OPINIóN
Política

Nocturnidad violenta: consecuencia de un Estado ausente, ciego y cómplice

Debemos comenzar a debatir cómo cambiar los hábitos en los horarios de los boliches, a través de propuestas que se transformen en tendencia para que los jóvenes concurran antes.

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Fernando Baez. La cultura del “Vamos los pibes” llevó a una red de complicidades y silencios. | cedoc

En un ambiente cada vez más violento: los unos peleando, los otros arengando o mirando con indiferencia, así transcurre la nocturnidad en nuestras ciudades.

Son prácticas cotidianas en las que participan todos nuestros jóvenes sin distinción de clase social. Es un fenómeno que los atraviesa a todos y cada uno de ellos ya sea como protagonista o simple testigo, en circunstancias en las que el alcohol ha pasado a ser un actor privilegiado en los últimos veinte años.

Sucede que cada vez se ingresa más tarde a los boliches porque la previa -la juntada-, se hace más larga porque el alcohol se consume allí. No hay más que recorrer los boliches de los diferentes distritos urbanos -desde los que concurren las clases más acomodadas hasta aquellos de las barriadas populares, para percibir la reiteración sin fin del escenario que la muerte de Fernando Baez Sosa mostró como una cachetada de la realidad. Peleas, chicos tirados en las puertas de los boliches, algunos hasta en coma alcohólico, muestran como hemos naturalizado esto, el quebrado, la pelea, la violencia toda. Basta recorrer las guardias de los hospitales para darse cuenta hasta dónde llegan los chicos en días de boliche.

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Lo más grave de todo es que como sociedad hemos naturalizado la violencia. Primeramente, los padres -que lo niegan sistemáticamente y luego el Estado ausente, ciego y cómplice. Ausente porque no generó ningún tipo de política pública activa. Ciego porque por omisión se prefirió no ver lo que ocurría con los jóvenes y la noche, algo que Zárate y Villa Gesell han hecho visible de manera grosera y cómplice a partir de la manifiesta connivencia entre las agencias responsables del control y los negocios para que los actos violentos continuaran en el tiempo y nada sucediera hasta que estallara Villa Gesell.

A partir de ahora es urgente que se trabaje abiertamente desde el Estado con políticas públicas de reducción de riesgo y daño a través de las diferentes agencias gubernamentales, convocando desde los municipios hasta los dueños de los boliches (que lucran y muy bien con la noche) para diseñar acciones contundentes.

Como padres tenemos que reflexionar respecto de la previa: concientizando a los chicos acerca del efecto nocivo de los excesos del consumo de alcohol.

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Desde la política debemos comenzar a debatir cómo cambiar los hábitos en los horarios de funcionamiento de los boliches, a través de propuestas que se transformen en tendencia para que los jóvenes concurran antes, lo que será parte de la RSE de los dueños de los boliches. Generando atractivos para que sea cool ir al boliche antes.

Todos tenemos que abandonar el negacionismo y reconocer la imperiosa necesidad de que en los boliches resulta imprescindible que se disponga de personal médico y de enfermería.Menos patovas y más enfermeras.

Finalmente, en las escuelas -de la misma manera que damos educación sexual integral, tenemos que desarrollar programas de reducción de riesgos en materia de alcohol y sustancias. Una vez más: no podemos como sociedad seguir negando una realidad que nos enfrenta día a día a la naturalización de la violencia.

Lo más grave de todo es que como sociedad hemos naturalizado la violencia.

 

Ya sabemos que no se construye una sociedad menos violenta con políticas prohibicionistas, la historia da fe de ello, desde el fracaso de la ley seca a la frustración de la guerra contra las drogas. Tal como en los casos del aborto y el divorcio, el prohibicionismo solo genera clandestinidad y sumerge a la sociedad en la oscuridad y la violencia.

El mundo hoy camina senderos seguros, legalizando, conversando, generando espacios en los que padres, jóvenes, escuela y el Estado desde sus diferentes agencias, diagraman políticas activas en materia de reducción de riesgos y daños.

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Tapar, negar, ocultar es lo que venimos haciendo hace muchos años, lo que empezó en Zárate terminó en Villa Gesell: la cadena de complicidades por acción o por omisión en interminable. Hoy la Argentina metropolitana debate cuan foro intensivo de Derecho penal nulidades, participaciones, penas, agravantes, se llega a plantear si deben ser sacrificados los presuntos autores del ilícito 8, 9,10, 11, 12… en el pabellón común de alguna unidad de detención del Servicio penitenciario bonaerense en manos de los presos que ven en ellos a las bestias asesinas que cometieron un delito motivado en una cuestión de raza. Se arenga la muerte de policías como trofeos en la sociedad carcelaria y todos miran e interactúan en un contexto rayano en la irracionalidad absoluta y nadie se detiene un instante y pide un minuto de silencio por Fernando, por todos los Fernando, víctimas de una sociedad que no supo, ni quiso y ni pudo estar a la altura de las complejas circunstancias que caracterizan al mundo de hoy.

Necesitamos construir un estado atento, presente y aliado de la verdad.