La democracia argentina recién daba sus primeros pasos y el 19 de marzo de 1985 Raúl Alfonsín era recibido en Estados Unidos por el presidente Ronald Reagan diciéndole de forma amenazante: “Quienes ayudan a nuestros enemigos son nuestros enemigos”, refiriéndose a la simpatía del gobierno radical por la revolución sandinista en Nicaragua que había puesto fin a la dictadura de Anastasio Somoza, quien junto a su padre y hermano gobernaron Nicaragua desde 1937. Sobre el primer Somoza Franklin Delano Roosevelt había acuñado su célebre frase: “Somoza es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”, la que varias décadas después Henry Kissinger copió para referirse al hijo del primer Somoza.
En 1985 todavía eran épocas en las que los presidentes norteamericanos, especialmente los del Partido Republicano como Nixon, Reagan y recientemente el anacrónico Trump, estaban acostumbrados a tratar a sus pares latinoamericanos como dependientes. Ronald Reagan ni siquiera reparaba en que hacia solo tres años su país había apoyado a Inglaterra en la Guerra de las Malvinas pudiendo aplicar esa frase el propio Alfonsín para los Estados Unidos con mucho más justificativo y enojo. Pero la hegemonía es eso: naturalizar la dominación hasta hacerla inconsciente tanto a quien la aplica como a quien la recibe.
También en 1985 estaba todavía plenamente vigente la Guerra Fría y la ex Unión Soviética, pero Alfonsín no se calló y le respondió a Reagan cuestionando a quienes pretendían resolver sus diferencias apelando a la fuerza, sin respetar el derecho a la libre autodeterminación de los pueblos, remarcándole el principio internacional de no intervención. Por entonces, Estados Unidos financiaba militarmente al grupo nicaragüense Contras (por contrarrevolucionarios), lo que más tarde probó la Corte Internacional de Justicia de las Naciones Unidas establecida en La Haya en el “Caso Nicaragua contra Estados Unidos”. Reagan abastecía de armas a los Contras desde su Agencia Central de Inteligencia y para hacerlo sin la aprobación del Congreso de su país vendía ilegalmente armas a Irán para tercerizar el financiamiento de la contrarrevolución nicaragüense, lo que desató el escándalo “Irán-Contras”, promovido por la entonces oposición del Partido Demócrata con mayoría en el Congreso.
Alfonsín también denunció frente a Reagan el injusto orden internacional. Dijo: “Al lado de la esperanza está el temor de América Latina. El temor que nace de comprender que hay expectativas insatisfechas en los pueblos. Las democracias han heredado cargas muy pesadas en el orden económico. Una deuda que en mi país llega a los 50 mil millones de dólares y en América Latina en su conjunto está en alrededor de 400 mil millones de dólares”. “Esto conspira contra la posibilidad de desarrollo, crecimiento y justicia. Esta es, sin duda, una de las grandes diferencias entre nuestros dos países; nosotros apoyamos la filosofía que usted ha señalado, la filosofía de la democracia, la libertad y el Estado de derecho que nos iguala”. El ciudadano, para “ser respetado cabalmente en su dignidad de hombre, no solamente tiene que tener la posibilidad de ejercer sus derechos y prerrogativas individuales, sino que debe tener la posibilidad de vivir una vida decorosa y digna”. “Pretender de nuestros pueblos, en esos sectores, un esfuerzo mayor, sin duda alguna es condenarlos a la marginalidad, la extrema pobreza y la miseria. La consecuencia inmediata sería que los demagogos de siempre buscaran en la fuerza de las armas satisfacciones que la democracia no ha podido dar”.
Sorprende casi cuatro décadas después de aquel discurso de Alfonsín, cuando la democracia en la Argentina tiene hoy una autoridad mayor fruto de su persistencia y los Estados Unidos ya no son la potencia económica hegemónica mundial, ni Biden comparable con Reagan, que el tono crítico del discurso de Alberto Fernández en la Cumbre de las Américas genere en algunos sectores temor por las consecuencias geopolíticas que podría haber producido.
El dos veces embajador argentino en Estados Unidos, Diego Guelar, hizo la mejor síntesis de ese sentimiento. Escribió que “Juntos por el Cambio debe pedir disculpas” –a Estados Unidos– “por las sandeces expresadas por el Presidente y comprometerse a corregirlas en la próxima administración”. Y agregó: “Esta colección de altanería y mentiras ofende a la República Argentina y su pueblo”.
Visiones así de la oposición hacen quedar oficialista hasta al diario Clarín, cuyo título de tapa fue “Frente a Biden, Fernández defendió sin exagerar a Cuba y Venezuela”.
Vale la pena leer en nuso.org/articulo/cumbredelasamericas-estadosunidos/ el artículo titulado “Síndrome de la superpotencia frustrada” sobre el debilitamiento geopolítico de Estados Unidos escrito por Juan Gabriel Tokatlian, vicerrector de la Universidad Di Tella, doctor en Relaciones Internacionales por la Universidad John Hopkins y autor de varios libros sobre las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. Tokatlian compara la primera Cumbre de las Américas en 1994 en Miami con esta última, las únicas dos del total de nueve que se realizaron en territorio norteamericano. En 1994 China no era una superpotencia capitalista, no existía la Unión Europea, ni el multilateralismo, ni los alimentos eran estratégicos.
La propuesta de Biden de crear junto a Canadá, Brasil y Argentina una “OPEP de las alimentos” (proteínas en lugar de petróleo) evidencia el factor estratégico que la producción agrícola en alta escala pasó a tener al tiempo que el precio de la soja llegó a los 655 dólares, superando su récord de septiembre de 2012.
Leer el mundo con ojos pos Guerra Fría de los años 90 puede llevar a cometer grandes errores. Así como hay que deconstruir percepciones de género y tantas otras que quedaron obsoletas, también hay que deconstruir perspectivas geopolíticas arcaicas para ver el mundo como es hoy.