Hay mucha gente que sufre en su intimidad, en soledad, que tapa sus padecimientos, que no se anima a decir lo que le pasa, lo que siente. La salud mental, todavía, es un tema tabú.
Decir que duele el estómago, la cintura, o que se tiene fiebre, parece simple y “normal”, no que se sientan angustias, miedos, ansiedades, que se esté triste, o que algunas veces la vida parezca no tener sentido. Al igual que un síntoma físico, el campo psicoemocional se expresa, y si sabemos registrar y decodificar estas señales a tiempo, podemos trabajar a favor de nuestra salud mental.
Los síntomas psicoemocionales son mensajes cifrados que envía el campo mental y que nos invitan a parar para repensarnos. Pero esta sociedad propone todo lo contrario, a no parar, a no registrarnos, a estar siempre en acción.
Como bien señala el filósofo coreano Byung - Chul Han en La sociedad del cansancio, vivimos en una “sociedad de rendimiento, que da origen a infartos psíquicos”.
El imperativo de ser feliz, estar en actividad sin descanso, la productividad permanente y la realización personal, pero que además todo sea expuesto en redes sociales, mostrando a los demás, dando cuenta de que se han alcanzan los logros, o la “supuesta felicidad”, genera no sólo agotamiento, sino también frustración porque nada es suficiente, no hay puerto seguro, porque siempre se trata de ir por más. Sin embargo, esos infartos psíquicos son la posibilidad para detenernos a recalcular la existencia que llevamos.
Si la frustración es, según el diccionario, “la imposibilidad de satisfacer una necesidad o un deseo”, estamos en un tiempo donde nada satisface porque si algo genera goce, el sujeto se quedaría allí, en la satisfacción, disfrutando el logro. Pero no, no hay tiempo para el disfrute, hay que seguir.
Nada alcanza. Nada debe detenernos. Y nada debe doler.
Se impone un plus de gozar, asociado a un imposible detenerse, donde el ser humano es su propio jefe tirano que se autoexige sin registrarse, hasta que aparece un dolor o una enfermedad. Pero esos síntomas suelen taparse con distracciones o “pastillitas”, “cura plus”, y a seguir…
Un síntoma psicológico o emocional no es algo de que se deba escapar, todo lo contrario, encarna una verdad a descifrar. Cada vivencia negativa, cada sensación molesta, es la posibilidad de pensar el curso que se le está dando a la vida, acceder a la propia verdad, a una reflexión profunda, a las preguntas fundamentales acerca de la vida, el tiempo y los proyectos personales.
Así como la fiebre es un mecanismo defensivo del cuerpo, la punta de un iceberg que nos anticipa una posible enfermedad, una infección, los síntomas psicoemocionales también son señales a descifrar, carteles en la ruta de la vida que proponen un cambio de dirección.
¿Pero acaso alguien está dispuesto a seguir otro camino, la dirección del propio deseo? ¿O mejor seguir en la zona de confort delimitada por la sociedad?
Las frustraciones de la política
En la sociedad del consumo, no solo se consumen cosas, el mismo ser humano es un consumo, y peor aún, se consume a sí mismo, y en este sistema se va deshumanizando, es un engranaje, una máquina de producción para consumir consumiéndose. En la rueda de la productividad y la hiperactividad, se olvida habitarse, no se registra, y si algo duele, se lo tapa con distracciones o medicinas rápidas, para seguir consumiendo(se).
Desacreditando así la posibilidad pedagógica a la que invita el malestar singular, perdiendo la oportunidad de hacer una narrativa propia, darle a la vida un sentido personal.
Argentina es uno de los países con más psicólogos pér cápita del mundo y donde aún sobrevive el psicoanálisis, aunque cada vez se escuchan más voces en su contra, acusando su práctica como extensa. ¿Pero cuánto debe durar una terapia, un tratamiento, una sanación, el autoconocimiento?
La ética del psicoanálisis va en contra de la rapidez, del tiempo medido y cuantificado por el capitalismo, su lógica es la de la singularidad, no produce seres en masa ni para la masa, todo lo contrario, libera al ser padeciente de sus ataduras en la medida en que va descubriendo su propios deseos, tomando consciencia de los condicionamientos que operan en contra de su libertad de ser.