Mientras escribo estas líneas, el coronavirus golpea implacablemente en todos los continentes. Un baldazo de agua fría para quienes consideraban estos sucesos globales como parte del pasado, al que la humanidad no retornaría porque ya tenía respuesta para casi todo. Pero nos chocamos con ese “casi”, al que minimizábamos, y nos cuesta reconocer que era algo demasiado complejo, como para andar posando como superados. Se trata de un nuevo enemigo silencioso que comparte con el terrorismo, la singularidad de poseer células que pueden pasar inadvertidas, pero que en determinado momento se activan, trascienden las fronteras y dañan a los seres humanos que se crucen en su camino. El politólogo Robert Keohane definió al terrorismo como la globalización de la violencia informal. Esta pandemia que hoy agobia a la comunidad internacional y que pone en jaque paradigmas que parecían invulnerables, es una amenaza a la seguridad de todos los países. No hace foco en sus edificios ni en su territorio con bombas estruendosas. Abofetea a los pueblos y sacude a los gobiernos, golpeando en la salud, para algunos, el corazón de la humanidad.
Lo que llama poderosamente la atención es que tratándose de un problema mundial, exista tanta inequidad de información. Me refiero puntualmente a la escasez de información sobre África, donde el virus ya afecta a más del 50% de los países del continente. Una vez más todo se centra en los países centrales, como restándole importancia a otras regiones, tal vez porque se asume que deben estar acostumbradas a ver sus estructuras sanitarias desbordadas por diversas enfermedades.
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La titular de Salud Pública de Mozambique, Rosa Marlene, asume que el país no posee la capacidad para abordar y diagnosticar el coronavirus y que cuentan con 0,075 médicos por cada 1.000 habitantes e infraestructuras inadecuadas para el aislamiento de enfermos. Los índices de sida, malaria y tuberculosis, son elevados en este Estado africano y otros países de la región presentan situaciones análogas. El ébola, el sarampión, la meningitis, y la malaria han puesto a prueba las capacidades sanitarias en varias ocasiones y aún no han sido vencidos rotundamente. Otro dato para nada desdeñable, es el número de personas desplazadas de sus hogares que residen en África. Según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), más del 26% del universo de refugiados del mundo, se alberga en la zona subsahariana.
Sería bueno ejercitar la solidaridad, ampliar la mirada y recordar que estamos frente a un problema global, y por tanto, todas las vidas valen lo mismo, independientemente de su ubicación geográfica.
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En este escenario revuelto, es interesante analizar la metamorfosis que deben enfrentar las Fuerzas Armadas modernas, en lo que atañe a desafíos y funciones que les competen.
Mucho se ha escrito y hablado sobre el nuevo rol de las Fuerzas Armadas en el siglo 21. Este es el momento donde el papel castrense y de las fuerzas de seguridad se vuelve central para enfrentar a un nuevo enemigo que se atrevió a desafiar hasta la salud de Estados Unidos y China (los dos Estados que lideran el ranking de gastos en defensa). En estos tiempos, es recomendable memorizarlo, el más fuerte no necesariamente es el que gana, porque germinaron nuevas y diversas amenazas que dejan sin respuestas espontáneas a la ciencia. La búsqueda urgente de vacunas que permitan salir de este laberinto epidemiológico que nadie entiende con certeza absoluta, es prueba de ello.
La comunicación interagencia adquiere protagonismo porque no es un flagelo que pueda abordar solo el ministerio de salud. Requiere coordinación con seguridad, defensa, desarrollo social, vivienda, migraciones. También la economía recibe esquirlas de la pandemia, porque altera la agenda de prioridades y obliga a buscar paliativos para cuidar a todos los sectores de la sociedad. Si no se paraliza todo, el virus circula y sigue avanzando. Si se detiene todo sin la adecuada contención, las ollas vacías pronto sonarán fuerte. Cuál es el punto justo, nadie lo sabe. Al menos por ahora.
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El enemigo es universal, no segmenta, ataca a todos los estratos sin pedir recibo de sueldos ni pasaporte.
En España, la Operación Balmis, que coordina la participación de las Fuerzas Armadas para detener la expansión del coronavirus, abarca 28 ciudades, según lo explicó el jefe del Estado Mayor de la Defensa, General del Aire Miguel Ángel Villarroya. La Unidad Militar de Emergencias (UME), a la que le he dedicado varias notas, efectúa patrullas de vigilancia y desinfección en instalaciones estratégicas y se complementa con fuerzas del Ejército de Tierra y la Infantería de Marina. El decreto de declaración del estado de alarma le confirió a los militares españoles que luchan contra la pandemia, la facultad para dar órdenes a civiles que desobedezcan la prohibición de circular por vías públicas salvo en casos tasados.
En la Argentina, las capacidades de las Fuerzas Armadas están puestas a disposición de la lucha contra el coronavirus, según lo expresó el ministro de Defensa, Agustín Rossi. También señaló que el primer lugar donde se aplicó el protocolo fue en la Antártida Argentina, a fines de enero y principio de febrero para evitar el contacto en las bases antárticas argentinas con ciudadanos de origen chino que estaban en el territorio blanco. La logística, movilidad y despliegue principalmente del ejército, son claves en esta pelea, porque son superiores a las de todas las otras agencias del Estado. Esta peculiaridad se torna un valor agregado diferencial para la ayuda humanitaria en todo el territorio. Rossi también puso a disposición del Ministerio de Salud, instalaciones sanitarias, como hospitales militares en distintas ciudades, si la situación lo requiere. Las Fuerzas Armadas argentinas están cooperando produciendo alcohol en gel y barbijos, dos productos útiles para la prevención y que escasean en el mercado. La distribución de estos productos también correrá por cuenta de las Fuerzas Armadas, haciendo uso de su logística instalada. Recientemente Infobae informó que accedió, de modo exclusivo, a un documento reservado elaborado por el Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, que lleva el número 01/2020 y que explicita los lineamientos para brindar un urgente “apoyo al plan operativo de preparación y respuesta al Covid-19”.
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En lo que respecta al cierre de fronteras nacionales terrestres para extranjeros como medida preventiva, es bueno aclarar que esto le compete al Ministerio de Seguridad y al Ministerio del Interior, del que depende la Dirección Nacional de Migraciones. La Ley de Seguridad Interior y la Ley de Defensa Nacional delimitan las esferas de acción de cada cartera de uniformados. No obstante, de ser necesario, las Fuerzas Armadas pueden ser convocadas formalmente, para brindar colaboración como complemento a las fuerzas de seguridad en algún paso específico, por ejemplo. La ministra de seguridad, Sabina Frederic, reforzó con gendarmes y prefectos el paso fronterizo terrestre de Iguazú –segundo sitio de ingreso al país, por donde transitan más de once millones de personas por año–.
La responsabilidad colectiva y la individual, sumado a todas las medidas de prevención, reducen –como mínimo– la celeridad de propagación de un virus que puso en jaque al mundo entero, alterando agendas, interpelando con vehemencia a la ciencia y cuestionando a gritos el individualismo que caracteriza al posmodernismo. La vulnerabilidad humana está la vista. Nadie se salva solo en este embrollo.
*Analista internacional, especializado en la Universidad Nacional de Defensa de Washington; Director de Gestión de Gobierno en la UB.