OPINIóN
Análisis

Covid-19: los Derechos Humanos quedaron torcidos

Con poco más de 70 años de vigencia de la declaración universal de los derechos humanos, adoptada el 10 de diciembre de 1948, la crisis mundial del 2020 puso en primer plano que los derechos humanos en la teoría son fabulosos pero en la realidad están bastante torcidos.

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aniversario de Coronavirus en el mundo | TWITTER Joseph Varon @joevaron

La pandemia Covid-19, como cualquier crisis a gran escala, puso en jaque el acceso básico de las personas a los instrumentos establecidos en los países sobre la protección de los derechos humanos, haciendo crujir -a nivel global-las estructuras de las agencias como OEA, ONU y sus correlatos subregionales Mercosur, SICA, Región Andina, etc..

Las instituciones prestadoras de servicios y los ríos de tinta escritos que garantizan acuerdos y declaraciones de alcance internacional sobre cómo respetar la vida, se vieron cuestionados, no sólo desde la obviedad que implica para el derecho a la vida la aparición repentina de un virus que puso sobre la mesa lo endeble de nuestro sistema sanitario sino también, en forma quizás más indirecta pero igual de grave, la comprobación de la fragilidad en la protección de otros derechos.

Coronavirus y Derechos humanos

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La declaración universal de los derechos humanos, adoptada el 10 de diciembre de 1948, es un documento proclamado en el marco de las Naciones Unidas.

Este documento enumera 30 artículos que describen los derechos fundamentales que los Estados se comprometen a preservar para todos los humanos, más allá de su lugar de origen o residencia.

Con poco más de 70 años de vigencia, aún teniendo en cuenta que cualquier persona que comulgue con valores mínimos de respeto a la humanidad comprende la obviedad de lo que el tratado detalla, la crisis mundial del 2020 puso en primer plano algo que en realidad es bastante obvio: los derechos humanos en la teoría son fabulosos pero en la realidad estos derechos están bastante torcidos.

El acceso a la salud, al trabajo, a la seguridad personal, a la información, a la educación y la libre circulación se vieron bastante golpeados a nivel mundial. Si bien pre-pandemia más de la mitad de la población mundial podía alegar que no le eran respetados el 100% de los 30 derechos, el Covid-19 se metió -sin mucho esfuerzo- incluso con ese porcentaje que podía considerarse “privilegiado”.

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Indistintamente del país de origen, raza, clase socio-económica, opción sexual, nivel de estudios o estado de salud, un virus apareció para desenmascarar una verdad dolorosa pero indiscutible: la humanidad no pasó su verificación técnica de derechos humanos y Argentina no queda exenta. Por el contrario, en algunos casos, hemos sido tristes pioneros del encierro a remeros, runners, ciclistas y hasta ciudades enteras sometidas al arbitrio de las decisiones gubernamentales, como vimos y sufrimos en Formosa.

La  Argentina puede enumerar sus errores, transformados en horrores por el inverosímil manejo arbitrario de la estrategia gubernamental, que agravaron la crisis sanitaria; el aumento descomunal de desempleo; la poca espalda financiera para atender la necesidad de asistencia básica; la miseria de los sueldos para el personal de salud y la sobre-exigencia no valorada; el incomprensible ataque al derecho a aprender cerrando escuelas, el peligrosísimo estímulo subliminal a violar las normas y el preocupante derivado de no respeto a las instituciones gubernamentales que produjo el llamado Olivosgate, con la fiesta clandestina presidencial; el favoritismo para el acceso a las vacunas; la falta de información real sobre riesgos biológicos; la desinformación absoluta sobre los efectos secundarios de las vacunas disponibles; el monopolio estatal sobre el acceso a las vacunas; la falta de estudios sobre la inmunidad; la incapacidad de cubrir el acceso a tecnología y, por ende, a educación a gran parte de la población; la imposición indirectamente obligada a la vacunación, producto de la estrategia de encierro sin participación ciudadana, para generar principios de responsabilidad que no pongan en tela de juicio la estrategia de vacunación, estas políticas erráticas nacionales, han puesto en debate derechos humanos que suponemos consolidados, abriendo dudas sobre estrategias sanitarias cuestionadas que dificultan saber hacia dónde ir con las vacunas covid, discutiendo libertades individuales versus responsabilidades colectivas, pasando a segundo plano un importante éxito, patrimonio de la ciudadanía en Argentina, que ya no discute el calendario obligatorio de vacunas que han mostrado su éxito, por ejemplo, en la erradicación de enfermedades como al poliomielitis.

Todo queda inestable cuando los gobiernos dudan o mienten.

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La primera víctima de violación en el resguardo de derechos, son los derechos humanos. Lo vemos en la obstaculización de la libre circulación a más de un año de la declaración de emergencia, o la inexplicable muestra de insensatez que vimos días pasados, cuando la Universidad de Buenos Aires festejó sus 200 años de creación, con un festival imponente, que bien se lo merece, pero aún no reabrió los claustros para retomar la formación de nuestros jóvenes, que pudieron asistir por miles a la fiesta, pero las aulas siguen vacías. Estos pocos ejemplos son solo algunos de los detonantes de la destrucción silenciosa, a modo de implosión, de los derechos humanos en el país.

Pero el esfuerzo de resistencia en busca de la libertad, también ha mostrado ejemplos valerosos en todo el mundo y también en estas tierras.

Hay una premisa que aprendí de Nelson Mandela, a quien considero el más grande líder que ha dado Sudáfrica y que comparto aquí para que nos sirva de guía: Deja que la libertad reine…

Allí está el sendero que podemos compartir, hoy y siempre.

 

* Patricia Pérez. Directora ILAPyC, Instituto Latinoamericano Paz y Ciudadanía.