En el acto del Chaco, la vicepresidenta Cristina Kirchner se quejó porque hay trabajadores que son pobres. El presidente Alberto Fernández recientemente admitió que queda mucho por hacer para recuperar el poder del salario y que mantendrá la asistencia social aun reforzándola si fuera necesario.
Lamentablemente seguramente deberá reforzarla porque la pobreza rozaría al 50% de la población para el año próximo. Un dolor profundo en el alma de cualquiera. Sobre todo porque la mitad de esa mitad serán niños; niños sin pasaporte al futuro ni documento de identidad contra el hambre.
De la mano de una inflación que no cede ni con este gobierno ni tampoco con el anterior, lo que más sube es lo imprescindible: la comida. Hasta el momento, ningún gabinete ni equipo económico logró encorsetar la suba de precios que galopan a un ritmo de dos dígitos anuales.
Alberto F prometió en marzo cuando el índice mensual llegó a 6,7% declararle la guerra a la inflación. Es un objetivo que aún no llegó y no hay alivio en los bolsillos nacionales.
Este martes el Indec difundirá la medición de mayo que, seguramente, será menor a 6% pero superior a 5%. El Gobierno lo presentará como un gol: una estrategia de desaceleración inflacionaria. En cualquier caso la suerte estará echada para precios desbocados cuando aún faltan siete meses 2022. De hecho las primeras mediciones privadas de alimentos en junio ya anticipan subas semanales cercanas al 3%. (Aun así hubo chistes empresarios de mal gusto vinculados a la remarcación).
Abundan datos surrealistas. En el país del asado, el consumo de carne vacuna cayó a su peor nivel en cien años, con apenas 47,8 kilos per cápita, producto de la crisis económica, la pobreza y un cambio de paradigma en los gustos de la gente.
Los datos surgen de proyecciones realizadas por la Bolsa de Comercio de Rosario y el Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina (IPCVA).
La caída del consumo va en paralelo con la baja del PBI per cápita. Lo mismo pasa con el consumo de leche o los hábitos de consumo que buscan las compras por unidades en lugar de por kilos aun cuando se trate del pan, por ejemplo.
Hay otros países, en cambio que por casi eso de inflación anual provocan temblores mundiales, como por ejemplo, la suba del 8,6% en los Estados Unidos en los últimos doce meses, la más alta en cuarenta años, que arrastró a todos los mercados. Argentina con muchísimo más que eso no asombra a nadie. Tampoco pareciera hacerlo a la dirigencia política y toda la demás que convive con un mapa de familias enteras sin vivienda ni la posibilidad de hacer cuatro comidas diarias para no ser pobres.
La pelea, en todo caso, se limita a buscar culpables mientras que la gente sigue sin llegar a fin de meses, aún trabajando mucho más que ocho horas diarias o teniendo más de un trabajo para poder vivir. El 62% de los hogares del AMBA admitieron en una reciente encuesta que no les alcanzan los ingresos familiares para treinta días y más del 30% reconoció que pasó hambre en el último año.
Eso, que tanto duele, se naturalizó en Argentina.
Hay señales en el horizonte que siguen sin provocar cambios de fondo. Por ejemplo, la escasez de gasoil que paraliza a casi todo el país por la falta de combustibles en los camiones, que en algún momento dejarán de transportar alimentos o garrafas provocando escasez, suba de precios y a lo mejor falta de productos.
Otro ejemplo, las inversiones privadas no crecen y el empleo en este sector, tampoco desde 2011.
Esta semana Argentina cerró una semana catastrófica en los mercados protagonizando una crisis de confianza. Los bonos en pesos y dólares volvieron a derrumbarse el viernes, impulsando la suba del Riesgo País a los máximos niveles de los últimos veinte meses.
Todo eso ocurrió a pesar de haber obtenido dos buenas noticias como la suba internacional del precio de la soja y el aval del FMI a la primera revisión así como guiños para futuras flexibilizaciones de metas.
Esa señal mira una prueba clave que deberá sortear esta semana el ministro Martín Guzmán: saldrá a fondearse al mercado el jueves próximo. Sin contar las turbulencias que podrían marcarle el ritmo a una semana financiera agitada en materia cambiaria.