Un recorrido por las muertes que marcaron y condicionaron la vida del líder político más importante de la historia argentina: Juan Domingo Perón.
Corría el año 1938, Perón contaba con poco más de 40 años. Profesor en la Escuela de Guerra, bien parecido, casado con Aurelia Tizón, “Potota”, catorce años menor que él. Esa felicidad de pronto se desmoronó: Potota murió de un cáncer de útero y Perón quedó desolado. Agarró su auto y se fue al Sur, a visitar a su familia. La cabeza le explotaba, no podía dejar de pensar, el corazón se le apretujaba de la angustia. Sus amigos de armas hablaban sobre él, preocupados: ¿qué hacemos con Juan? “Yo lo veo mal”, señaló uno. ¿Y si lo mandamos al extranjero? sugirió otro. El viaje, el cambio de clima le haría bien, suponían. Así, Perón fue enviado a Europa, allí recorrió varios países, y en particular la Italia gobernada por Benito Mussolini. Ese viaje fue un parteaguas en su vida: lo encandiló la destreza oratoria del ¨Duce¨, su política social hacia los obreros y su ferviente anticomunismo. Incluso -narrado por Perón años después- tuvo el privilegio de conocerlo.
Cuando el coronel Juan Domingo Perón fue vicepresidente
Tiempo después, en 1942, Perón ya tenía cierto prestigio en el Ejército, un ejército que observaba con desagrado la situación de la Argentina. La dirigencia política recurría, desde el golpe de 1930, al fraude electoral para mantenerse en el poder y se producían sonados casos de corrupción. En el lapso de pocos meses, el país se vio estremecido por la muerte de los dos dirigentes más importantes que habían empezado a acercar posiciones (luego de ser enemigos irreconciliables) y que prometían modificar aquel escenario. Estamos hablando de Marcelo Torcuato de Alvear, líder de la Unión Cívica Radical, fallecido en marzo de 1942 y de Agustín P. Justo, militar y ex presidente que murió en enero de 1943. Estas muertes, decíamos, dejaron huérfana a la política argentina y también en disponibilidad del surgimiento de nuevos líderes. Sin saberlo, la partida de Alvear y de Justo estaba allanando el camino para la consagración de Perón.
En 1951, el General llevaba cinco años de presidente de los argentinos y argentinas. Entre las importantes transformaciones realizadas a nivel social y económico, también promovió una reforma constitucional que plasmó en el papel -y en la realidad- los derechos laborales de la clase obrera y la posibilidad de su reelección presidencial. Su compañera de fórmula iba a ser María Eva Duarte, “Evita”, como la conocían los sectores humildes, que estaba junto a él desde 1944, cuando se conocieron en un acto para recaudar fondos para las víctimas del devastador terremoto ocurrido en San Juan. Ese día, el flechazo fue mutuo y se enamoraron locamente, al punto que días después ya estaban viviendo juntos. Por fin, Perón había vuelto a encontrar el amor y había superado la muerte de Potota. Pero la parca hizo su aparición nuevamente: Eva enfermó, también de cáncer, renunció a su lugar en la fórmula y poco después, el 26 de julio de 1952, murió. Algunos estudiosos afirman que la muerte de Eva obturó la implementación de medidas profundas y radicales, encerró a Perón en sí mismo, lo volvió intolerante a la crítica y se rodeó de adulones. ¿No estaría Perón enojado con la vida, que le asestaba un segundo mazazo y le arrancaba a su amor?.
Perón es aún la gran influencia de la política argentina
Corría el año 1969, Perón ya llevaba casi quince años exiliado, había vivido en Paraguay y República Dominicana, hasta asentarse en la España gobernada con mano dura por el dictador Francisco Franco (¿la elección de Madrid habrá sido ideológica? ¿no podemos pensar por un momento que Perón amaría pasear por la Gran Vía?). Ese año, decíamos, otra muerte marcó el derrotero político de Perón: fue asesinado Augusto Timoteo “El Lobo” Vandor, dirigente metalúrgico, líder de la Confederación General del Trabajo, con fuertes vínculos con la dictadura de la autodenominada Revolución Argentina y que planteaba un “peronismo sin Perón”. El pragmático dirigente obrero afirmaba que Perón ya no regresaría, que había que construir un partido político y ganar las elecciones sin la presencia del líder. Cuando parecía que esta estrategia dejaría fuera del juego a Perón, un ignoto grupo guerrillero ingresó a la sede de la UOM (Unión Obrera Metalúrgica) y fusiló al 'Lobo'. Así, una muerte, paradójicamente, le daba oxígeno a Perón para seguir teniendo presencia en la política argentina.
Finalmente, en 1973, Perón regresó a la Argentina. Luego de un frustrado aterrizaje en Ezeiza, donde la izquierda y la derecha del peronismo se estaban tiroteando y disputándose quién heredaría al viejo líder, se convocó a elecciones y obtuvo la mayor cantidad de votos en la historia política argentina: 62% del país eligió la fórmula Juan Perón- Isabel Perón (su tercera esposa). Dos días después de esta gran victoria, la alegría se vio empañada con una nueva muerte: otro dirigente sindical, su mano derecha, José Ignacio Rucci, caía bajo las balas de la organización Montoneros, que, ante el viraje hacia la derecha de Perón, había decidido “tirarle un cadáver” en la mesa para negociar el rumbo del país. El asesinato de Rucci sumió al General en una profunda depresión y lo llenó de rabia. Así, dispuso -o dejó hacer- la creación de la Alianza Anticomunista Argentina (la tristemente célebre Triple A), que se dedicó a la eliminación física de la militancia de la izquierda peronista y trotskista.
Potota, Alvear, Justo, Eva, Vandor, Rucci, muertes que marcaron la vida de Juan Perón, un líder político, el más importante de la Argentina, pero, antes que nada, un ser humano, con aciertos y errores, movilizado por las cuestiones que nos afectan a todos los mortales: el amor, la muerte, la rabia, la enfermedad, el dolor y el deseo.
PM CP