Liberty
Una de las tesis más extrañas en la escena política “post” pandemia es esta: que son liberal-libertarios. Y la más extraña de sus proposiciones es que “el liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión, en defensa de la vida, la libertad y la propiedad”. No negamos que estas afirmaciones pueden tener un valor energético para los fieles de ese credo y para lxs crédulos.
El respeto irrestricto y la no agresión son negados, por ejemplo, con la represión terrorista de los miércoles, que se organiza y expande para no pagar un trabajo ya realizado por lxs trabajadores que reclaman ese reconocimiento. Capital que, al no distribuirse, queda en manos de la clase de la gran propiedad, que es la que en parte sostiene y es sostenida por el poder de gobierno. De esto desciende que su concepto de defensa concierne a los integrantes de la clase propietaria, cuyas vidas también defiende. En cuanto a la tan manoseada libertad que dicen practicar, nombra la pérdida de conciencia del valor moral de la libertad. Su libertad es homóloga a la que retrata El gran dictador de Chaplin. En el discurso final pronunciado por la parodia de la parodia de Hynkel sobre un gran escenario de mármol blanco aparece esculpida la palabra Liberty. El poder que parodia Chaplin, análogo al del gobierno en la Argentina, se alimenta de la libertad colectiva de una multitud fascinada. La palabra libertad enfrenta la masa indistinta, indiferenciada, homogénea, uniforme, sin clivajes. Esa disposición teatral nos recuerda -vale reponer esta banalidad- que no es posible organizar ninguna acción política de relevancia sin su necesario sustento social. El poder representado por Chaplin expropia la libertad colectiva y la consume. La inhibe. Cuánto más avance esa libertad, más consumida -exangüe, exhausta, estupidizada- se verá a sí misma la clase trabajadora porque se está ante la libertad de la clase de la gran propiedad.

La palabra (“libertad”) puede que sea la misma, pero alude a cosas diferentes según el campo. Ninguna palabra pronunciada en el campo de la reacción es homóloga a la “misma” palabra enunciada en el campo de la igualdad. La de ellos es la libertad de esclavizar, acción antitética a la del viejo liberalismo: “Liberales eran los burgueses que por sí solos, sin pedir apoyo más que al sentimiento de su responsabilidad, sin pedir otra defensa que la libertad, creaban un nuevo mundo económico y moral, destruyendo los límites de toda esclavitud anterior” (Gramsci, Sul fascismo, p. 102).
Puntos suspensivos
Me gustaría invitar a lxs lectores a un pequeño ejercicio de lectura, que consiste en completar los puntos suspensivos en el párrafo siguiente: “El …. se ha presentado como el antipartido, ha abierto las puertas a todos los candidatos y, con su promesa de impunidad, ha permitido que una multitud informe se cubriera con un barniz de idealismo político vago y nebuloso para el desbordamiento salvaje de pasiones, odios y deseos. El …. se ha convertido así en una costumbre, se ha identificado con la psicología bárbara y antisocial de algunos sectores del pueblo, aún no modificados por la tradición, la escuela, la convivencia en un Estado bien ordenado y bien administrado”. Lo que va en los puntos suspensivos es “fascismo”, si bien parecería referirse al experimento “liberal-libertario”. El pasaje pertenece a Sul fascismo.
Ese poder transhistórico que llamamos fascismo es el desencadenamiento de fuerzas elementales irrefrenables que operan en el ámbito económico y político. En ese cruce de coordenadas se ubica el presidente Milei, un político exasperado que hace alarde de su poder y que en verdad es exaltación desí (degradado). Está apoyado sobre una construcción sólida que se mantiene unida por un poderoso sistema de fuerzas reales.
Euforia en la Rosada por el acuerdo con EE.UU, la visita de Bessent y la cumbre del Mercosur
El fascismo es un fenómeno político de clase media; de esa fracción de la clase media que no se considera integrada a la amplia estructura de clase que organiza su existencia alrededor del trabajo y que se sueña perteneciente a la clase de la gran propiedad, con la que termina aliándose. Se trata entonces de la representación ofrecida a la clase media urbana desclasada, que -con tal de “pertenecer”- se ha ubicado en el lugar de sierva del poder de la clase de la gran propiedad en su versión tecnológico-financiera para inhibir la organización estatalizada de la clase trabajadora. Ese tablado local se hace sostén del gran escenario imperialista norteamericano -que no carece de tensiones en sus entrañas: con el No Kings o con la emergencia del socialista demócrata por ahora teórico Mamdani- en sus disputas globales. La clase media degradada (de)muestra su verdadera naturaleza al gobernar el Estado: la de sierva del absolutismo de la propiedad privada.
Esta representación de la clase media en alianza con la clase de la gran propiedad ha organizado el momento fascista -sigiloso- del siglo XXI, poder que no es carente de consecuencias para la estatalidad. La historia de la clase de la gran propiedad está sembrada de astucias y trampas contra los institutos de lo común. Esa clase para defenderse puede financiar y sostener organizaciones privadas -que responden a intereses privados: aparatos mafiosos o nuevos partidos creados “de la nada”- que para disimular su verdadera naturaleza adoptan actitudes políticas “revolucionarias”. Es el caso del presidente Milei, que se presenta como un agitador, y del ex presidente Macri, que se afirmó con la narrativa del “cambio”. El poder fascista al igual que el poder mafioso se inspiran en el método de la inversión mimética. Desde la organización del peronismo clásico en tanto estatalidad popular esas astucias y trampas tienen el propósito de disgregar la más poderosa defensa de la propiedad -el Estado- para distanciarla de la clase trabajadora y obligarla a servir a los negocios y -hoy- los intereses de monopolios corporativos globales, propiedad de las aristocracias tecnológico-financieras. En el caso argentino: la estatalidad ha sido alejada de la clase trabajadora mientras se la dispone en tanto máquina efectiva para los asuntos existenciales, económicos y de poder de la clase dominante.
La paradoja es que el poder fascista se caracteriza precisamente por la incapacidad orgánica de dotarse de una ley, o sea, de fundar un Estado, que no sea la ley del mercado, por eso niega -por ejemplo- la Ley de financiamiento universitario (la promulgó pero suspendió su aplicación) votada cuatro veces por el Congreso y vetada por partida doble por el Ejecutivo, tal como lo hizo con la ley que garantizaba los fondos para el hospital Garrahan y que ampliaba las partidas presupuestarias para las políticas relativas a la discapacidad. La descomposición del Estado predicada por el presidente Milei -reconocida internacionalmente por una golpista como María Corina Machado en una entrevista con LN, según la cual Milei “representa una sociedad autónoma, una sociedad libre, una sociedad que no es dependiente del Estado”- coincide con una profunda descomposición de la sociedad argentina. Sobre todo de la clase trabajadora, afectada por la superexplotación -su verdadero nombre es esclavitud- del pluriempleo, la desorganización calculada de las organizaciones clasistas y del trabajo (a esto apunta también la reforma laboral, a una reacción contra la gremialidad), la indigencia lingüístico-reflexiva organizada por el poder y expandida por la mediaticidad monopólica que afecta los modos comprensivos y organizacionales de nuestro campo, el confusionismo “informativo” producido por el vértigo de las redes sociales -aparatos del capitalismo digital- y el bajo nivel de civilización al que hemos sido arrojadxs. El poder fascista demuestra entonces su incapacidad para llevar a cabo cualquier tarea histórica de tipo constructivo. El experimento teratológico de gobierno no crea historia. Por eso reclama su revocación o su desplazamiento cual mosca cochera.
Estado de las clases
La alianza clasista de la que hablamos también tiene consecuencias para la clase media nacional que, perteneciendo a la clase trabajadora, por narrativa o acción, o ambas, se inspira en la clase de la gran propiedad. Pues este experimento implica su desintegración: cognitiva y material. Parecería que su fracción mayoritaria se ha subido a la narrativa de la “inflación controlada”,cuando en verdad no puede ocuparse de la reproducción de la vida a la hora de adquirir los alimentos necesarios en el supermercado de la esquina.
Los distintos sectores sociales que configuran la clase media argentina que no se desconecten a tiempo de la experiencia política en acto corren el riesgo de que sus funciones vitales se venzan. Antes de especializarse en prácticas de autotanatismo político y existencial es posible revocar el cretinismo propio.
Por otro lado, al sostener el experimento libertariano la clase de la gran propiedad local, empalmada con el capitalismo productivo -industrial, agrario o comercial- ha derrochado gran parte de su “inteligencia” puesto que esta experiencia teratológica sostiene el capitalismo en su expresividad timbera. La veta tecnofinanciera pretende dominar y subordinar la vertiente productiva del capitalismo y romper todo lazo social entre la clase que organiza su existencia alrededor del trabajo.Si esto se acepta, ni el aparato productivo quedará en pie. En este sentido, la clase de la gran propiedad, que ha constituido un bloque con la clase media urbana desclasada, debe ser desplazada de la conducción del Estado por su incomprensión del desarrollo de la historia del capitalismo, por desorientación y por carencia de previsiones para el futuro del país. “La burguesía argentina, que no tiene ideologías ni programas que puedan ser de atracción para el movimiento de masas, le transmite, en cambio, los fundamentos para el error y los temas de la desorientación” (Cooke, Peronismo y revolución, p. 51).
La incapacidad proyectiva implica indigencia en el presente, pues el experimento expropia y dispone a su antojo de la existencia trabajadora y de los bienes comunes de la nación argentina. Pone a disposición de los tentáculos del capitalismo digital -las banalmente llamadas “aplicaciones”- una parte conspicua de la fuerza de trabajo nacional, aparatos que fugan el 70% del plustrabajo de cada trabajador/a hacia Silicon Valley sin dejar nada para el Estado nacional. Su complemento también debe ser tenido en cuenta: la clase trabajadora nacional ya ha pagado con creces las deudas solicitadas por la clase absolutista de la propiedad privada, que además organiza la explotación y fuga de bienes naturales comunes a través de la exportación de uranio, litio, gadolinio, lantano, cerio, praseodimio, neodimio, prometio, samario, europio, vanadio, cobalto, galio, níquel, platino.
(Inter)nacional
El fascismo a escala nacional es la expresión de un poder que “piensa” que los problemas de la producción y el intercambio pueden resolverse apelando a la financiarización del capital -que produce dinero sin valor, esto es, en ausencia de trabajo humano abstracto: el plazo fijo es un botón de muestra de escala menor- y a la represión.
Ésta es una constante en la historia del fascismo, pues guiadxs por Gramsci recordamos que “en Italia la clase media cree que puede resolver los problemas económicos con la violencia policial/militar; cree que puede acabar con el desempleo a tiros, cree que puede calmar el hambre [...] con ráfagas de ametralladora” (Sul fascismo, p. 97). En cuanto a la financiarización de la economía: refrenda la configuración clasista del fascismo sigiloso del siglo XXI, un poder esencialmente de clase media -aliado sin duda de la clase dominante- porque ésta no tiene ninguna función productiva, pues es una clase que ofrece servicios.
¿Qué es el fascismo a escala internacional? El intento de resolver los problemas de producción e intercambio a través de la violencia política que se expresaa través de mercenarios, drones, portaaviones, submarinos nucleares, “lucha contra el narcotráfico”, genocidios televisados y acciones político-psicológicas dirigidas contra las sociedades a través de lo que banalmente llamaron “redes sociales” -concepto que aceptamos sin resistencias y al cual le concedimos cierto poder democratizador de la palabra- que en realidad son aparatos del capitalismo digital. Lo que ocurre a nivel internacional es que una cosa son las opiniones -de Mr. Trump o de Netanyahu- a favor o en contra de un gobierno, y otra distinta los pareceres respaldados con cañones, tanques, acciones genocidas, aviones, submarinos y portaaviones.
Alternativa igualdad
No puede ofenderse impune y permanentemente el sentido más profundo de las multitudes populares -el sentimiento de la justicia social y la igualdad- para siempre. Las grandes mayorías antes o después dimensionarán el abismo al que ha sido empujada la sociedad argentina y especialmente la clase trabajadora, pues nuestra concepción del mundo puede resumirse en la convicción de que el Mal no prevalece para siempre. Los poderes organizados alrededor de la acción del mal radical no ceden sin antes haber probado el uso de todos los medios de defensa y destrucción dirigidos contra la clase trabajadora. En este sentido, el instante sombrío que atravesamos y la posibilidad siempre latente de una alternativa puede expresarse con un antiguo dilema cookista -peronista y revolucionario- redactado en la década de 1960: “o gobierno del régimen, patronal y oligárquico por naturaleza, o gobierno popular revolucionario de liberación nacional” (p. 43). En la segunda tipología de gobierno, cuando las fuerzas populares logren organizarlo, se cifra una alternativa emancipadora, que deberá hacerse impulsora de la idea y la acción relativa a otra estatalidad. Sin embargo, la emancipación pierde pie cuando no mantiene su propio número: su cohesión de clase. Pierde pie en la clase que orienta su existencia alrededor del trabajo cuando no es lo suficientemente decidida para guiar las expectativas y las esperanzas de las grandes mayorías; cuando se encuentra reconcentrada en una interna que tiene mucho de externa y que profundiza el fraccionalismo histórico del campo; cuando sus líderes son perseguidxs, encarceladxs, asesinadxs; cuando sus cuadros se distancian fraccionando la organicidad de su poder y de su intelecto general. Cuando todo esto acontece, la reacción se sofistica, se adhiere más a su núcleo primordial.
Una nueva estatalidad es un nuevo poder de Estado, fundado sobre la única clase nacional: la trabajadora. Pues es esa gran mayoría -integrada por trabajadores (in)formales, cartonerxs, monotributistas, estudiantes, intermitentes, de plataforma, agrícolas, comerciantes, etc.- la que organiza el aparato de producción y de intercambio construido sobre la base del trabajo argentino. Esta clase constituye la riqueza social del país y, por ende, su riqueza moral. La alternativa depende de ella si logra organizar el fraccionalismo del campo al que pertenece, en la unidad de la diversidad múltiple (sin embargo, la coalición no siempre aumenta las fuerzas), con el propósito de disponerse a instituir un momento político igualitarista, que por cierto “nunca fue principio de los liberales desde que consideran las desigualdades económicas como diferencias naturales y buscar eliminarlas significaría ejercer coerción (sobre el propietario, claro está, que es quien se busca proteger)” (Peronismo y revolución, p. 50).
Instituir la igualdad quiere decir reorganizar la producción y por ende el lazo social que depende de las relaciones de producción. La afirmación de la igualdad en la sociedad capitalista es un imposible por la división de la sociedad en clases sociales, por las reglas de la explotación y de concentración del poder (económico) que rigen las relaciones entre la clase capitalista y la clase trabajadora. Mientras una sociedad siga dominada por el modo de producción capitalista va a existir una oposición entre trabajo excedente y trabajo necesario (y en el interior de las familias, entre trabajo asalariado y trabajo doméstico). Si bien es posible suponer que en un Estado democrático liberal gobernado por una fuerza progresista la tendencia y la lucha por la igualdad de derechos pueden reducir las diferencias entre clases -trabajadora y capitalista-, el proceso de producción de excedente, el plustrabajo, aunque mínimo y pegado todo lo que se pueda al trabajo necesario, correrá por cuenta de la clase trabajadora. Y ese mínimo seguirá asignando una responsabilidad desproporcionada a la clase trabajadora y, potencialmente, facilitará la base material para un sistema de supremacía organizada alrededor de la clase de la gran propiedad (Lise Vogel, El marxismo y la opresión de las mujeres. Hacia una teoría unitaria). La extensión de la democracia liberal, por muy amplia que sea, no puede eliminar la explotación capitalista ni liberar a lxs trabajadores. Sin embargo, es necesario reconocer que en las sociedades capitalistas el grado de desarrollo de la igualdad -esa antigua virtud que se expresa de manera ideativa- depende del desarrollo histórico de la fuerza de los movimientos sociales de la clase trabajadora.
Una insurrección de las grandes masas populares puede romper la fuerza de un poder ultra-reaccionario que se ha cargado un bagaje pesado de actos delictivos -recordaremos un solo nombre, para no abundar: Pablo Grillo- que permanecerán impunes hasta tanto su organización política se mantenga fuerte y, por ende, temida. Quien tiene la fuerza se sirve de ella. La insurrección es una herramienta para transformar las relaciones sociales y puede seguir la traza de varias modalidades históricas: una es la gran movilización popular, que supone la presencia de una vanguardia, un poder y una acción de minoría ubicado dentro del movimiento de masa. Otra modalidad se cifra en el voto, pero para que el voto sea un modo de insurreccionarse hace falta reeducar el espíritu de clase. Esa acción pedagógica -que dé una dirección,que oriente las modalidades comprensivas, que prepare las conciencias- corre por cuenta de las fuerzas del campo de la emancipación. Estas cuestiones están lejos de ser académicas y abstractas.
La finalidad última de la lucha de clases -expresión de un antagonismo moral en tanto universal- no es mejorar los salarios o las condiciones laborales de la clase trabajadora, sino la revolución. Esta práctica política radical, “exceso” de la historia, implica esencialmente un desplazamiento de clase:ubicar en el ejercicio del poder y de la estatalidad a la clase que trabaja y desplazar a la clase propietaria -de la gran propiedad- que hace trabajar a aquella. Se trata de un principio elemental de la existencia: todo ser humano quiere que su actividad (económica, política, moral) sea autónoma y no esté subordinada ni a la voluntad ni a intereses ajenos. La revolución implica una utopía: siempre se lucha para alcanzar algo que aún no se tiene ni existe.
cp