Este jueves de Nochebuena fue un día agitado, tal como se espera en la víspera de la Navidad con la perspectiva de la cena por delante pero, con una inusitada catarata de acontecimientos. Mientras se terminaba de cerrar el tráfico entre el Reino Unido y el continente por la aparición de una nueva cepa, mucho más contagiosa, de la COVID-19, se anunciaba el acuerdo final del Brexit, un milagro de Navidad. Entre tanto nos enterábamos que en España ya se han detectado 39 nuevos linajes del virus y aumentaba, según avanzaba la tarde, la expectativa por el tradicional discurso navideño del rey. Tanta información requeriría un mapa borgiano, similar en tamaño al territorio, para poder seguir simultáneamente cada vía de la realidad.
El discurso del rey normalmente no tiene otro rol que el de un ornamento más de las fiestas ya que está cargado de lugares comunes y, se sabe, la retórica real avanza por los senderos de la nada y pretende que nadie la aparte de su camino. La familia real, hoy reducida a su mínima expresión –los reyes y sus dos hijas–, por las múltiples causas de corrupción que han caído sobre el rey emérito Juan Carlos, su yerno y su hija Elena, se maneja en el campo del silencio no otorgando entrevistas ni participando de ningún coloquio espontáneamente, solo se pronuncia a través de intervenciones y discursos previamente redactados y muy medidos.
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El de Nochebuena fue un discurso que dio mucho trabajo y fue elaborado entre la Zarzuela y la Moncloa con intervenciones directas del presidente Pedro Sánchez. La Casa Real pretendía la máxima elusión y desde el el Gobierno se pedían afirmaciones concretas sobre el rey emérito y su situación judicial. El momento más intenso en estos discursos de Navidad tuvo lugar cuando encausaron al Duque de Palma, hoy en prisión, yerno de Juan Carlos y este dijo la ya célebre frase “todos somos iguales ante la ley”. Y justo este es el problema ya que no es así: Juan Carlos está exiliado en Abu Dabi a la espera de que los jueces decidan su futuro pero la Corona tienen inviolabilidad constitucional ante sus actos: no se la puede juzgar. Nada sencillo el tema.
En este marco, anoche, y fiel a la tradición, Felipe VI se limitó a comprometerse con los más estrictos principios morales y éticos, “por encima de cualquier consideración, de la naturaleza que sea, incluso de las personales o familiares”. Hasta aquí llegó. Supongamos que en este rubro entra el rey emérito que pasó la cena de Nochebuena en los Emiratos Árabes. El desierto es limpio, decía Lawrence de Arabia.
Claro está que T. H. Lawrence es de un época en la la realidad se organizaba con relatos épicos y no líquidos. Como aquel que contaba Dora Diamant de los últimos días de Kafka en Berlín.
Era el otoño de 1923 y cuenta Diamant que salían a diario a dar paseos por el parque y una tarde se cruzaron con una pequeña niña llorando. Kafka le preguntó qué le ocurría y la niña le respondió que había perdido a su muñeca. Kafka se sentó junto a la niña y le contó que su muñeca se había ido de viaje. La niña no quiso creer la historia, pero Kafka le dijo que la muñeca le había escrito una carta donde le contaba lo que había sucedido y que al día siguiente, cuando volviera al parque, traería consigo la carta. La niña quedó expectante y Dora Diamant dice que al llegar el escritor a casa se puso inmediatamente a escribir la carta con la misma obsesión, gravedad y tensión que cuando componía su propia obra. Kafka volvió al parque y leyó la carta a la niña. La muñeca, le dice, necesitaba un cambio de aire, que ya era hora de conocer un poco el mundo, encontrar nuevos amigos y que por eso debían separarse una temporada; no es que haya dejado de querer a la niña, al contrario, y para demostrarlo le escribirá todos los días una carta para ir contándole todo lo que le va sucediendo en su viaje.
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Día a día, durante tres semanas, Kafka irá construyendo una historia en la que la muñeca crece, conoce gente, vive aventuras diversas que entretienen a la pequeña, y si bien en cada carta da pruebas de afecto, poco a poco su vida se va complicando de tal manera que el regreso se hace cada vez más difícil. Kafka va preparando a la niña para el cierre de la historia. Finalmente, le encuentra un novio a la muñeca y la casa. Cuenta a la niña los preparativos de la boda, la fiesta, la casa donde vivirá la pareja, la intención de tener muchos niños y, lo más importante para integrar a la niña en la historia, la seguridad de la muñeca de que la pequeña en muy pocos años seguirá el mismo camino vital.
Este podría ser un cuento de Navidad, es decir un relato infantil. Como lo es, en cierto modo, el de la monarquía. El problema reside en que no siente que este sea su género y es por ello que cuesta tanto escribir su relato.
CP