OPINIóN
Imagen y crisis

Tiempos de incertidumbre y toma de posición

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Larreta. Era el dirigente de buena imagen, pero ya no pisa fuerte. | NA

Vivimos tiempos marcados por el desencanto y el hastío social, una época de pasiones tristes (Dubet) y de individualismos tiranos (Sadin) a la que muchos análisis, de nuestra y otras latitudes, intentan comprender. Todos estos fenómenos globales convergen en nuestro país con una profunda crisis económica y social que profundiza el hartazgo y agrega incertidumbre. Y es en los climas de incertidumbre donde representar implica tomar posición.

Ante la necesidad de certezas y posicionamientos definidos, el desafío es construir narrativas para interpelar y satisfacer esas demandas. En climas atravesados por el descontento, muchas veces, los discursos generalistas y lavados se mimetizan con el ambiente y terminan aportando poco. En el ecosistema de comunicación actual caer en la tentación de querer hablarle a todos, puede volverse un bumerán con el efecto adverso: emitir un mensaje que no llegue a nadie.

El posicionamiento del actual Jefe de Gobierno porteño, quien desde hace dos años es mencionado como uno de los principales candidatos a ocupar el sillón de Rivadavia en el 2023, se está enfrentando a estos dilemas. ¿Es posible sostener una estrategia de comunicación que pretenda abarcar al 70% del electorado? ¿El diálogo es un commodity efectivo en tiempos de intensa polarización ideológica? ¿Es tiempo de claims positivos, de transformaciones que no paran, o de parar la pelota y sintonizar con el malestar general? ¿Es una mayor radicalización la única respuesta a un contexto que se radicaliza?  

Después de la derrota de Juntos por el Cambio en 2019, Larreta se posicionó como el dirigente de la oposición con mayor peso político. Durante el 2020 y parte del 2021 su imagen tuvo un incremento constante en la opinión pública. Pero las lunas de miel no duran para siempre, y ese Larreta ascendente, angelado, que era el dirigente que ostentaba los mejores niveles de positividad ya no pisa con la fuerza de esos días.

Para interpretar los por qué puede haber muchas argumentaciones, algunas simplemente apoyadas en la dificultad que conlleva sostener los posicionamientos a largo plazo, en tiempos caracterizados por la inmediatez y el “scroll” como acción social. Pero hay un dato clave que no deberíamos perder de vista, cuando la pandemia terminó y el contexto cambió, el vehículo con la opinión pública ya no era el mismo para Larreta. Y ese opositor que dialogaba y lograba consensos en medio de una crisis mundial empezó a perder corporalidad y se fue vaciando de sentidos.

Dentro de los dos espacios hegemónicos que simbólicamente disputan la polarización ideológica argentina, hoy vemos que el polo que aglutina al antikirchnerismo está fragmentado y una parte de esos votantes tiene preferencias marcadas por los adversarios cambiemitas de Larreta, y otra parte, desde hace tiempo nada en aguas libertarias. Tanto Patricia Bullrich como Mauricio Macri, tienen un vehículo más sólido con el electorado amarillo, son competitivos y cualitativamente ostentan credenciales que, comparativamente, están conectando mejor con su base electoral. Por otro lado, Javier Milei más allá de leves oscilaciones se mantiene en promedio entre las preferencias del 20% del electorado. Símbolo del hartazgo y mejor intérprete del sentimiento antipolítica, puede presentar un problema aún mayor para Juntos por el Cambio en la medida que se incremente el descontento social, y no haya otros actores que sean capaces de capitalizarlo.

En el caso de Larreta los zigzagueos identitarios hacen que su posicionamiento vaya perdiendo efecto. Desde la estrategia del candidato único, pasando por el dirigente que le habla al 70% de la sociedad, o el que representa la mejor opción en un hipotético ballottage, hasta llegar al candidato que se radicaliza como respuesta al crecimiento de sus competidores internos, vemos cómo fue perdiendo peso gravitacional en la opinión pública, y comenzó a tener dificultades para corresponder y representar a su segmento de votantes.

Mientras el voto halcón se vuelve mayoritario, la estrategia comunicacional hasta ahora, implementada por el Jefe de Gobierno empieza a tener severas dificultades. Su comunicación de gobierno, profesionalizada, cuidada y efectista, empieza a colisionar con una comunicación política no tan robusta y aceitada como la gubernamental. El claim “La transformación no para”, disociado del clima del debate público, evidencia estas dificultades. Y, hasta el momento, su comunicación política siempre la hemos visto más apalancada a tacticismos sometidos a los vaivenes de las internas de su espacio, que destinada a definir los contornos de un posicionamiento político y sostenerlo en el tiempo.

Todavía la comunicación de una de las principales candidaturas presidenciales se traduce en una buena comunicación de la Jefatura del Gobierno de la Ciudad. Falta tiempo y queda mucho por delante, pero el contexto, la incipiente tendencia decreciente en la opinión pública y la dificultad de encontrar el vehículo de representación con el electorado propio, ameritan encender las alarmas. Porque en los tiempos de incertidumbre hay que tomar posición.

*Consultora política (@barbieridani).