentan mantener la cuarentena lo más férrea posible, el presidente se preocupa exclusivamente por la -no menos despreciable- crisis económica que se avecina. Más allá de que alguna vez repitió las recomendaciones sanitarias de su ministro de Salud (para desdecirse al día siguiente) la única medida que Jair Bolsonaro ha tomado en persona para cuidar de la salud de los brasileños ha sido realizar un ayuno y un día de oraciones. Tuvieron lugar este domingo 6 de abril.
Alquileres y préstamos hipotecarios: el detalle de las medidas
Si la curva de contagios (y la de muertes) va hacia arriba, la curva de gobernabilidad de Bolsonaro va hacia abajo, desde el momento en que insistió en negar la gravedad de la pandemia. Allá por el 18 de marzo escribimos “Coronavirus: Bolsonaro se sube a la cornisa”. Allí también adelantamos que antes de esperar por una renuncia o un largo proceso de impeachment, era más probable que Bolsonaro se refugiase en el poder militar. De hecho, un creciente protagonismo de los militares, no exento de cortocircuitos con el presidente, es lo que se ve desde fines de marzo.
El gobierno de Bolsonaro nació fuertemente militarizado. Luego vino un impasse marcado por la salida del general Santos Cruz, hombre con gran reputación en las Naciones Unidas, en el que continuaron gravitando fuertemente pero perdieron algo de influencia. Y recientemente, en febrero, se produjo un nuevo desembarco de generales en el Ejecutivo brasileño. Principalmente la llegada de Braga Netto, Jefe de la Casa Civil (Jefe de Gabinete), que terminó de militarizar todos los cargos con rango ministerial con oficinas en el Planalto. En simultáneo, el vicepresidente, Hamilton Mourão, pasó a presidir el Consejo de la Amazonia, luego de transitar un largo período de hibernación obligada. Aquel movimiento de febrero fue interpretado por algunos, al igual que en esta columna, como un blindaje militar al gobierno de Jair Bolsonaro ante inminentes escenarios de crisis, que resultaron nimiedades frente a la crisis actual.
Salud Pública: el ejemplo irlandés frente al Covid-19
Horacio Verbitsky informó el viernes pasado en el Destape Radio que un alto militar brasileño le habría informado a otro alto militar argentino, de manera informal, que habían decidido soslayar a Jair Bolsonaro en todas las decisiones que sean importantes. Lo informado por Verbitsky coincide con lo publicado por la experimentada corresponsal Eleonora Gosman, en La Política Online, quien cita al portal brasileño DefensaNet. En los principales medios brasileños esa información no fue publicada. Tampoco hubo desmentidas. Lo que sí hay, desde hace semanas, son análisis que giran en torno al aislamiento de Bolsonaro, el protagonismo de Braga Netto, los intentos de moderación al presidente por parte del ala militar, la imposibilidad de éste de despedir a su ministro de Salud a pesar de tener un enfrentamiento abierto con él, etc., entre otras cosas que dan cuenta del vacío de poder.
Está claro que el presidente le ha cedido protagonismo a los militares, en particular a Braga Netto, pero también que no hay un control absoluto sobre Bolsonaro. Por el contrario, si lo inducen a utilizar la cadena nacional para transmitir un mensaje en pro de la cuarentena y convocando a un pacto nacional con los gobernadores, al día siguiente Bolsonaro dice lo que quiere y echa todo por tierra, como sucedió la última semana. ¿De qué decisiones importantes puede ser soslayado, en medio de una enorme crisis, en donde lo comunicacional es central, si continúa dando recomendaciones contrarias a las de su propio equipo y azuzando las crisis que los militares quieren apaciguar?
El arreglo de poder de un presidente radicalizado y un grupo de generales que lo moderan permanentemente, le ponen vetos a sus políticas y le explican a otros actores qué es lo que realmente sucederá en Brasil, se instauró desde el comienzo y no funciona del todo bien. El ejemplo más grande es la relación bilateral con China, hoy nuevamente en llamas por que el bolsonarismo insiste con el relato conspirativo del “virus chino”, justo cuando necesita la colaboración de esa potencia para el envío de ayuda sanitaria. Mourão, el vicepresidente, había normalizado la relación, o al menos eso creíamos todos.
Es probable que, ante la crisis del coronavirus, se le haya dado una vuelta de tuerca más a ese arreglo del presidente rodeado de generales con poder de veto. “Mi birome funciona” dijo Bolsonaro este domingo, queriendo dejar en claro que en cualquier momento podría despedir al ministro de Salud, Henrique Mandetta. O que al menos eso quisiera. “Dime de qué te jactas y te diré de qué careces”.
El tiempo está fuera de quicio
La crisis del coronavirus ha desnudado la estructura del poder dentro del Planalto, y no han quedado ni los lavajatistas encabezados por el ultra popular Moro, ni los liberales de Guedes y compañía que le pusieron al gobierno el sello de calidad pro mercado. Han quedado jugando el juego del poder los generales y un paracaidista retirado junto con su séquito de fanáticos. El tango que se baila en el Palacio del Planalto es el de dos que llegaron al poder juntos, que coinciden en mucho y que se necesitan, aunque por momentos no se soporten; también se miden los pasos y saben que la traición, a veces, es una opción.