Sabemos que los móviles de los seres humanos son muy diversos y complejos en cuanto a su causalidad. Ellos van desde los que buscan distintas formas de promover el bien y la plenitud de la vida hasta los que, movidos por el dominio, el rencor, la envidia y otras pasiones negativas, generan todo tipo de males.
Respecto del cambio de estos últimos, en algunos casos es imposible y en otros se requiere de un larga experiencia sapiencial, tratamiento terapéutico o enfrentarse al abismo. En el recién mencionado, posiblemente, se aplique lo expresado por Borges en el poema Buenos Aires: “no nos une el amor sino el espanto”. El espanto ¿qué o quién lo puede producir? Seguramente algo o alguien que amenaza nuestra existencia. Es decir, un enemigo.
Cambio climático: cuáles fueron las consecuencias para la Argentina en el último año
En un texto de Atilio A. Boron y Sabrina González, denominado ¿Al rescate del enemigo? Carl Schmitt y los debates contemporáneos de la teoría del estado y la democracia, (en Filosofía política contemporánea. Controversias sobre civilización, imperio y ciudadanía. Buenos Aires, CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 2003), señalan -entre otros conceptos- que “...nos preocupa la relevancia que se le adjudica a la obra de un autor que sin la menor duda pertenece al núcleo duro del pensamiento autoritario y reaccionario del siglo XX. Parafraseando la clásica distinción de Schmitt entre amigo y enemigo, nos parece que pretender fortalecer la penetración y el rigor de la reflexión sobre la democracia yendo al rescate de uno de sus más enconados enemigos –tanto en el terreno de las ideas como en la práctica concreta de la Alemania del período entreguerras– constituye un mayúsculo error de apreciación y una muestra elocuente del estado de confusión que reina en el campo del pensamiento supuestamente progresista y contestatario...”.
Luego hacen distintas consideraciones desde la perspectiva de la tradición marxista y expresan su cuestionamiento a “la que adoptan quienes, frustrados ante la esterilidad del dogma, sobreestiman temerariamente toda producción intelectual ajena a la tradición marxista por el solo hecho de serla. Los casos de Chantal Mouffe y gran parte de los restos en descomposición del marxismo italiano son ejemplos paradigmáticos de esta variante. Téngase en cuenta que un pensador tan importante de esa corriente como Giacomo Marramao -quien durante años pontificó urbi et orbi sobre cuál debía ser la ‘lectura correcta’ del legado de Antonio Gramsci- se ha volcado de cuerpo y alma nada me- nos que a la ‘recuperación’ del, según él, injustamente olvidado Carl Schmitt. El caso de Mouffe se inscribe en la misma línea involutiva, atribuyendo a la obra del pensador nazi una estatura y una densidad que crecen en proporción directa con el irreparable extravío en que ha caído la antigua partisana del mayo del ‘68 parisino. En un texto de 1993, esta autora, siguiendo los consejos de la derecha neoconservadora, declaró muerto al marxismo. Esto, claro está, traía aparejado un problema: la desaparición del léxico de las ciencias sociales de toda noción referida al antagonismo social. Por suerte, asegura Mouffe, disponemos del arsenal de conceptos schmittianos para dar cuenta de los antagonismos propios de la vida social y, de paso, aprovechándonos de su incisiva crítica, para “fortalecer a la democracia liberal” ante sus detractores (Mouffe, 1993: 2)”. Luego, en este extenso texto, hacen otras interesantes consideraciones.
Este marco teórico nos puede ayudar a entender por qué distintos líderes, en especial políticos -pero no sólo- necesitan justificar su acción en base a la existencia de un enemigo. A veces este enemigo es real y otras veces es una construcción con elementos ficticios que sirven para abroquelar -de manera incorrecta o maliciosa- un liderazgo. Pues bien, progresivamente se nos viene revelando un poderoso enemigo real y común de la humanidad que avanza sin cesar. Este enemigo produce fenómenos climáticos cada vez más extremos, tanto a corto plazo (inundaciones y sequías) como a mediano y largo plazo como el aumento del nivel del mar que anegará enormes zonas costeras a lo largo del planeta. Es lo que se denomina “el cambio climático”.
Este enemigo tiene fuerzas que lo impulsan como la generación y uso de energías dañinas para el ambiente, que a la vez están asociadas a un modo de producción y consumo insostenible en cuanto a la huella ecológica que producen. Es un tipo de progreso que nos produce mucho daño y sufrimiento, y que es imprescindible cambiar.
Finalmente: ¿Quién es el enemigo? La respuesta la han dado pensadores que van desde Teilhard de Chardin, pasando por Buda y Lord Hamilton, hasta Walt Kelly: somos nosotros mismos. Ojalá no nos vayamos suicidando colectivamente, y cambiemos.