OPINIóN
ECONOMISTA DE LA SEMANA

Plan para evitar el sadofiscalismo expansivo

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Acampe. Las organizaciones sociales volvieron a manifestarse esta semana frente al Ministerio de Economía por salario mínimo. | cedoc

En estos días, en los espacios populares de la economía emerge nuevamente la demanda por mayor gasto público, motivado por la caída de los ingresos reales de sectores lejanos a la formalidad laboral y perjudicados por los efectos dinámicos de una política monetaria excesivamente expansiva que, en una economía de inflación crónica, activa casi naturalmente el mecanismo de precios.

En economía, el orden de magnitudes y la dinámica de las variables importan. Las demandas por asistencia fiscal sin contrapartida tienen consecuencias diferentes que dependen de los recursos y las condiciones de contexto, es decir, sus efectos no son similares para todo tiempo y lugar. En ese sentido, la limitación fiscal actual es evidente al observar la imposibilidad de financiamiento en los mercados y el agotamiento de la gestión del Banco Central como prestamista de última instancia, pues lo que es una excepción en este comportamiento se ha convertido en una regla continua o, dicho en otras palabras, la autoridad monetaria ha estado actuando en un marco de crisis continua sin importar si la economía se recupera, los niveles altos de los precios de los exportables ni la asistencia del FMI.

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Acampe en Plaza de Mayo (FOTO: Pablo Cuarterolo)

Desde ese panorama debemos volver al factor determinante fundamental de la problemática económica argentina: una mayor demanda de gasto público en todo tiempo y lugar, con independencia de las condiciones de marco, al que podríamos aludir como sadofiscalismo expansivo; término contrario a sadomonetarismo, acuñado por William Keegan para describir la exigencia de tasas de interés más altas y austeridad fiscal, independientemente del estado de la economía, ocurrida durante la gestión económica de la ex primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher (1979-1990).  

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La magnitud del impacto de un mayor nivel de gasto se expande y su consecuente escalabilidad diverge con la resistencia de la estructura del sector público, pues nada más lejano de la realidad para una economía emergente que pensar en sentido de perpetuidad del prestamista de última instancia y/o el acceso irrestricto y continuo al mercado de capitales. La necesidad de financiar mayor gasto determina medidas que se establecen como redistributivas pero que no son más que nuevos impuestos con efectos contractivos sobre la actividad económica y que implican nuevas distorsiones a la economía. El orden de magnitudes asciende, los sectores perceptores de egresos fiscales amplían sus demandas de subsidios y transferencias; la demanda por un salario universal son un ejemplo actual en nuestro país. Ciertamente, la dominancia del sadofiscalismo expansivo lleva a la economía a estos puntos de desequilibrio donde la escalabilidad del gasto parece un factor de relativo control pero que claramente es un aspecto lejano al de una macroeconomía sustentable.

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Acampe en Plaza de Mayo (FOTO: Pablo Cuarterolo)

Las inconsistencias que emergen de la demanda continua por expansiones fiscales con argumentos redistributivos exponen la necesidad de reformas estructurales que modifiquen los comportamientos encumbrados en la senda expansiva del gasto, por supuesto que hay intencionalidad con fines políticos. Hay una variedad de reformas que modificaron abruptamente el funcionamiento de la economía y que generaron fases de crecimiento sostenido y de aumentos de productividad con inclusión social. En el proyecto Productividad Inclusiva del IAE y la Universidad Austral analizamos los casos de las reformas de Corea del Sur y Vietnam, donde las premisas fundamentales se establecieron en un mejor funcionamiento de la economía, lo que en nuestros días podríamos equiparar a liberar las fuerzas productivas y promulgar la inversión en capital humano, físico e infraestructura productiva. En líneas generales, el común denominador de esas reformas fue, primero y principalmente, el acuerdo sobre el rumbo a tomar y luego el establecimiento simultáneo de un programa de estabilización y de una transformación productiva, esta última financiada en gran parte con inversión privada, ya sea interna y externa, aunque no exenta de regulaciones. En el caso de Vietnam, la apertura a la inversión externa fue muy sustancial, aspecto llamativo ya que es un país con gobierno socialista, pero con una economía de mercado a partir de las reformas de fines de la década de 1980. Por otro lado, uno de los pilares determinantes para la transformación fue la capacitación de la futura fuerza laboral, pues sin mano de obra apta el cambio estructural no era posible ni sostenible.

Sin dudas, hay caminos posibles para seguir y experiencias que pueden ser aleccionadoras, al menos parcialmente. Eliminar el espacio del sadofiscalismo expansivo, en el que gran parte del sistema parece perpetuarse, es un objetivo fundamental para salir de la estanflación.

*Economista investigador de la IAE Business School, escuela de negocios de la Universidad Austral.