A Vera le gustaba salir a trotar. Lo hacía cuando vivía en la ciudad de Jimki, en Moscú, y también cuando su familia se instaló en el barrio "El Ensueño" de Moreno, en el año 1999, escapando de la guerra en Chechenia. El 6 de mayo de 2010, día de su cumpleaños, repitió esa rutina que tanto le gustaba. Pero no volvió más.
Vera Tchestnykh había cumplido 26 años. Era la única hija mujer de una familia rusa. Su desaparición -de la que se cumplen diez años- derivó en una seguidilla de muertes violentas en la familia que hasta el día de hoy nadie puede entender.
La mamá, Ludmila Kasian, una ingeniera de 56 años, fue asesinada de tres balazos el 13 de noviembre de 2010, y dos de sus tres hijos varones, Ilia (29) y Sergei (19), murieron en dudosas circunstancias cuando escapaban de la justicia Argentina.
El más chico de los hermanos falleció en un hotel de la ciudad de La Paz, en Bolivia, el 8 de septiembre de 2011. Seis meses después encontraron sin vida a Ilia en una playa de Salaverry, en el noreste de Perú, con un disparo en la cabeza.
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Estas tres muertes no hicieron otra cosa que reforzar la hipótesis de la desaparición forzosa de Vera. Para el fiscal de Delitos Complejos de Mercedes, Juan Ignacio Bidone, a cargo de la investigación, la joven rusa habría sido asesinada por su madre. Eso -en parte- podría explicar todo lo que sucedería después.
La relación entre Vera y Ludmila "no era buena", según pudieron reconstruir los investigadores, en base a los testimonios de allegados y vecinos a la misteriosa familia. De hecho, existe un antecedente en la Justicia: Vera había denunciado a su mamá por malos tratos.
Sin embargo, la mujer fue una de las principales impulsoras de la búsqueda de su hija, pese a las dificultades que tenía con el idioma. “Ella fue la que más se preocupó por la desaparición de Vera. Estaba desesperada”, recuerda a PERFIL María Esther Cohen Rua, directora de la Comisión Esperanza, una ONG que se dedica a buscar personas desaparecidas, y una de las personas que más conoce el caso.
Vida en Argentina. Valeri Tchestnykh -también ingeniero-, su esposa Ludmila y sus hijos Ilia, Sergei, Vera y Andrei vivían en una casa situada de la calle General Hornos, entre Samaniego y Víctor Hugo, del barrio El Ensueño, en la localidad de Cuartel V.
En mayo de 2010, cuando Vera desaparece, Valeri y Ludmila estaban separados y Andrei se había mudado a una casa de enfrente. El padre de Vera manejaba un taxi y vivía en la ciudad de Buenos Aires, aunque algunas versiones indicaban que, en realidad, se trataba de un ex espía ruso.
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Cuando los policías llegaron a la casa de Moreno encontraron el cuerpo de Ludmila con tres disparos y cubierto por una frazada. Los hijos dijeron que habían sido asaltados y que su madre había muerto en medio del robo, una hipótesis que a los investigadores nunca les cerró.
Bidone avanzó en la pista familiar, al mismo tiempo que seguía buscando indicios del destino de Vera. En un allanamiento realizado por Gendarmería, encontraron el arma con la que había sido asesinada Ludmila: una pistola 9 milímetros que estaba en la habitación de los hermanos, oculta en el gabinete del CPU de una computadora. Ilia era fanático de las armas. En el ReNar figuraban cuatro armas a su nombre: tres pistolas 9 mm y un fusil Mauser .308.
La evidencia obligó a los hermanos a escapar. Ilia y Sergei salieron del país en el taxi de su padre. Se supone que lo hicieron con identidades falsas. En la casa de Moreno los investigadores habían quedado sorprendidos por la cantidad de pasaportes que encontraron. La explicación de la familia no fue muy convincente: dijeron que eran de Ludmila porque hacía certificaciones.
La fiscalía pidió la captura internacional de los hermanos rusos. Interpol publicó las fotos de los prófugos, pero recién nueve meses después llegarían las primeras novedades. Sergei aparecería muerto en un hotel de La Paz, en Bolivia, curiosamente propiedad de un hombre de la misma nacionalidad que el fallecido.
La versión oficial dice que murió ahogado en su propio vómito debido a una sobredosis de drogas, aunque siempre sobrevoló la sospecha de que podría haber sido envenenado. Sin embargo, nadie hasta el día de hoy puso en discusión la teoría inicial.
Ilia estaba con él, pero la repentina muerte de su hermano lo obligó a buscar un nuevo destino. Estando prófugo dio una entrevista a 24con en la que habló de la desaparición de su hermana y la trágica muerte de su mamá. Dijo que no estaba en la casa cuando Ludmila fue asesinada: “Lo primero que hice fue avisarle a mi hermano Andrei que vive en frente de mi casa. Me empecé a sentir mal, entré en un estado de histeria, y Andrei me sacó de la casa, él era el único que mantenía la cordura. Después vinieron los forenses, los peritos, no vi cuando sacaron a mi madre, no quise ver… La última vez que vi con vida a mi madre fue el viernes a la tarde, la llevé a la estación de Moreno, ella se quería cortar el pelo y comprar algunas cosas, yo le dejé 300 pesos y de ahí me fui a trabajar”, recordó.
¿Y Vera?
Sobre Vera contó que pensaron que había ido a festejar su cumpleaños con sus amigos. “La buscamos y no estaba con ninguno de ellos. Recorrimos el barrio porque había salido a caminar, y no la encontramos. Yo mismo allané descampados, unos terrenos y no la encontré. Radicamos la denuncia. Visitamos prostíbulos de la provincia de Buenos Aires, fuimos a Merlo, a José C. Paz, a centros de rehabilitación, comunidades, pero nada. La policía dijo que hizo rastrillajes, pero a los dos meses cerraron la causa diciendo que se había ido por sus propios medios. Después se comprobó que la policía ni la había buscado. Tenían que patrullar la Ruta 24 y 25, informaron que la habían rastrillado, pero nunca habían buscado”, reveló aquella vez.
Ilia siguió viaje. En su plan nunca estuvo la posibilidad de regresar a la Argentina para rendir cuentas con la Justicia. Quería volver a Rusia. Y en barco.
En marzo de 2012 estaba en Perú con su novia Svetlana Jlebushkima (22), también de origen ruso. En la playa de Gramadal, a 14 kilómetros de Trujillo, apareció muerto con un disparo en la sien. A un costado quedó su pistola 9 milímetros, algunos proyectiles y un frasco con dosis de cocaína. Los planes de volver a Rusia habían terminado de manera trágica y sospechosa.
Con la muerte de los hermanos la investigación del asesinato de Ludmila terminó archivada. De Vera no se supo más nada, aunque hace dos años el papá recibió una pista que resultó siendo falsa: le dijeron que la habían visto caminando en Mar del Plata.
Los investigadores siguieron varias pistas, no sólo la que apuntaba al círculo familiar. Se barajó la posibilidad de un secuestro vinculado a trata de personas, un ataque de los guardias de seguridad de un country a los que les molestaba que Vera ingresara a correr sin permiso y hasta un mensaje mafioso de la mafia rusa. “La verdad es que nunca pudimos avanzar con ninguna de las hipótesis que trabajamos. Siempre dudé de la culpabilidad de los hijos en el crimen de Ludmila, y es el día de hoy que tengo dudas sobre si la familia tenía enemigos en Rusia”, reflexiona Cohen Rúa.
Lo cierto es que a diez años de la misteriosa desaparición de Vera, su foto continúa en los sitios de personas perdidas. Andrei, el único de los cuatro hermanos que sobrevivió a la tragedia familiar, no se fue de Moreno: se recibió de abogado en noviembre de 2016 y hoy tiene su propio estudio jurídico. Valeri, el papá, sigue manejando un taxi por las calles de Buenos Aires. Rehizo su vida. Hace un mes volvió a casarse.