—¿Meditar en este momento de pandemia es un acto político?
—En la actualidad no practico la meditación zen, sino la contemplación cristiana. Tengo 57 años. Cuando tenía 40 o 42 tuve la necesidad de exiliarme espiritualmente, de buscar fuera lo que no encontraba adentro. Un camino riguroso de exploración interior que encontré en el zen; luego, el propio zen me devolvió al cristianismo. Estuve desde siempre, pero también desde la meditación desde hace unos diez años aproximadamente. Meditar es una aventura interior. Es un peregrinaje hacia nuestro propio centro. Quizás no haya nada más revolucionario ni más político que cada uno esté en su propio centro, que vivamos como estamos llamados a vivir. Sé la paz que quieres para el mundo. Primero sé tú esa paz y luego podrás de alguna manera irradiarla.
—¿Meditar durante la pandemia puede resultar terapéutico?
—Con el confinamiento en nuestras casas es una invitación a quedarse dentro. No solo quedarse, sino entrar en la propia casa. Tenemos una ocasión de oro para no vivir volcados hacia la exterioridad. Es el problema de nuestra sociedad. Es como quien tiene un auto permanentemente encendido. Ese coche se quemará, porque no supo recogerse, descansar, apagar el motor. La meditación es saber recogerse. Y más en pandemia.
—Se habla de un regreso al Estado de bienestar. ¿La meditación va en el sentido del bienestar?
—En primera instancia sí. Pero quienes meditamos de manera sistemática y rigurosa sabemos que eso es solo un primer estadio. “Meditación” tiene la misma raíz que la palabra “medicina”. Contiene una dimensión terapéutica muy clara, de reconciliación con la propia corporeidad, de limpieza o higiene mental. Pero no se queda ahí, necesita una dimensión trascendente, espiritual, afrontar esas heridas del alma, esas oscuridades, ese territorio sombrío. Los verdaderos expertos en meditación en todas las tradiciones religiosas hablan muchas veces de meditación como combate. En la tradición cristiana, los padres y las madres del desierto, la tradición a la que me remito fundamentalmente, hablan de la meditación como una lucha interior. Para llegar a ese núcleo de luz que somos hay que atravesar un territorio sombrío. No diría que es simplemente bienestar. Más que al estar bien apunta al ser bien.
—Dijo que “en un mundo en el que todo se mueve, sentarse a meditar es una provocación”. Una de las características del virus y de la pandemia es la rapidez de su movilidad. ¿Enfermaríamos menos meditando?
—Estoy seguro. Desde el punto de vista de la neurociencia, se habla mucho de las ventajas de salud que comporta la meditación. Siempre se meditó. La novedad de hoy es que se está convirtiendo en moda, que viene propugnada por el mindfulness. La meditación surgió en un contexto religioso. Hoy se limpió de toda referencia religiosa. Se ha secularizado ese mensaje o ese lenguaje. Se practica como higiene física y psíquica. Hoy es más importante que nunca precisamente porque todo es muy fugaz, muy impermanente. Me gusta la metáfora del río. Somos ese río, somos agua, debemos fluir. Pero el río no es solamente agua. Son las rocas que están en el fondo y permanecen más tiempo. Entonces meditar es encontrar una roca para ver precisamente la impermanencia y la fugacidad de la vida.
—¿Encuentra alguna relación entre esta pandemia y la peste negra? ¿Hay algo de castigo en lo que está sucediendo?
—Desde luego que no. No tengo una idea de un Dios castigador ni muchísimo menos. Creo que eso es una imagen muy antropomórfica e infantil, en definitiva, de la religión. Es cierto que la religión sigue teniendo esquemas infantiles que deben ser trascendidos. No comparto esa idea. La experiencia espiritual que comporta el silencio supone una purificación de todas las ideas religiosas. Como decía el maestro Eckhart, para ir a Dios hay que ir sin Dios. Esto suena muy fuerte, Dios no es tus ideas de Dios, Dios no es tu experiencia de Dios ni siquiera, sino que de alguna manera debemos hacer morir eso para llegar a la verdadera experiencia de Dios. Hay un momento en que se atraviesa una nada, un vacío profundo. Vacío y plenitud son las dos caras de la misma moneda. En lenguaje cristiano sería como decir cruz y luz, o virginidad y maternidad.
—En un reportaje de esta misma serie, el escritor Arturo Pérez Reverte señalaba que quizás estemos enfrentando el fin y el ocaso de lo que llamamos civilización occidental. ¿Hay alguna relación entre la cultura oriental con la meditación que denote una superioridad de Oriente?
—No creo que la cultura oriental sea superior a la occidental; tampoco lo contrario. Nos necesitamos unos a otros. La meditación no proviene solamente del Extremo Oriente. También en el cristianismo en Occidente existió esa tradición de conocimiento silencioso que viene de los padres y madres del desierto, la corriente espiritual por excelencia en el cristianismo, y a lo mejor de la humanidad. Se habla de que en los siglos II, III y IV de nuestra era más de 40 mil personas dejaron las ciudades de Egipto y de Siria para irse a los desiertos. Luego está la corriente del hesicasmo. Hesiquía es una palabra griega que significa la búsqueda de la paz por medio de la quietud, que también pertenece a la Iglesia Ortodoxa cristiana.
“Pensar en un castigo divino en la pandemia es tener una imagen infantil de la religión.”
—En su libro “Biografía de la luz”, escribió: “Esta encomienda de Jesús a ir por todo el mundo no es, desde luego, una justificación para viajar desenfrenadamente, lo que solo prueba nuestra incapacidad de soportarnos, sino lo que hace comprender que para Cristo no hay territorios vedados, que al igual que todo momento, es el momento”. ¿Cómo se puede llegar a la sociedad cada vez más agnóstica con este mensaje?
—Es verdad que la sociedad occidental cada vez está más agnóstica, como se ha apuntado. La religión en Occidente está en declive, pero no tiene por qué ser una mala noticia. A lo mejor es una noticia buena porque nos obliga a replantear. Hay una espiritualidad emergente en Occidente, en la que el cristianismo quizás no tiene la hegemonía. Pero no significa que no podamos colaborar desde nuestra tradición, que es hermosísima, a la construcción de un paradigma espiritual que responda a nuestros tiempos. Esa cita de mi último libro nos habla de la necesidad de aludir al presente. En el cristianismo, quizás de manera un tanto miope, hemos puesto el acento casi exclusivamente en el futuro. El mensaje de Jesús de Nazaret sobre que el Reino de Dios está aquí en medio de nosotros es rotundo. Apunta al presente. Cuando hablo de presente no hablo de presentismo. El verdadero presente está por definición constituido por todos los pasados que lo hicieron posible y abierto al futuro como posibilidad. La pandemia tiene un mensaje ético: debemos cambiar de vida. No podemos seguir de manera tan vertiginosa, viajando como locos. Es necesaria una vida más sencilla. Es el mensaje ético. Luego, el mensaje místico es que todos somos uno. Los místicos dicen que llegan a la experiencia cumbre de descubrir que todos estamos interconectados. Es lo que el virus nos hace descubrir.
—Martin Heidegger comparaba el ser con un fósforo. Una iluminación de un instante que permitía intuir algo. ¿La luminosidad es un sentido?
—Me gusta mucho la metáfora de la luz. La palabra Dios significa luz. Es una metáfora. Necesitamos de las metáforas necesariamente en la espiritualidad. Por eso mística y poética están hermanadas. No sabríamos nada de mística sin poetas que nos lo contaran. Junto al carisma de la experiencia de los místicos, es necesario el carisma de la expresión que tienen los poetas, los escritores. La felicidad nos va a venir por la espiritualidad. Espiritualidad tiene que ver con despertar. Nuestros ojos están cubiertos, nuestros oídos están taponados, nuestro corazón está acorazado. El trabajo debe ser de purificación de los oídos, de la mirada, del corazón para poder ver.
—Dijo que “la mentalidad del europeo medio, y es probable que América Latina siga el mismo rumbo que Europa, aunque de forma más lenta y menos radical, es hoy más budista que cristiana, sin que eso signifique que sea mínimamente budista ni que haya sido nunca realmente cristiana”. ¿Cómo sería en realidad ser budista y realmente cristiano?
—Gran pregunta. Me cuesta más responder qué es ser budista. Mi conocimiento del budismo es muy limitado. De cristianismo sí puedo hablar con más autoridad, porque soy sacerdote católico. Lo que es decisivo en el cristianismo es la persona de Jesucristo. Tiene que ver con una fascinación, me gusta más hablar de fascinación que de enamoramiento con la figura y el mensaje de Jesús. Lo radical lo resumo en la palabra “redención”. No vino al mundo a ser feliz, no a dar un mensaje, sino a redimirlo. Redimirlo significa mostrarnos desde su propia vida que lo oscuro, lo negativo, el mal, no es necesariamente algo malo, sino que puede abrazarse y puede cambiarse de signo. Lo que en apariencia es malo, vivido con amor puede ser causa o fuente para la luz. Un cristiano es una persona fascinada por esta praxis de no huir de lo oscuro, ni tampoco intentar resolverlo, sino abrazarlo amorosamente para transformarlo y cambiarlo de signo. Es un trabajo no solamente de praxis, de caridad o de amor, hacia los sufrientes, sino también es un trabajo contemplativo. Contemplación y acción, ambas cosas de la mano, y si mucho me apuran, primero contemplación. Primero mirar. Este aspecto contemplativo hermana a todas las tradiciones espirituales.
—En una época el progresismo era refractario a la espiritualidad, especialmente la vinculada con el budismo y la crítica esencial que se hacía era que llevaba cierta forma de egoísmo. ¿Es así? ¿Meditar es de derecha?
—Quienes piensan que meditar es una actitud egoísta o egocéntrica es porque no lo hicieron, o no lo hicieron en una escuela rigurosa donde los hayan acompañado y guiado. La verdadera meditación no genera una actitud de aristocracia interior. Genera humanidad. Sabiduría y compasión son las dos caras de la misma moneda. Para saber el nivel de tu vida interior y vida espiritual, mira tu nivel de atención amorosa hacia los demás. Es ahí donde se verifica. Si no, es una mentira y una manipulación. Un criterio de oro es la humildad.
—¿Hay algo generacional en la búsqueda que implica meditar en Occidente? Hay una canción de Fito Páez que se llama “Del 63”, el año en que usted nació y él también.
—Evidentemente. Somos fruto de la historia y de nuestras épocas. En los años 40 en España, donde estoy, no había ese interés. Interés que llegó por la fascinación por Oriente. Hace años fundé una asociación que se llama Amigos del Desierto, y poco a poco está llegando también a Argentina. En nuestra propia tradición están los recursos suficientes como para hacer esta aventura interior. Pero sí es verdad que en los años 60, 70, 80, mucha gente ha emigrado espiritualmente y ha buscado en otros lugares. Estoy de acuerdo con Fito Páez, que por cierto he escuchado en más de una ocasión, que sí, que evidentemente los que hemos nacido en los 60 somos una generación intermedia mucho menos politizada. En mi libro Entusiasmo, un libro bastante autobiográfico, aunque yo prefiero llamar autoficticio, cuento que el seminario de los misioneros claretianos no es que no estuviera muy politizado. La sensibilidad política y social era acentuadísima. Se leían los teólogos de la liberación. Teníamos un semestre de marxismo, nada menos. También un semestre de psicoanálisis. Eso desapareció por completo de los seminarios hoy. Mamé más de la generación de mis hermanos mayores esa idea política que me ayudó mucho y no la desdeño en absoluto.
“La filosofía piensa, la mística contempla; ambas cosas son necesarias.”
—Cita a Simone Weil: “Aunque los esfuerzos de atención fuesen durante años aparentemente estériles, un día una luz exactamente proporcional a esos esfuerzos inundará el alma”. ¿Cómo llegó a ese momento de iluminación? ¿Cómo fue su propio desierto?
—Simone Weil es una pensadora francesa de origen judío. Me entusiasman todos sus libros, en particular A la espera de Dios. Lo quiero recomendar vivamente. Ella habla, entre muchas cosas, de esto de que ningún esfuerzo por la luz se pierde. Desde muy jovencito, desde los 14 o 15, tuve una inquietud espiritual muy grande, un anhelo de Dios. Tuve la fortuna de tener experiencia de la gracia muy joven, con 19 años. Cuando se dicen estas cosas, los que no son creyentes te miran con cara de póquer. Pero realmente la calidad y la autenticidad de una experiencia se verifican por los frutos que produce. El fruto fue que mi vida cambió. Empecé una vocación sacerdotal y desde entonces me he mantenido fiel estos treinta o cuarenta años a esta llamada. También en estos últimos veinte años de práctica rigurosa de la meditación tuve algunos momentos de una cierta clarividencia. No me gusta llamarla iluminación. Normalmente, cuando nos sentamos a meditar, lo que nos encontramos es que nuestra mente es la loca de la casa. Tenemos un parloteo interior enorme. Meditar es silenciarse. Significa que si tienes una habitación muy llena de cosas, no puedes distinguir bien lo que hay, pero si empiezas a quitar cosas, a vaciarla, se empieza a ver mejor. Con la mente pasa igual. Esa es la primera fase, la de purificación. La segunda fase es la de la iluminación. La iluminación está en estricta correspondencia con el vacío, con el vaciamiento. Solo se escucha la conciencia cuando no está tan llena de parloteo. Lo que se escucha, como dice el hinduismo, como decía Ramana Maharshi, es “yo soy”. ¿Qué significa esto, “yo soy”? Que uno no es sus circunstancias. Podría no ser escritor y seguir siendo Pablo d’Ors. Podría no ser sacerdote y seguir siendo Pablo d’Ors. Podría no ser español y seguir siendo Pablo d’Ors. Hay un paso más: no solo descubrir qué soy. También soy amado. ¿Qué significa esto? Es la experiencia de Jesús en el Jordán, relatada metafóricamente en los Evangelios. Se mete en el agua de purificación, limpieza, sale, escucha la voz, está representada por esa paloma que baja, se abren las puertas del cielo, se abre la percepción de los sentidos y escucha la voz que le dice: “Tú eres el Hijo amado”. Yo soy amado. Amado significa que el mundo, el universo, no me es adverso, sino que me es propenso. Es la experiencia de la confianza radical.
—¿Hay una relación entre obstinación y deseo?
—Usted trae palabras muy bonitas a la charla. “Obstinación”, por ejemplo, una palabra muy de Hermann Hesse. Suelo decir que todo lo espiritual es sencillo y que solo lo sencillo es espiritual. Todos buscamos a Dios, aunque no lo llamemos así. Todos tenemos un anhelo, una sed de plenitud, que no tiene que ver ni con los instintos ni con los deseos. El anhelo es el deseo esencial. Las respuestas que se nos dieron desde la Iglesia Católica y todas instituciones no satisfacen al alma humana. Seguimos en búsqueda. O se ritualizaron demasiado o se han intelectualizado demasiado. Solo puede saciar al alma humana algo profundamente elemental, profundamente sencillo. Sucumbimos a la tentación de intelectualizar. Los seminaristas dedican mucho más tiempo al estudio de la teología que a la vida de oración. Se le da mucha más importancia al intelecto que al alma en cuanto a la inversión del tiempo. La búsqueda espiritual, lo quieras o no, te convierte en un tipo un poco marginal. Que una persona sea convocada por un medio para hablar de espiritualidad es algo muy insólito. Es la primera vez que pasa en muchas décadas. Significa que están cambiando las cosas. Hoy lo espiritual interesa, porque existe una zozobra ante el materialismo o el consumismo reinante. Una propuesta espiritual es necesariamente contracultural. Hay que dialogar con el mundo, pero también muchas veces hay muchas propuestas del mundo a las que hay que decir “no”. Y sí, hay que ser un poco obstinados. Se precisa mucha sed, no dejarte engañar por sucedáneos.
“Dios no es tus ideas de Dios.” “Intelectualizar es un riesgo espiritual.”
—Sobre su proceso interior escribió: “Porque todo egocentrismo, también el mío, llevado a su extremo más radical, muestra su ridiculez e inviabilidad”.
—El ego no es otra cosa que ese afán que tenemos todos los seres humanos de apropiación y de autoafirmación. El ego es necesario y nos ayuda en este mundo. Pero claro, no podemos vivir solo desde el ego porque no vemos las cosas. El trabajo espiritual consiste en que ese foco que te ilumina permanentemente puedas girarlo para iluminar al mundo. Se empieza a ver el verdadero color de las cosas. Un cierto egocentrismo para empezar el camino espiritual es importante, esa obstinación nace precisamente de ese egocentrismo sano. No se trata de matar al ego, sino de darle juego y ponerle un coto.
—¿Cómo se hace para apagar el ruido en una época donde existen las redes sociales y la cantidad de información se multiplicó?
—Porque eso es hoy más necesario. En los retiros de iniciación a la meditación que imparto en Amigos del Desierto siempre digo que una condición básica es tener los teléfonos móviles apagados. Si nos vamos de retiro pero seguimos conectados es una ficción de retiro, una pequeña mentira con la que queremos engañarnos. Nos engañamos, de hecho. En un mundo donde la conexión con el exterior se convirtió en dogma, cortar esa conexión se transforma en algo prácticamente heroico. La verdadera vacación, el verdadero descanso, sería apagar los teléfonos móviles y mirar qué tenemos dentro. Nos daríamos una sorpresa.
—Uno de los libros claves de René Descartes es “Meditaciones filosóficas”. ¿Qué relación encuentra entre el cogito cartesiano, el “pienso, luego existo” y el estar como forma de ser?
—A partir de Descartes nace el racionalismo. La actitud del intelectual, es decir aquel que exalta la razón, es diametralmente opuesta a la actitud del sabio. Lo intelectual no es lo sapiencial. El intelectual es aquel que intenta penetrar en la realidad para desentrañarla, para comprenderla. El sabio es aquel que permite que la realidad entre en él. La actitud intelectual, cartesiana, fundamentalmente penetrativa, busca analizar. Quien recibe puede sintetizar. El conocimiento racional, y el contacto con la palabra en general, es necesariamente analítico: sujeto, verbo y predicado. La actitud del sabio, o la actitud del que trabaja ya no con la palabra sino con el silencio, que también es una forma de conocimiento, aunque muy inexplorada, es una actitud sintética. No multiplicar, unificar. Unir, reunir o reunificar. No quiero echar por tierra la tradición reflexiva, intelectual, faltaba más. Pero existe también una tradición no reflexiva, meditativa, no intelectual, sino sapiencial. Es decir, mística. La filosofía piensa: la mística contempla. Ambas cosas son necesarias. En la tradición católica, o cristiana, tuvimos grandes filósofos. También grandes místicos. En algunos casos místicos y filósofos han coincidido en la misma persona, y esto es algo muy hermoso. En esa fusión entre mística y filosofía, entre razón y fe, hay un territorio fecundo.
—¿Qué diferencia hay entre quietud, que parecería ser una virtud innecesaria para el pensamiento, para la meditación y para la reflexión, y la parálisis?
—La quietud es voluntaria y la parálisis es involuntaria; es fruto de un accidente o un trastorno. La quietud es el silencio del cuerpo. Como la mente debe silenciarse, también el cuerpo debe hacerlo. Eso es la quietud. Cuando estamos quietos, estamos más atentos que al movernos. La meditación fomenta la atención. La quietud reduplica la atención. Hay gente que pregunta: ¿pero se puede meditar caminando? Se puede, pero se logra menos atención, hay más dispersión.
—Su organización se llama Amigos del Desierto. Para los medievales, el desierto era más una idea que una geografía. ¿Hay desiertos no geográficos?
—El desierto es el paisaje espiritual por excelencia en la cosmovisión judeocristiana y musulmana. Lo es junto con la montaña. Si hubiese que elegir dos paisajes espirituales son desierto y montaña. El desierto es el lugar de la purificación y la montaña es el lugar de la iluminación. Limpiar, purificar, es lo que significa el desierto, un período o camino largo y duro. Pero luego también para no quedarnos, sino subir, ascender, otro símbolo muy bonito, otra imagen preciosa. Y en todas las tradiciones las revelaciones, las iluminaciones, se dan precisamente en la cumbre de la montaña. El desierto es la necesidad primordial del alma contemporánea. El ruido es el principal terrorismo y por tanto necesitamos callar y limpiar todo eso. La Biblia nos narra la historia del pueblo judío, que tiene que atravesar el desierto para adquirir la conciencia étnica de que son un pueblo. Cuando salen de la esclavitud de Egipto son solo individuos alienados. Cuando llegan a la tierra prometida se constituyen en pueblo. Europa tiene que volver al desierto, volver a peregrinar, para descubrir nuestra identidad. El desierto es todo eso que hay entre la esclavitud y la plenitud.
“El psicoanálisis llama ‘inconsciente’ a un territorio sombrío”
—¿Hay relación entre meditar y la asociación libre?
—Mi maestro Franz Jalics apunta a cómo lo que él dice tiene sus correlatos en el mundo del psicoanálisis. Hay una correlación. Con Jalic y también con Carl Jung, yo llamo el territorio sombrío lo que en el psicoanálisis se llama el inconsciente. Con todo ese territorio oscuro construimos un envoltorio para no sufrir. Y ese envoltorio es lo que hay que romper cuando uno medita para atravesarlo: es el núcleo central, pues ese envoltorio es lo que se llaman mecanismos de defensa en el psicoanálisis. Hay una correspondencia, porque en definitiva cuando estamos hablando de la identidad humana, del alma humana, necesitamos un lenguaje. Los lenguajes al final pueden ser más o menos análogos, más o menos correspondientes.
“Veo más pluralidad en la Iglesia que en los partidos políticos”
—¿Cómo es su vínculo con el papa Francisco y con el Vaticano? Fue asesor de la Santa Sede durante cinco años.
—Tengo una admiración enorme por el papa Francisco. Soy un sacerdote del papa Francisco. Me parece que no está aquí por casualidad. Lo que dice y plantea responde a la necesidad de este momento. Con todas las dificultades, lleva el timón de la Iglesia. Mi vínculo con él es de admiración. Hace unos años recibí una llamada de uno de sus colaboradores. Me dijeron que contaban conmigo. Me sentí tremendamente honrado. No me lo esperaba en absoluto porque siempre estuve lejos de cualquier tipo de responsabilidad eclesiástica de gobierno. El Vaticano tiene que tomar nota de lo que está pasando culturalmente en los países. Los asesores fuimos los portavoces de ese proceso. Los treinta asesores más los 14 miembros del Consejo de Cultura teníamos reuniones plenarias para debatir distintas cosas. Descubrí que la pluralidad que hay en la Iglesia es infinitamente más grande de lo que parece. Suelo decir que si buscamos una institución democrática miremos a la Iglesia. Se escuchaba todo tipo de voces. Hay gente muy diferente con comportamientos sumamente distintos. Yo veo mucha más pluralidad en la Iglesia que en casi todos los partidos políticos.
—Dijo textualmente: “La tradición cristiana parece que hoy no responde a la sensibilidad contemporánea y más o menos la desechamos. Ese es precisamente el drama”. ¿Se podría decir que el papa Francisco rompe con la tradición por el camino de la sensibilidad?
—No, no creo que rompa con la tradición. El arte de este papa es justamente mantener los dos polos: el de la renovación y el de la tradición. Tenemos unas raíces muy hondas, y eso nos da fortaleza frente a las dificultades de la vida contemporánea. Pero si esa tradición no se renueva es puro conservadurismo. La fidelidad exige la creatividad. No se trata simplemente de conservar el patrimonio, sino de actualizarlo. Una de las razones de este declive de lo cristiano en el mundo contemporáneo es que la propuesta cristiana no está formulada ni presentada en el lenguaje y en la sensibilidad del hombre y la mujer contemporáneos. Es el trabajo fundamental del pastor, y a su modo Francisco lo está haciendo.
—Su iniciador en la meditación fue el sacerdote jesuita Franz Jalic. Jalic tuvo una relación con Jorge Bergoglio cuando estuvo en la Argentina y fue secuestrado. ¿Qué contó sobre el actual papa?
—Tuve el privilegio de conocer personalmente a Jalic en 2013. Murió ese año. Conocerlo fue el descubrimiento de un maestro. Lo visité después de leer su libro, que recomiendo vivamente a todos los que nos están escuchando. Se titula Ejercicios de contemplación. Es el libro más importante de meditación de este siglo en la tradición cristiana, al menos de lo que yo conozco. Me concedió una entrevista diaria durante los diez u doce días que estuve allí. Yo tenía un triple interés. Primero por él, por su persona, luego por su método, porque me parecía muy luminoso y clarificador. También quería consultarle cosas de mi propia vida personal. Cuando le preguntaba sobre su vida, lo tengo recogido en apuntes y demás y alguna cosa también he publicado, me respondió a todo. Menos precisamente a esta pregunta que me acababa de hacer sobre el papa Francisco. Cuando le pregunté sobre este asunto de su secuestro, de la reconciliación y demás, me dijo: “Todo lo que tengo que declarar se lo dije a la prensa”. Fue la única vez que no me quiso decir nada especial, quizás porque estaba cansado de que le preguntaran sobre este asunto.
—¿El Papa medita de alguna manera?
—Tengo la convicción de que el Papa medita. Hace oración contemplativa, hace silencio. Meditar significa que no estás permanentemente con recursos imaginativos o discursivos, sino que se hacen espacios de silenciamiento. Todo orante profundo tiene momentos contemplativos, de meditación. Estoy seguro de que el Papa los tiene. Escribió sobre la importancia de la práctica meditativa. La meditación que propugno es lo que en el cristianismo se llama la oración contemplativa.
Producción: Pablo Helman, y Debora Waizbrot.