Se suele decir que las gestiones de los presidentes del mundo son incomparables. Distintos lugares, distintos momentos, distintas circunstancias. Nadie gobernó nunca en iguales condiciones que las de un par, sea de su país o no. Vale para Alberto Fernández, Angela Merkel, Donald Trump o cualquier otro.
2020, sin embargo, nos trajo un escenario totalmente nuevo. La epidemia de coronavirus, que tuvo alcance global, obligó a todos los primeros mandatarios a atacar, en simultáneo, el mismo problema. Por primera vez, los presidentes del mundo tenían una única prioridad: que el virus mate a la menor cantidad de ciudadanos posible.
A la fecha, Argentina tiene 116.232 decesos por COVID 19, lo que la convierte en la decimosegunda nación con más muertos en proporción a sus habitantes. Teniendo en cuenta que en la actualidad existen casi 200 países, ese número transforma a la gestión de Alberto Fernández y su equipo, en comparación con la de sus pares, en un fracaso absoluto.
Por supuesto que en estos primeros dos años de gobierno hubo otros errores, muchos y muy importantes (pobreza, inflación, inseguridad, limitaciones excesivas a las libertades, etc.). Es más, salvo algún logro de Guzmán, que en un clima de constante incertidumbre logró mantener el dólar relativamente estable y Lammens, que inició un muy interesante proceso de promoción del turismo, todo parece haber sido un gran error.
Dentro de ese gran error, la mala comunicación estuvo siempre presente, no sólo durante la presidencia, sino que fue un problema que Fernández arrastró desde antes de ser candidato. Tal como lo expresé en mi columna El Presidente no tiene quien le escriba, hace cuatro meses, sus declaraciones erráticas vienen de años. Y su reputación, o sea el conjunto de imágenes que se acumulan a través del tiempo, fue con ellas inevitablemente cayendo día a día, teniéndonos a todos los ciudadanos como tristes testigos.
En su libro "El valor del capital reputacional", el autor alemán Michael Ritter sostiene que la reputación tiene cinco grandes componentes: credibilidad, confianza, líderes de opinión, feed back y transparencia en la era digital. Veamos cada uno de ellos desde el prisma de la primera mitad de la gestión.
Un ciclo político que se cierra
Credibilidad: varias veces el Presidente le mintió a la población. Varias veces se desdijo de algo que había dicho. Varias veces hizo promesas que, al muy poco tiempo, no pudo cumplir. El domingo, sin ir más lejos, empezó la noche con tono de velorio y la terminó con un un extrañísimo "celebremos este triunfo" (¿?).
Confianza: si la credibilidad se apoya en la razón, la confianza lo hace en la emoción. Alberto Fernández, salvo en la primera etapa de aislamiento, no empatizó nunca con las penurias de la mayoría de la población. Luego de las elecciones primarias, la llegada de una vocera con problemas de imagen propios, lejos de mejorar empeoró esa situación (ver mi reciente columna Gabriela Cerruti y sus diez mandamientos).
Líderes de opinión: su relación con referentes políticos, de Argentina y el mundo fue siempre errática y desconcertante. Sólo a modo de pequeño ejemplo, vale recordar los idas y vueltas que tuvo con su vice, Cristina Fernández de Kirchner, con el Jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, con el presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou... ¡Y con muchos otros países por los errores en sus filminas!
Feed back: lo mismo que sucedió con líderes pasó con personas de a pie, en forma digital (antes de asumir) y presencial (durante su gestión). Será siempre recordado el escándalo con un joven en la presentación del documento no binario, los reclamos en sus recorridas por el Gran Buenos Aires o su patética escena pidiéndole tranquilidad a quienes luchaban por entrar al velatorio de Maradona.
La mala comunicación estuvo siempre presente, no sólo durante la presidencia, sino que fue un problema que Fernández arrastró desde antes de ser candidato.
Transparencia en la era digital: un ciudadano (periodista pero que no ejerce) Gonzalo Ziver, valiéndose de la ley de acceso a la información pública, solicitó el libro de entradas de la quinta de Olivos y publicó en su cuenta de Twitter parte de la información obtenida. Eso comenzó a develar un escándalo al que le siguió la famosa foto de la "fiesta en Olivos" y su correspondiente video. Cuando en una parte importante del País, y especialmente donde está situada la quinta presidencial, había restricciones muy estrictas (para circular y para reunirse) el número uno de Argentina festejaba un cumpleaños de su esposa con invitados, sin protocolo y dejaba registro digital de ello. Éticamente grave y comunicacionalmente muy torpe.
Dos años atrás, el peronismo ganó las elecciones por 8 puntos. El domingo las perdió por el mismo número. Resignar 16 puntos en sólo dos años es goleada; pero si un equipo va perdiendo 6 a 0 y hace un gol sobre la hora (la leve remontada en Buenos Aires), el sabor no es tan, tan, amargo. "Zapatero nunca" dirán unos. "Consuelo de tontos", otros.
Cuenta la historia que cuando Héctor Veira dirigía a San Lorenzo, uno de sus jugadores se mandó una macana que terminó en gol contrario. El técnico le gritó a modo de reproche amable "Anda a festejar con ellos".
El domingo, Alberto Fernández se fue a festejar con el macrismo.