Durante las fiestas de fin de año, tradicionalmente reflexionamos sobre las consecuencias de nuestro comportamiento pasado, además de plantearnos lo bueno que queremos lograr en los 12 meses venideros. Cuando nos planteamos propósitos, nos esforzamos por definir qué podemos hacer mejor en nuestra propia vida. Quizá también podríamos aprovechar la ocasión para considerar cómo podríamos lograr esa mejora a mayor escala.
En 2015, los líderes mundiales intentaron abordar los principales problemas a los que se enfrenta la humanidad estableciendo los Objetivos de Desarrollo Sostenible, una recopilación de 169 metas que deben alcanzarse para 2030. En la lista figuraban todos los objetivos admirables imaginables: erradicar la pobreza y las enfermedades, detener la guerra y el cambio climático, proteger la biodiversidad y mejorar la educación.
En 2023 estaremos a mitad de camino, dado el horizonte temporal 2016-2030, pero lejos de alcanzar nuestros supuestos objetivos. De acuerdo con las tendencias actuales, los alcanzaremos con medio siglo de retraso. ¿Cuál es la principal causa de este fracaso? Nuestra incapacidad para establecer prioridades. Hay poca diferencia entre tener 169 objetivos y no tener ninguno. Hemos equiparado objetivos fundamentales como la erradicación de la mortalidad infantil y la educación básica con objetivos bien intencionados pero periféricos, como el fomento del reciclaje y la promoción de estilos de vida en armonía con la naturaleza. Si intentamos hacerlo todo a la vez, corremos el riesgo de hacer muy poco, como hemos hecho en los últimos siete años.
Hace tiempo debimos identificar y priorizar nuestros objetivos más cruciales. Esto es lo que el Copenhagen Consensus, junto con varios premios Nobel y más de un centenar de destacados economistas ha hecho, identificando dónde cada dólar invertido puede generar un mayor beneficio.
Podríamos, por ejemplo, acelerar realmente el fin del hambre. A pesar de los grandes avances de las últimas décadas, más de 800 millones de personas siguen careciendo de alimentos suficientes. Una investigación económica meticulosa ayuda a identificar soluciones ingeniosas y efectivas.
El hambre golpea con más fuerza en los primeros mil días de la vida de un niño, desde la concepción y durante los dos años siguientes. Los niños que sufren escasez de nutrientes y vitaminas esenciales crecen más despacio, tanto física como intelectualmente. Asistirán menos a la escuela, sacarán peores notas y serán más pobres y menos productivos cuando sean adultos.
Podemos suministrar eficazmente nutrientes esenciales a las madres embarazadas. El suministro diario de un suplemento multivitamínico/mineral cuesta poco más de 2 dólares por embarazo. Esto ayuda a que los cerebros de los bebés se desarrollen mejor, haciéndolos más productivos y mejor pagados en la vida adulta. Cada dólar gastado reportaría la asombrosa cifra de 38 dólares de beneficio social. ¿Por qué no tomamos primero este camino? Porque al intentar complacer a todo el mundo, gastamos un poco en todo, ignorando esencialmente las soluciones más eficaces.
Pensemos también en lo que podríamos conseguir en el frente educativo. Por fin, el mundo ha conseguido escolarizar a la mayoría de los niños. Por desgracia, las escuelas suelen ser de baja calidad y más de la mitad de los niños de los países pobres no saben leer ni comprender un texto sencillo a los 10 años.
Habitualmente, las escuelas tienen a todos los niños de 12 años en la misma clase, aunque tengan niveles de conocimiento muy diferentes. Independientemente del nivel al que enseñe el profesor, muchos se sentirán perdidos y otros se aburrirán. ¿La solución, probada en todo el mundo? Que cada niño pase una hora al día con una tableta que adapta la enseñanza exactamente a su nivel. Aunque el resto de la jornada escolar no cambie, a lo largo de un año esto producirá un aprendizaje equivalente a tres años de educación convencional.
¿Cuánto costaría? La tableta compartida, los costos de carga y la instrucción adicional de los profesores cuestan unos 26 dólares por alumno, por año. Pero triplicar el ritmo de aprendizaje durante un solo año hace que cada alumno sea más productivo en la edad adulta, permitiéndole generar 1.700 dólares adicionales, en dinero de hoy. Cada dólar invertido reportaría 65 dólares en beneficios a largo plazo.
Cuando fragmentamos nuestra atención e intentamos complacer a todo el mundo, acabamos aplicando políticas superficialmente atractivas, pero terriblemente ineficaces. Además del hambre y la educación, hay otra docena de políticas increíblemente eficaces, como la reducción drástica de la tuberculosis y la corrupción. Son objetivos que podríamos y deberíamos alcanzar. El imperativo moral es claro: debemos hacer primero lo mejor.
Hay una solución, tanto personal como social. Es el camino hacia un futuro mejor. Propongámonos recorrer ese camino, al considerar el amanecer del nuevo año.
*Presidente del Copenhagen Cosensus Center. **Profesor emérito de la Universidad de Toronto.