Algo extraño viene sucediendo en la política. Normalmente los candidatos a presidente ocultan las malas noticias y medidas impopulares que llegarían a tomar si fueran electos presidentes. El paroxismo fue Carlos Menem, quien en 1989 promocionó su candidatura diciendo que aplicaría un “salariazo” tras asumir. En 2015 Mauricio Macri prometió “pobreza cero”, además de bajar fácilmente la inflación. O Cristina Kirchner para su primera presidencia en 2007 prometió “republicanismo alemán”, diciendo que se inspiraría en Angela Merkel cuando al gobierno de su marido se lo acusaba de poco institucional.
Como Alsogaray con Menem en los 90, Milei podría ser un facilitador para las ideas del PRO
Con la procacidad hasta ingenua que lo caracterizaba, Menem fue sincero al confesar, siendo ya presidente, que “si decía lo que iba a hacer no me votaban”. Y Jaime Duran Barba no solo en modo campaña sino cuando era el factótum de la comunicación de Cambiemos ya en el gobierno se la pasaba conteniendo la sinceridad de los funcionarios del PRO para que no informaran malas noticias y omitieran en sus explicaciones ideas concretas apelando a comunicar solo sentimientos.
En los últimos meses de Federico Sturzenegger como presidente del Banco Central, en marzo de 2018, se realizó en Buenos Aires una reunión del G30, que convoca a destacados actores del mundo financiero global. Estaban desde la actual secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen, por entonces saliente presidenta de la Reserva Federal, el ex secretario del Tesoro Larry Summers, premios Nobel y ex presidentes de bancos centrales de Brasil, México y Suiza, entre otros. En la cena de clausura del evento había invitados argentinos, Sturzenegger llevó a Jaime Duran Barba a explicarles a los miembros del G30 cómo había ganado el gobierno las elecciones últimas (octubre de 2017), y se me acercó Domingo Cavallo para decir: “Este hombre (por Duran Barba) tiene la culpa de lo que está pasando, convenció a Macri de que no se podían dar malas noticias y no se comunicó a la sociedad la necesidad de reformas desde el comienzo del mandato”.
Cuatro años después, y ya sin Duran Barba como jefe de campaña, el precandidato presidencial Horacio Rodríguez Larreta pareciera tener la táctica opuesta, y sin el menor temor al sincericidio viene anunciando lo que serían malas noticias para distintos sectores. Comenzó la primera semana de mayo cuando en el Foro de Llao Llao, ante un selecto grupo de empresarios, anunció que en el próximo gobierno “tendremos cien horas, no cien días”, forma inequívoca de comunicar un plan de shock en las antípodas del gradualismo.
Siguió la semana previa a la pasada anunciando que si resulta electo presidente en 2023 aplicará una reforma laboral y otra previsional, colocando a los sindicatos en alerta máxima, para concluir –¿por ahora?– diciendo que no se podrán eliminar las retenciones como hizo Macri al asumir. En el Consejo Interamericano de Comercio y Producción, consultado por el presidente de la Unión Industrial, Daniel Funes de Rioja, dijo: “Antes de bajar las retenciones hay que garantizar el equilibrio fiscal”.
Repartir al mismo tiempo “malas noticias” tanto para el mundo del trabajo como el del capital es una demostración de autoconfianza de un candidato, estrategia que el tiempo confirmará como correcta.
Los sindicatos y los analistas políticos hacen otra lectura: Rodríguez Larreta sabe que es más difícil gobernar con éxito que ganar una elección presidencial. Y para llevar adelante reformas hace falta legitimidad electoral que empuje a los legisladores menos definidos a acompañar el humor social. Si un candidato obtiene más votos que ninguno diciendo qué medidas tomará, su triunfo en las elecciones es un plebiscito de esas medidas, que quedan también aprobadas por la mayoría de la sociedad.
Cuando Mauricio Macri, en la fallida búsqueda de su reelección, dijo que si tuviera un segundo mandato haría “lo mismo más rápido” comenzó a recorrer el camino antiduranbarbiano, pero la mayoría de la sociedad de 2019 no estaba convencida de ese rumbo ni de la capacidad de ese piloto de conducirlo. El humor social en 2023 y la eventualidad de otro piloto (Macri no descartó volver a intentarlo) pueden hacer mayoritarias ideas que cuatro años no lo eran.
El crecimiento de la popularidad de Javier Milei, emergiendo como un fenómeno electoral, contribuye también a ponderar en el debate público discursos de centroderecha como moderados frente a las formas más extremas del líder libertario. En el reportaje de PERFIL, Carlos Melconian definió metafóricamente a Milei como “el rompehielos Almirante Irizar”, la nave de vanguardia que va abriendo camino a la flota que navega detrás.
A pesar de la ira de Milei con Larreta, podría terminar siendo funcional a sus reformas
La visión económica de Rodríguez Larreta y sus equipos económicos, tanto el que comanda Hernán Lacunza como los aportes de Luciano Laspina, está tan lejos de Milei como del kirchnerismo, pero ese centro de gravedad se corrió hacia la derecha en estos últimos cuatro años haciendo políticamente correctas menciones que en 2019 hubieran sido “piantavotos”.
Milei puede terminar siendo involuntariamente funcional a Rodríguez Larreta, captando el descontento más visceral que ideológico de una parte de la población que hasta podría haberse canalizado a la extrema izquierda, trasformado en legisladores que terminen votando en el Congreso las eventuales reformas de Larreta.