OPINIóN
Sistema educativo

Volver a clase, volver a Sarmiento

El funcionamiento de las escuelas resulta inviable sin los recursos materiales y humanos que tejen la malla institucional de su existencia cotidiana. Si los índices de rendimiento son bajos tal vez están indicando el deterioro del sistema.

El paro docente frena el comienzo de clases
El paro docente frena el comienzo de clases | Télam

Sea porque se trata de la primera vez que un niño toma contacto con una institución escolar al comenzar -aunque sea por unas poquitas horas-, el Jardín; sea porque será el año en que se producirá ese casi mágico momento en que aprenderá a leer y a escribir; o porque iniciará o culminará el tramo final de la escolarización que implica el Secundario. O incluso, porque la escuela vuelve a convertirse en la matriz fundante y vertebradora de la agenda cotidiana de todas las familias. Lo cierto es que la vuelta a clases sigue investida de una trascendencia significativa. Y es bueno que eso ocurra y siga ocurriendo.

Ahora bien, como todo rito iniciático, se trata de una instancia que con toda su fuerza simbólica implica tan solo el momento inaugural de un proceso que se extiende por un tiempo prolongado y sostenido en nuestras vidas. 

De allí que resulte saludable que mucha de la expectativa y significación de aquel acto inicial, social y emocionalmente compartido, se sostenga a lo largo de todo el tiempo que dura la escolaridad. Porque la importancia asignada año tras año a ese “volver a clase” no debe reducirse tan solo a ese día, sino debe expresar el reconocimiento de la significación y centralidad que la escuela –con todos sus componentes- tiene en la vida de todos y cada uno de nosotros.

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Así fue como lo entrevió Domingo F. Sarmiento, la figura a la que desde hace más de ciento cincuenta años quedó indisolublemente ligada la educación en nuestro país. 

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En efecto, en su De la educación popular (1849), Sarmiento recoge sus impresiones de los sistemas educativos de varios países europeos y de Estados Unidos con el fin de tomar de ellos las mejores manifestaciones y aplicarlas al diseño y desarrollo del nuestro. Piezas más grandes o más pequeñas, todas resultan coadyuvantes por igual en el armado de un mecanismo de relojería que, a juicio de Sarmiento, constituye el verdadero motor del desarrollo de las sociedades.

Pero merece destacarse la distinción entre aquellas piezas que apuntan a lo específicamente pedagógico y a los contenidos de la enseñanza –decisivos desde luego-, y todas aquellas que inscriben las escuelas, potenciando su funcionamiento, en un sistema institucional más amplio que le da sustento y continuidad en el tiempo.

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Así y desde luego, al ponderar la importancia de la figura del maestro, Sarmiento afirma que: “La profesión de la enseñanza requiere tanta o mayor preparación como cualquier otra”. Pero también alude y con mucha precisión a la indispensable renta con la que la educación popular debe contar, así como de lo central que desde el punto de vista organizativo tienen los inspectores. 

Muy a contrapelo de los tiempos que corren -en los que parece que la autoridad del maestro resulta cada vez menos tenida en cuenta-, Sarmiento es más que cuidadoso cuando les recomienda a los inspectores: “hacedles todas las observaciones que os parezcan necesarias; pero cuidad de que al salir vos de la escuela, el maestro no se sienta nunca menos bien puesto que antes en el espíritu de los niños y de sus padres”.

Es decir, con toda la responsabilidad que le cabe al docente, Sarmiento diseña un andamiaje para el monitoreo del accionar del docente pero que, al mismo tiempo, le dé sustento y mantenga firme la autoridad que de su rol debe siempre emanar. 

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Es decir, el funcionamiento de las escuelas resulta inviable sin el conjunto de recursos –materiales y humanos- que tejen la malla institucional de su existencia cotidiana. Porque en definitiva, de su progresivo funcionamiento depende el progreso de la sociedad.

Sería bueno entonces que a la hora del diagnóstico en torno a la crisis de la que dan cuenta los bajos índices de rendimiento que acusa la educación argentina, reflexionemos en torno a cuánto ha incidido en aquella un proceso análogo de deterioro de la escuela como sistema. 

No por nada Sarmiento remarcó la necesidad de una concepción integral del proceso educativo: “El examen que de la educación pública he hecho en los países que más han progresado en ella me ha puesto por conclusión de manifiesto a la vista, que hay ya en el mundo cristiano, aunque en fragmentos aquí y allí dispersos, un sistema completo de educación popular que principia en la cuna, se prepara en la sala de asilo, continúa en la escuela primaria y se completa en las lecturas orales, abrazando toda la existencia del hombre”.

Por todo ello, a las puertas de un nuevo ciclo lectivo, volvamos a las aulas con el entusiasmo renovado que trae todo nuevo comienzo. Pero también volvamos a Sarmiento. Y empecemos de nuevo, allí donde eso resulte indispensable. 

*Sociólogo (UBA) especializado en temas culturales. Doctorando en Ciencias Humanas (UNSAM).