OPINIóN
abuso y tortura

¿Qué hacer?

Desde su larga experiencia, la autora reconstruye todo el camino que el caso de la violación en grupo de Palermo tuvo y tendrá en los medios de comunicación, y advierte del enorme riesgo de que concluya como la mayoría de los otros. Pero este tiene elementos particularmente graves.

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Imágenes. Algunos de los detenidos tienen formación universitaria y militancia en los derechos humanos. Personas que conviven con nosotros. | cedoc

Una vez más tomamos conocimiento de un abuso sexual cometido por un grupo de hombres hacia una mujer. Y como en otros hechos similares, que se hicieron públicos a través de los medios, nos genera angustia, enojo, bronca y la sensación y certeza que ninguna pena será suficiente para reparar el daño infligido.  

Con el correr de las horas, el conocimiento de algunos detalles y el hecho va ocupando varios medios simultáneamente, se buscan adjetivos que describan a los acusados como cualquier cosa menos su categorización de seres humanos, porque nos parece imposible concebir que una persona sea capaz de realizar un acto tan aberrante y porque de alguna manera se necesita creer que hechos así ocurren aisladamente y son cometidos por seres extraños a nosotros.  

Más tarde aparecen los cuestionamientos a la víctima: lo que hace, lo que consume, lo que viste, donde está, a qué hora, con quienes. Y finalmente, se comienza a observar la actuación de la justicia: las pruebas, las declaraciones, los ADN, los que sabían, los que no, causas antiguas y víctimas anteriores.  

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En los días siguientes comienzan debates en torno a las penas, a la acción, a los hechos, al contexto de la víctima y de los autores. Muchos utilizamos las redes sociales o reuniones de la cotidianeidad para expresar tanto la angustia, como la necesidad y métodos de venganza. Se intenta imaginar el sentir de la víctima pero solo acercarse a ese pensamiento atemoriza, angustia y se convierte en más odio y búsqueda de estrategias de castigo.  

De a poco se van apagando las cámaras, cada vez el tema ocupa menos espacio en los medios hasta que el hecho entra en el olvido del público. Puede quedar incluso en una pila de un juzgado junto con otros tantos casos por juzgar o condenar y tal vez, cuando se conozca un caso similar, algunos lo traerán como recuerdo, como antecedente de un pasado que paso para el mundo, pero que continúa siendo el presente para la víctima.  

Desde cada uno de los roles que ocupé en distintos organismos dedicados a la protección de la infancia, conocí cientos de víctimas de abuso sexual. Muchas situaciones se reprodujeron en cada hecho, con consecuencias similares y procesos judiciales parecidos:  

Muchas víctimas tuvieron que atravesar, además del dolor por el abuso que padecieron, los cuestionamientos e incluso acusaciones, del entorno más cercano y/o de terceros.  

Un gran número de víctimas declararon en tantas instituciones, en tantas instancias y tantas veces, que ya perdieron la esperanza que alguien realmente las escuche.  

Y la mayoría de las víctimas vieron concluir el pedido de justicia en una resolución de “falta de mérito”, “sobreseimiento” o “prescripción de la acción judicial”.  

Muchas personas confían que el abusador tiene características especiales que denotan y alertan que es capaz de cometer este delito, desconociendo que en la mayoría de los casos, el abusador se presenta como una persona confiable, amable, amigable. También muchos suponen que nunca podrían ser víctimas de un hecho de estas características, porque ocurre a “cierto tipo de personas, que utilizan cierto tipo de vestimenta, que frecuentan cierto tipo de lugares, que se juntan con cierto tipo de personas y salen en determinados horarios”.  Estos pensamientos o prejuicios son absolutamente falsos, estigmatizantes y peligrosos.  

El abusador puede ser cualquiera, y tratándose de abusos a niñas, niños o adolescentes, en un 80 por ciento de los casos, el abusador es un familiar o conocido de la víctima.  

Utiliza generalmente la cercanía para ganar la confianza de la víctima y/o de su familia y abusar sexualmente, logrando, muchas veces, impedir que la víctima lo denuncie, ya sea por su grado de dependencia, porque supone que nadie va a creerle o por un sinfín de razones que le impiden pedir ayuda.  

Las victimas de abuso sexual en su mayoría son niñas, niños, adolescentes y mujeres. Sin importar otra condición que la de su edad y/o la del género. Y no disminuye el riesgo de ser víctima, el poder adquisitivo, ni el contexto social.  Los abusos sexuales en su mayoría son cometidos “puertas adentro” valiéndose del secreto, del ocultamiento. Sin testigos y cuidando de dejar la menor cantidad de pruebas del delito.  

Tortura. Sin embargo. este abuso sexual cometido en grupo en el barrio de Palermo, que por la duración, por la cantidad de autores y por el sometimiento tiene límites borrosos con la tortura, ocurrió a plena luz del día, en un barrio por demás transitado, frente a la mirada de todos. Con total impunidad, con absoluta indiferencia hacia la vida de la víctima y hacia la mirada ajena. Y con detallada premeditación y organización de roles durante las horas que duraron los delitos (lo digo en plural porque claramente se cometieron varios).  

Los culpables son personas que conviven entre nosotros, que concurren a la universidad, que levantan banderas de derechos humanos, que tienen sus parejas, sus familias, sus amigos y seguramente sus abogados, que probablemente se encargarán, al igual que en la mayoría de las defensas de abusos sexuales, de utilizar todo tipo de estrategias para defenderlos y evitar una condena por el acto atroz que cometieron. Intentarán dilatar el proceso judicial e interponer infinidad de escritos para lograr la absolución de sus defendidos, valiéndose de estrategias que revictimicen, una y otra vez, a la víctima.  

Este abuso sexual, cometido en la via publica, frente a la mirada de todos, que adquirió conocimiento público, lamentablemente no constituye un hecho aislado. Pueden cambiar caracteristicas referentes al lugar, a la cantidad de autores o a otros factores, pero el abuso sexual es un delito que aumenta cada año. Es dable reflexionar si lo que aumenta es el delito o la denuncia, pero sea cual sea la conclusión, las cifras son alarmantes.  

Un informe de ONU Mujeres estima que a nivel mundial 736 millones de mujeres (mayores de 15 años) han experimentado violencia física o sexual por parte de una pareja intima o violencia sexual por parte de alguien que no era su pareja. Esto significa 1 de cada 3 mujeres en el mundo, y cabe resaltar que en este relevamiento no están incluidas las niñas y niños menores de 15 años.  

Preguntas. A esta altura surgen interrogantes: 

¿Por qué este delito tan grave tiene tan poca visibilización en la sociedad, siendo que según los relevamientos las cifras de víctimas son tan altas?  

¿Qué fracasó en la educación, tanto familiar como institucional, de este grupo de estudiantes de nivel universitario para llegar a cometer un delito como el descripto, con absoluta indiferencia hacia la vida de una mujer y frente a la mirada de todos?  

Para prevenir es fundamental: 

Interpelarnos y replantearnos tantos aspectos culturales como respuestas institucionales. Resignificar conceptos equivocados y prácticas arcaicas.  

Acortar los plazos judiciales para lograr condenas que sancionen con todo el peso de la ley estos delitos evitando, en todos los casos, la impunidad de los culpables.  

Mejorar la escucha de las víctimas promoviendo la no revictimización.  

Facilitar y acercar los canales de denuncia a víctimas y terceros.  

Proteger integralmente a toda víctima de este flagelo.

 

*Magister en Infancia. Ex Asesora General del Ministerio Público Tutelar de CABA. Ex Secretaria Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia. Ex Presidenta del Consejo de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de CABA.