Desde hace muchos años se habla de la pobreza, una de las mayores deudas que tiene nuestro país con su gente, e íntimamente relacionada a la falta de producción, trabajo y educación, puntales macroeconómicamente indispensables para una sociedad justa, contenedora e inclusiva.
Pero en el mientras tanto, hay algo de lo que se habla poco respecto a este tema, y que a mi entender resulta de fundamental importancia si es que en realidad queremos darle una vuelta de página a este flagelo. Me refiero a la falta de abordaje territorial, esa tarea personalizada que se debe realizar en los diferentes barrios con múltiples características y distintas idiosincrasias.
Cuando hablo de restablecer las “redes humanas”, le doy significancia al hecho de volver al territorio y comprobar in situ cuáles son las verdaderas necesidades de los ciudadanos. Y es ahí, en el trato diario, donde juega un rol central el trabajo de las mujeres. Tal vez porque son generadoras de vida, luchan por proteger la propia familia, pero también lo hacen con esa familia ampliada que es la comunidad en la que viven. Es que son ellas las que conocen sus necesidades, problemas, urgencias y prioridades.
El sociólogo francés Jean Philippe Bouilloud destaca lo importante del papel de las mujeres ”a través de sus iniciativas, para resolver los problemas sociales y políticos de la polis“ y opone claramente “la posición pacífica, constructiva y positiva de las mujeres a la violencia destructora de los hombres”. Por supuesto, no sería justo generalizar, pero es llamativo que las organizaciones que luchan por diferentes problemáticas sociales siempre estén conducidas por mujeres. Ejemplos: Madres del Dolor, Madres del Paco, Madres Territoriales, por sólo mencionar algunas.
Es de vital importancia la intervención territorial porque existe una cristalización de la pobreza que debemos comenzar a romper de manera urgente. Estoy hablando de los cristales de la resignación. Si uno se toma cinco minutos y habla con los vecinos suele escuchar: “es la que me tocó, para nosotros la vida es así, nunca nadie se va a acordar de nosotros, la educación es sólo para los otros”. Esto no puede seguir pasando, por eso es importante la tarea en el territorio, porque hay que ayudarlos a que se reconozcan y se pongan de pie.
Hugo Quiroga, en su espacio “La democracia que tenemos”, sostiene que “pensar en la constitución de formas asociativas que generen prácticas solidarias y espacios plurales de deliberación y control no implica desplazar a los partidos políticos ni al Estado en la construcción y recomposición del orden social”.
Lamentablemente existe un submundo de la acción social basado en el clientelismo, que recurre con frecuencia al toma y daca y cumple al pie de la letra el dicho de que el que reparte se queda con la mejor parte. El aprovechamiento económico, la inequidad y la persecución del rédito político son moneda corriente en la aplicación tradicional de planes sociales.
Nadie mejor que Dana, una referente del barrio Fuerte Apache, para contarlo en primera persona: “un día alguien me dijo que me podía ayudar para darle de comer a los chicos del barrio, pero el comedor se tiene que llamar Ilusiones de la Germán, y ahí le dije que no, vos no te das ni idea el esfuerzo y el amor que hay puesto acá para hacerlo algo político. Entonces levantamos todo y nos fuimos a una placita que estaba enfrente. Desde ahí lo comenzamos a hacer en la casa de mi abuela”.
Por todo esto es mi insistencia para que, fundamentalmente los gobiernos locales, vuelvan a contar con una red de contención que involucre solidariamente a las mujeres -sin especulación política- y haciéndolas participar en el diagnóstico situacional de su comunidad ,en la detección de los problemas y también, en el abordaje de las soluciones.
Pero cuidado, porque están muy cansadas del engaño, de las promesas incumplidas o de exigencias a pertenencia política. El éxito de las llamadas “Manzaneras”, esa red que las mujeres no olvidan, tuvo que ver con la aplicación a rajatabla de este método.
Nosotros creemos firmemente en la mujer, en su capacidad y sensibilidad y su compromiso con la familia, pero también creemos en el hombre. Lo ideal sería poder tirar juntos del mismo carro y en la misma dirección, pero eso sí, en igualdad de oportunidades.
Muchas veces, cuando recorro diferentes barrios y las mujeres me preguntan por las Manzaneras, siento una profunda tristeza al comprobar cómo los diferentes gobiernos que le sucedieron a Eduardo destruyeron ese verdadero ejército de 35 mil mujeres que le donaban horas al Estado para ocuparse de la desnutrición infantil sin recibir un solo peso, ni banderías políticas.
*Ex Senadora de la Nación.