El presidente Alberto Fernández recibió el viernes 10 de abril a Jorge Fontevecchia en la Quinta de Olivos para un nuevo programa de Periodismo Puro, por NET TV. La entrevista se prolongó durante dos horas y se produjo luego de la reunión del gabinete con los expertos de la salud y antes de la conferencia en la que Fernández anunció la extensión de la cuarentena. La pandemia por coronavirus, su consecuente aislamiento y la economía en pausa fueron algunos de los ejes de la charla.
En el extenso reportaje, donde debatieron, entre otras cosas,peronismo, ideologías, derecho, concertación, diálogo político, el CEO de Perfil Network analizó el proceso que en un año convirtió a Alberto Fernández de un desconocido para los que no forman parte del círculo rojo a alguien clave para el cuidado de la vida de los argentinos.
En ese contexto, Fontevecchia le consultó qué era para él ser una “persona normal”. El jefe de Estado aseguró que "ser una persona normal es no olvidarse nunca de quiénes somos, cuál es nuestro origen, compromisos, obligaciones, lealtades, convicciones, ideas. Todo ser humano promedio tiene todas estas cosas. Todos sabemos de dónde venimos, recordamos a nuestros padres, queremos a nuestros hermanos. Todos tenemos compromisos asumidos a partir de valores familiares". Y recalcó: "Me refiero a valores aprendidos. Eso es ser un hombre común".
Sobre este punto, Alberto Fernández afirmó que "es verdad que a veces los hombres comunes tenemos otras responsabilidades". Y aseveró: "En mi caso, llegué a ellas por decisión popular, por el voto. En esas circunstancias, lo que uno no debe olvidar nunca es su condición de hombre común. No olvidarse de lo que vive cotidianamente un hombre común. Todo esto que nos rodea no es mío, sino del Estado, me lo presta mientras sea presidente para que pueda hacer mi tarea del mejor modo, de forma más confortable. A veces sucede que esto le hace olvidar a uno lo que es ser un hombre común porque tiene gran cantidad de cosas resueltas, mientras que la inmensa mayoría de los argentinos no tiene nada resuelto".
Consultado sobre si puede ser también que enfatizara la diferencia con el presidente que lo precedió, "que socieconómicamente ocupaba una posición fuera de la norma, en un extremo de la campana de Gauss", respondió: "Sí. Pero yo no lo hice nunca en ese sentido. Si me preguntan de dónde viene esa idea, su origen está en cuando, con Néstor Kirchner decíamos: 'Somos gente común con responsabilidades importantes'. Nunca quise olvidar mi condición de hombre común. Fui jefe de Gabinete y nunca tuve custodia; siempre manejé mi auto, fui y volví de esa manera. En esos años estaba separado, e iba en mi auto a buscar a Estanislao a la casa de su madre, lo llevaba al colegio y de ahí me iba a trabajar a la Casa de Gobierno".
—Un colegio religioso.
—Soy un católico no muy practicante, no le voy a mentir.
—A la Iglesia le gustaba mucho que usted llevara a su hijo a la escuela. Era un comentario de los obispos.
—Eso es verdad, así cuentan.
"Prefiero tener 10% más de pobres y no 100 mil muertos en Argentina."
—En ese momento, la relación de la Iglesia con el gobierno de Kirchner no era la mejor.
—La verdad es que lo hacía por mi hijo y no por un sentido religioso. Me había separado y quería estar presente al lado de mi hijo. Era jefe de Gabinete, el tiempo no me sobraba, y así sabía que tenía un ratito cada mañana en que podía llevar a Estanislao, hablar un rato con él, que me contara un poco las cosas. Era un sacrificio importante porque implicaba salir cada mañana a las 7 a buscarlo y tener 15 minutos hasta llegar al colegio. Pero era algo elegido, que volvería a hacer.
—¿Raúl Alfonsín también era una persona normal?
—Sí.
—Alfonsín, antes de ser presidente, tomaba el micro para ir a Chascomús. ¿Su criterio de normalidad no excluye una capacidad extraordinaria de la persona en ciertos ámbitos?
—Hay gente normal que es enorme. Saliendo de lo político, Juan Carr es enorme, una persona de una inmensidad humana maravillosa. Y es un tipo común, un hombre normal. Cuando marco la normalidad, no lo hago aludiendo a capacidades intelectuales o de otro tipo. Me refiero a tener la sensibilidad de saber qué le pasa al ciudadano promedio.
—¿Es cuestión de identificarse y tener empatía con la media de la población?
—Exactamente. Y nunca olvidarse de quién es uno.
—¿Ser presidente requiere en determinados momentos una trascendencia del yo?
—Tengo siempre el papel de presidente. Me miraban de otro modo antes de tener el traje de presidente, y eso es inevitable. Nos pasa a todos los que ocupamos funciones de este tipo. Pero cuando habla el presidente, busco que sea con la misma honestidad con la que hablo siempre. No tengo un discurso como el presidente y otro como Alberto Fernández. Debo hacer coincidir ambos discursos porque, si no, sería un infame conmigo mismo. Si tuviera dos discursos, estaría traicionando a la gente o a mí. El discurso de presidente es el mismo que debe tener el hombre investido como tal. Cuando le hablo al ciudadano medio, lo hago porque conozco a ese ciudadano y sé que es la inmensa mayoría de la Argentina. No me cuesta hablarle, porque vengo de ahí. Provengo de una familia de clase media, estudié en la escuela pública, me eduqué en la universidad pública, enseño en la universidad pública, ahí está el promedio de la Argentina. Sé cómo hablarles, porque soy parte de ellos. Esto no va en desmedro de quien esté en otro lugar social. Simplemente, contesto su pregunta.
"Con el coronavirus somos como un ciego que va palpando con el bastón."
—¿Es una ventaja contar con esa posibilidad de empatía mientras que una persona que viene del vértice de la pirámide socieconómica podría tener dificultades para identificarse en el otro?
—No es algo que mida en términos de conveniencia política. Me sale así.
—Pero sería una aptitud.
—Intento buscar el término correcto. Creo no ser políticamente correcto.
—Tiene fama de cabrón. ¿Bajó eso al ser presidente?
—Soy básicamente un tipo tranquilo. Cuando me enchincho, es porque me dieron motivos. Eso es lo que siento.
—¿Y por qué no es políticamente correcto?
—No digo lo que me conviene, digo lo que me sale. A veces eso me trae problemas, pero soy muy genuino. Sepa que cada vez que hablo le estoy diciendo la verdad. No miento, no me gusta mentir, no sé mentir.
—Me cuentan que hay una nueva Virgen en su escritorio, que el 16 de mayo fue a la capilla de Casa de Gobierno a rezarle al cura Borchero y posteriormente, con los curas villeros, rezó un Padre Nuestro. ¿Esta crisis pudo abrirlo a una cierta forma de religiosidad.
—Permanece mi condición de no ser practicante. Como todos nosotros, soy alguien criado con valores judeocristianos. Soy cristiano, soy católico. Conozco y respeto los ritos de la Iglesia Católica, pero no soy un practicante. Es más, durante muchos años fui muy crítico de la Iglesia. Escribí cosas muy severas contra la Iglesia. Fui muy severo con el Papa cuando era Bergoglio. Veía una Iglesia muy alejada de la gente. La Iglesia debía estar siempre cerca de los que menos tienen, de los más desposeídos, de los perseguidos, y notaba que era una institución muy acomodada con los poderosos. Esa era mi mayor crítica, lo que más me alejaba de lo clerical.
—¿Incluso Jorge Bergoglio?
—Alguna vez, hablando con él en un entredicho que tuvimos, él me dijo: “Usted me exige que haga cosas que no puedo hacer. ¡No soy el jefe de la Iglesia, solo soy el obispo de Buenos Aires!”. Pasaron los años y fue papa. Conté muchas veces la anécdota de que hablé con él el viernes anterior a su viaje a Roma cuando terminó consagrado como papa. De casualidad, compartimos el turno del dentista. Hablamos 45 minutos después de que me atendieron. Me acuerdo que le dije: “Tal vez no vuelva más, porque va a ser papa”. Su respuesta fue: “Quédese tranquilo que vuelvo”. Pero no volvió más. No hablé más con él hasta que un día mi dentista me dijo: “Tenés que escribirle a Francisco, siempre reclama que no le escribiste más”. Le escribí y lo fui a ver un día. Fui a dar clases a Madrid y aproveché y crucé hasta Roma. Cuando lo vi, le dije exactamente lo que voy a contar ahora. Mi frase fue: “¿Se acuerda de que siempre me quejaba de cómo era la Iglesia y usted me decía que no podía hacer más porque no era el jefe de la Iglesia? Ahora que sí lo es y lo vi actuar, siento que estoy más cerca de la Iglesia”. Lo dije una vez que habían pasado tres o cuatro años en su rol. Esta es una Iglesia que se preocupa por los abandonados de Africa que Europa rechaza, que bendice a los divorciados, a los homosexuales. Es una Iglesia mucho más abierta, está mucho más comprometida con los sectores que menos tienen. Por eso el otro día recé con los curas villeros. Son personajes enormes. Ahí hay otro caso de personas enormes que no hacen política y que no tienen cargos. De hecho, rezo el Padre Nuestro cuando lo necesito, Aquella vez que le cuento, Francisco me regaló un rosario. Siempre le cuento que ese rosario está colgado en el respaldo de mi cama, ¿Por qué hice eso? Porque cuando me despedí, ese día, me dijo: “Si usted quiere que siga haciendo todas las cosas para que la Iglesia sea mejor, pídale a Dios que me dé muchos años, porque ya soy grande”. Cada noche, antes de dormirme, toco el Cristo y le digo: “¡Cuidá a Francisco!”. No sé si me volví más religioso. Lo que sí sé es que tengo un mayor compromiso al ver el que tiene el Papa, que para mí es muy grande. Y lo dice alguien que ha sido muy crítico de él cuando se llamaba Bergoglio.
"Los peronistas me van a odiar, pero se puede decir que soy un socialdemócrata."
—Italia fue el lugar con mayor cantidad de contagiados con coronavirus. ¿El hecho de que el Vaticano esté en Italia lo llevó a tener una comunicación más continua con el Papa que en el pasado?
—La verdad es que conmigo, con Argentina, el Papa es de una generosidad incalculable. No conmigo. Uno de los grandes daños que la Argentina le hizo al Papa es ver quién se apoderaba de su figura: ver si el Papa era kirchnerista, si era peronista, si era antikirchnerista, si estaba con el campo, si estaba con el gobierno. La verdad es que el Papa es una figura ecuménica, inmensa, que está muy por encima de todos nosotros. Además, es argentino. Y todas las veces que le pedí que me ayudara, me ayudó. No ayudó a Alberto Fernández, fue a la Argentina. Y le estoy inmensamente agradecido. Hablé muchas veces con él, esas charlas quedan entre nosotros. Pero ayudó muchísimo a la Argentina. Los argentinos estamos en deuda con Francisco porque su ayuda llega de un modo muy silencioso. Es un líder moral como hace muchos años el mundo no daba. Propone cosas que nos hacen pensar a los que hacemos política, tales como terminar con la cultura del descarte. Esta idea que se pregonó durante tantos años de que hay gente que sobra en las sociedades. La idea de que nadie se salva solo, la de volver a revalorizar la solidaridad como mecánica para hacer funcionar los engranajes sociales, todo eso es un enorme mérito de Francisco. Le guardo una enorme admiración. Además, estuvo cada vez que le pedí ayuda. Por eso, también le estoy muy agradecido.
—¿Influyó en algo el Papa para su decisión temprana de decretar una cuarentena total?
—En eso intervino mi parte agnóstica.
—¿Cuál sería su parte agnóstica?
—Consultar a los científicos.
—Como Galileo Galilei y el cardenal Belarmino.
—Ahí pesa más lo que los científicos me dicen. No me puedo dejar llevar por la fe en ese caso.
—Sucede lo mismo en el tema del aborto, por ejemplo: suscribe lo que dicen los científicos.
—Sí. Ahí tengo posición tomada desde hace mucho tiempo.
—Usted también sería un creyente en la epistemología.
—Póngale el título o el adjetivo que quiera. Un católico puede entender también el fenómeno del aborto de un modo distinto al de la Iglesia. Además, la Iglesia tuvo una posición diferente. Cuando uno lee a San Agustín o a Santo Tomás, encuentra que tienen párrafos dedicados a abortos permitidos. Después cambió la lógica de la Iglesia.
—Y podrá volver a cambiar en el futuro
. —No lo sé. Pero puede ser. Si la Iglesia cambia para bien, como por ejemplo la de Francisco, que se acercó más a los necesitados, terminó con los actos descalificadores hacia los divorciados, los homosexuales, que amparó e incluyó a los distintos, si cambia en esa dirección, bienvenido sea.
—El poder es un lugar solitario, ¿se siente solo en ese lugar?
—No. Creo estar muy acompañado. No solamente por la gente que colabora conmigo, mi jefe de Gabinete, mis ministros. Me siento muy acompañado por la gente. Siento que la gente tiene conmigo una generosidad enorme.
—¿Más a partir del coronavirus?
—El coronavirus nos enfrentó a todos los argentinos a un dilema, sobre qué es lo importante y qué lo innecesario. La pregunta por dónde están los problemas reales y cuáles son los creados y ficticios. A partir de ahí, es mucho más fácil.
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