OPINIóN
Educación en pandemia

Sociabilidad y escuela

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Compañeros. El encuentro con otros habilita a los estudiantes a forjar su propia autonomía. | Juan Obregon

La pandemia ha funcionado, en varios aspectos, como un gran experimento a escala planetaria que hubiera sido inimaginable en cualquier otro contexto. Por poner un ejemplo ya frecuentemente citado, si bien se venía coqueteando con las posibilidades del trabajo remoto hace décadas, resultaba impensable entregarse a esa modalidad de un día para otro. Un año después, la mayor parte de los estudios realizados afirman que es una tendencia que llegó para quedarse: crisis es oportunidad, nos recuerdan desde la vereda del optimismo. Sin embargo, no todas las experiencias adaptativas han sido igual de prometedoras. En el caso de la educación, hemos comprobado que las tecnologías no pueden reemplazar aquello que ofrece la escuela, y que probablemente tampoco sea deseable que lo hagan. De ahí la intensa discusión suscitada estas últimas semanas a propósito de la vuelta a clases y la urgencia por retomar el camino de la presencialidad, aún sopesando los desafíos y riesgos que esa decisión conlleva.

Ahora bien, ¿qué es eso que el mundo digital no puede reemplazar? Más allá de las formas específicas de construir conocimiento que habilita el encuentro presencial en las aulas y las dificultades que supone el pasaje a la virtualidad, incluso si soslayamos los enormes problemas de conectividad existentes, hay un elemento que se revela como esencial: la escuela funciona como espacio fundamental para la sociabilidad de las y los estudiantes, para la interacción con pares y el encuentro con el otro. Es un territorio extremadamente valioso porque habilita la construcción de saberes y herramientas que van más allá de lo curricular y que no es posible obtener en ningún otro lado.

Esta certeza nos lleva, sin embargo, a otro interrogante: ¿qué tipo de sociabilidad ofrece hoy la escuela? Quiénes son esos pares con los que nos encontramos y, fundamentalmente, ¿cuán pares son esos pares? El 2020 comprobamos, por un lado, que la capacidad para adaptar el ciclo lectivo a la virtualidad estuvo fuertemente condicionada por el nivel socio-económico de las familias, revelando altos niveles de desigualdad en la continuidad pedagógica a nivel nacional, pero también que al interior de cada escuela el panorama se mostraba mucho más homogéneo. Si bien este no es, por supuesto, el único criterio a tener en cuenta para evaluar el nivel de semejanza o disparidad entre estudiantes, no deja de ser revelador, especialmente en un contexto de creciente atomización social como el que atraviesa nuestro país.

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Reformulemos entonces la pregunta: ¿cuál es el tipo de sociabilidad deseable para la vida escolar?

El encuentro con otros en la escuela habilita a las y los estudiantes a forjar, en simultáneo, su propia autonomía e individualidad, y lazos sociales que preparan para la vida en sociedad, permitiéndoles romper con el núcleo familiar, descubrir nuevas ideas y animarse a pensar por fuera de lo conocido. En este sentido, cuanto más diversa sea la escuela más ricas van a ser tanto esa búsqueda personal como las herramientas a disposición para articular redes y crear comunidad. Cuanto más nos permita encontrarnos en la diferencia, mejor preparados estaremos para vivir juntos. Por eso, si queremos vivir en una sociedad más justa, la respuesta es contundente: debemos empezar por construir una escuela más desigual.

*Directora Ejecutiva de Enseñá Por Argentina.

 

Producción: Silvina Márquez