POLITICA
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Camarada Fernández

La política exterior es, en buena medida, un salón de espejos para consumo interno. Su intrínseco valor estratégico se desdibuja en las pretensiones y rencillas de la coyuntura.

Alberto Fernández, Mao y Lenin.
Alberto Fernández, Mao y Lenin. | Perfil

Hay quienes les asignan a las relaciones exteriores de un país rotundos componentes ideológicos. Pero se equivocan o exageran o mienten. El supuesto giro al comunismo de Alberto Fernández que comprobaría sin dejar ninguna duda este viaje a Rusia y a China, quedaría pisoteado por la historia argentina del Siglo XX y de este siglo: las relaciones de nuestro país con la China comunista se normalizaron hace 50 años exactos, de la mano del dictador Alejandro Agustín Lanusse, que de comunista o peronista no tenía nada; y si hablamos del peronismo actual, la gran puerta de Oriente le fue abierta a Néstor Kirchner por Franco Macri, el papá de Mauricio, cuando el actual Presidente de la Nación era jefe de gabinete y Franco –con Mauricio como accionista- fabricaba autos chinos en Uruguay y buscaba quedarse con el tren Belgrano Cargas (casi lo logra). 

Es cierto: Rusia y sobre todo China son actores geopolíticos de peso, por lo que representan en sí mismos de unas décadas a esta parte y por sus eternas contradicciones con los Estados Unidos. Pero también –o ante todo- representan tentadoras oportunidades de negocios e, incluso, la posibilidad de contar con salvavidas inesperados, como últimamente lo fueron las vacunas de ambos orígenes, con las que comenzó a inmunizarse en la práctica nuestra población; o como pueden serlo distintas líneas de créditos e inversiones urgentes en carpeta, en este mismo viaje, sobre todo en materia energética.

De tal modo, la presencia de Alberto Fernández en los Juegos Olímpicos de Invierno en Beijing puede ser tomada como una “traición” a Washington y al quinteto de países sajones que decidieron boicotearlos, aunque meterse en esa brecha también puede resultar una jugada muy oportuna para un país capitalista arruinado como el nuestro, pero capitalista al fin. La dirigencia política china –mucho más que la rusa- funciona como la gerencia general de un gigantesco holding de empresas públicas y privadas que, sin la venia directa de las más altas jerarquías del PCCh, no pueden llegar a ningún acuerdo con nadie.

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En esa monumentalidad china pesan los gestos, hasta los más mínimos. Hace unos días, acá en Perfil, la economista y politóloga china Lu Xia, residente en nuestro país, resaltaba un dato que puede meter una chispa entre mística y risueña en la reunión del domingo entre Fernández y Xi Jinping. En el horóscopo chino, Xi es serpiente, mientras que Fernández es chancho. Se dice que “cuando la serpiente ve al chancho, llora”, porque uno es un signo de fuego y el otro, de agua. Es decir, chancho apaga serpiente.

Cristina Kirchner también es serpiente. Hasta ahora, el chancho Alberto no parece haberle metido mucho miedo que digamos, aunque podría decirse que la hace llorar bastante. Ahora bien, aquellos que están diciendo que el viaje a Rusia y a China del Presidente tiene entre sus objetivos ablandar a una CFK acaso persuadida de que el entendimiento con el FMI es demasiado pro yanqui, no sé…, creerán que La Jefa se chupa el dedo. Tampoco ella celebra ese viaje y por ahora calla por cuestiones ideológicas. Business are business, podríamos decir. O que donde se come, no se defeca.