Las fuerzas centrípetas son las que atraen a los objetos hacia un centro y producen concentración. Las fuerzas centrífugas, en cambio, expulsan los objetos desde el centro hacia la periferia y producen fragmentación.
La estructura política bipartidista o bicoalicionista tiende a potenciar las fuerzas centrípetas: para ganar una elección se precisa conquistar a los indecisos y a los adherentes blandos del campo opositor. Esa fue la lógica electoral en 2007, cuando Néstor Kirchner fue a la búsqueda de Julio Cobos para completar la fórmula presidencial de Cristina, y ella misma, todavía desconocida, podía decir que imitaría a Angela Merkel, la centroderecha alemana.
También fue la lógica electoral de 2015: Macri, con el consejo de Marcos Peña y Jaime Duran Barba, para ganar desarmó su alianza de derecha con López Murphy y corrió su discurso al centro con Prat-Gay, y no Dujovne o Melconian como ministro de Economía. Y la de Cristina Kirchner en 2019 al elegir al “socialdemócrata” Alberto Fernández como candidato a presidente del Frente de Todos y aliarse con Sergio Massa.
No fue la lógica electoral de 2003, cuando la ley de lemas fragmentó la oferta electoral en tres peronismos: Néstor Kirchner, Carlos Menem y Rodríguez Saá compitiendo como candidatos presidenciales. Ni tampoco la lógica electoral de 2011, cuando la oposición estaba fragmentada en tres candidatos presidenciales de peso similar: Lavagna, Carrió y Hermes Binner. Lo que le permitió a Cristina Kirchner, junto al halo de la reciente viudez, ir por todo y triplicar en votos a sus contrincantes.
La división en una de las dos coaliciones podría generar la división en la otra porque ambas se mantienen unidas en parte por la amenaza que significa la unión de la otra.
¿Será 2023 una competencia electoral donde tomen impulso las fuerzas centrípetas como en 2007, 2015 y 2019? ¿O donde tomen ímpetu las fuerzas centrífugas como en 2003 y 2011? La conformación de dos grandes coaliciones coloca incentivos al desarrollo de fuerzas centrípetas, aglutinando cada coalición un ala más progresista y otra más conservadora. Y, a la vez, en los márgenes de cada coalición una fuerza externa que está al acecho de quitarles sus adherentes más extremos: el trotskismo del Frente de Izquierda de los Trabajadores al Frente para la Victoria, y los libertarios a Juntos por el Cambio. Los seis campos en que se divide el mapa político actual de la Argentina a los que nos hemos venido refiriendo en estas columnas varias veces.
El crecimiento de cualquiera de las dos fuerzas externas y marginales a las dos grandes coaliciones tensa la cohesión interna dentro de ellas mismas, tentando a los halcones del PRO a asociarse con los libertarios, tentando al kirchnerismo a darle batalla al trotskismo, extremando su discurso. Esto es lo que comenzó a suceder después de las elecciones de medio término de 2021. Si el crecimiento de Milei y en menor medida del Frente de Izquierda de los Trabajadores encontrara su techo y hasta comenzara a descender en intenciones de voto y aprobación, las fuerzas centrífugas dentro de cada una de las dos coaliciones se aplacarán. En ambos casos dependerá de la evolución de la economía. Si empeora, los extremos potenciarán su ímpetu; si la economía mejora, las preferencias de la sociedad se moderarán.
La llegada de Daniel Scioli al gabinete como ministro de la Producción y la necesidad de Alberto Fernández de llevar a Sergio Masa a la Cumbre de las Américas para apaciguar su rechazo al regreso de Scioli al Gobierno reflejan un eventual conflicto de representación de ambos por el mismo campo ideológico: el centro del Frente de Todos.
Las críticas de Macri al “populismo” de Yrigoyen, padre del radicalismo, reflejan el conflicto de identidad entre los halcones del PRO y el resto de los componentes de Juntos por el Cambio, sumado a la angustia que les produce comenzar a dudar sobre cuánto conviene la emergencia electoral de Milei.
La existencia de una coalición genera la otra. El Frente de Todos en 2019 es una respuesta a la creación electoralmente exitosa en 2015 de Cambiemos como coalición del PRO, la UCR y la Coalición Cívica. La división en una de las dos coaliciones podría generar la división en la otra porque ambas se mantienen unidas en parte por la amenaza que significa la unión de la otra. El problema que tuvo el surgimiento y posterior ocaso de la tercera vía o la ancha avenida del medio, desdibujada en 2019 tras la autoexclusión de Juan Schiaretti y el peronismo de Córdoba más la deserción de Massa al Frente para la Victoria, fue el resultado de la propia fuerza centrípeta que genera la existencia de dos coaliciones: absorben casi todo atrayendo hacia alguna de las dos coaliciones toda fuerza de centro. Estados Unidos o Inglaterra, cada país con su pétreo bipartidismo, hacen imposible la emergencia de una tercera fuerza. En Europa la inexistencia del bipartidismo, más que crear una tercera fuerza, fragmenta el campo político en cuatro, cinco y hasta seis fuerzas expectantes de algún día formar gobierno. Demostrando que la inexistencia de bipartidismo o bicoalicionismo genera fuerzas centrípetas que producen fragmentación y no solo una tercera fuerza.
Argentina pasó de bipartidismo a bicoalicionismo, se verá si fue un tránsito al modelo europeo o una forma más o menos estable de salvar el modelo anglosajón.
La fragmentación siempre es electoral, luego para gobernar hay que concentrar, dificultad mayor en los regímenes no parlamentarios como Argentina, lo que queda demostrado en los desencuentros entre los distintos componentes de la coalición oficialista que quizás pudieran ser también relevantes de gobernar Juntos por el Cambio a partir de diciembre de 2023 ya sin el PRO como un primus inter pares del radicalismo.
La grieta mediática es otra fuerza centrífuga, tiene su propia lógica en la fragmentación de las audiencias como resultado de la proliferación de nuevas plataformas y medios de comunicación que atomizaron las audiencias de los medios tradicionales: si lo que hay que defender es un nicho, la endogamia es la única herramienta.
En 2019, las fuerzas centrípetas comenzaron a declinar al mismo tiempo que el éxito de los medios fragmentarios proliferó. Si bien se influyen, medios y política no tienen necesariamente que seguir la misma lógica. En ocasiones los medios anticipan a la política, en otras la política anticipa a los medios. En ambos casos la economía juega un papel condicionante.
Tres modelos de organización de representación política tiene el mundo: partido único, (China), bipartidismo (Inglaterra y Estados Unidos), multiplicidad de partidos competitivos (Europa continental). Argentina pasó de bipartidismo a bicoalicionismo, se verá si fue un tránsito al modelo europeo o una forma más o menos estable de salvar el modelo anglosajón.