Me contactó hace unos cuatro años por mensaje de Facebook. Esto de andar investigando y opinando y apareciendo por la tele parece que le otorga a uno cierto halo de solución, al menos en grado de tentativa. Tenía para contarme “algo que te puede interesar”. Era su propia historia negra. O, mejor dicho, la de un personaje por entonces poco conocido en las páginas políticas nacionales, pero de crucial importancia en el armado de la estructura que llevaría a María Eugenia Vidal a convertirse en el batacazo del 2015.
Antes de responderle, revisé su perfil, su bio, sus fotos. Stalkeo preventivo, digamos. Las redes sociales pueden ser muy engañosas. Más redes que sociales, en fin. Googleé al tal Mosca. Hice algunas consultas sobre el portador de ese apellido envuelto de tantas evocaciones desagradables. Pasaron un par de semanas hasta que nos encontramos.
Mi primera imagen de “V.A.” (la llamaremos así, ya que por orden judicial su identidad está bajo reserva): jean; botas marrones con plataforma tipo china, cartera y camperita al tono, sobre un sweter claro de cuello redondo; más bien morocha, ojos pardos, cara lavada, sin make-up… Joven. Desenvuelta. Profesional, hija de profesionales del interior bonaerense. Militante macrista, por aquellos días ilusionada con ganarle a los K, convencida de un triunfo que lo cambiaría todo…, menos, tal vez, su incertidumbre personal. Estaba confundida, sin saber qué hacer. Cómo actuar. Atormentada. Física, psicológica e ideológicamente en carne viva. ¿Cómo podía ser que un jefe político, armador territorial del milagro que los unía, fuese un abusador al que había sufrido en carne propia? ¿De qué cambio estábamos hablando si la carrera de alguien puede depender de abrir las piernas o cerrarlas?
Quedé a su disposición para lo que decidiera. Le sugerí que, antes de exponerse y exponer al tal Mosca, se garantizara el apoyo de su familia, de sus compañeros, de la mayor cantidad posible de otras víctimas y acudieran, en lo posible todas juntas, a la Justicia. Las mujeres que denuncian “esta clase de cosas”, a fuerza del machismo reinante, suelen ser rechazadas incluso entre sus congéneres. El abuso sexual es la versión más primitiva del abuso de poder. Tanto peor si se trata de un poderoso en serio.
En todo este tiempo, volvimos a cruzarnos en persona pocas veces. Menos que los dedos de una mano. La seguimos por chat.
Yo tenía las manos atadas. Si empezaba a hacer preguntas, podía ponerla en riesgo contra su voluntad. Había que esperar. Una primicia no vale todo. Cada vez conocemos más relatos de mujeres sobre lo que les costó revelar circunstancias así. Todavía manda el miedo. Hay entornos que recomiendan callar, porque para qué meterse en líos. Sin llegar al más grave “bueno, vos algo habrás hecho”. La pulsión por escribir me permitió tomarme una sola licencia creativa. La convertí, deformada, en uno de los personajes femeninos de mi novela “Locos de amor, odio y fracaso”. Peggy, una ciberactivista de la campaña viral #CárcelALaYeguaYa. Ni siquiera me atreví a mencionar de cerca ningún episodio de “violación”, para no levantar la perdiz. El libro es bastante realista y actual.
“V.A.” quedó sockeada cuando Manuel Mosca fue designado presidente de la Cámara de Diputados provincial y su esposa, Gladys González, se convirtió en figura oficialista del Senado de la Nación. Estaba sola. Con ese hombre metido en sus pesadillas y en el diván del analista. Con esos manoseos imborrables en la piel y las insinuaciones eróticas, jadeantes, en la oreja humedecida.
Sintió que todo empeoraba cuando Mosca pasó a ser una especie de adalid en la lucha contra la violencia de género, inaugurando centros de asistencia junto a la gobernadora y otros popes partidarios. No podía creer que la senadora González fuera la voz cantante del feminismo durante las sesiones para debatir el aborto seguro.
Pero algo se le modificó adentro el 11 de diciembre del 2018. La denuncia pública de Thelma Fardin contra Juan Darthés la sacudió en lo más íntimo. Decidió que ya no podía callar más. Que se debía a sí misma un grito. Caiga quien caiga y cueste lo que cueste. Me contó por Whatsapp su determinación. Dijo que tenía “apoyos importantes” en la estructura nacional del PRO. Vino a verme a la redacción de PERFIL a fines de enero de 2019, acompañada por un pariente muy cercano de una primerísima figura del oficialismo a nivel nacional (el hombre prefiere manetenerse anónimo, por ahora). Ensayamos los trazos gruesos de una estrategia para visibilizar su caso. Antes de cualquier movida mediática debía existir denuncia judicial. Antes de cualquier denuncia judicial, lo mejor sería sumar más casos concretos (los rumores, a esa altura, ya sobraban). Hablé por teléfono con dos de ellas. Me contaron los detalles de sus padecimientos. Preferían no exponerse, por razones familiares y laborales. Constaté, con el apoyo de colegas, la existencia de, al menos, cuatro situaciones similares más. La liebre, por fin, estaba por saltar.
El jueves 25 de abril de 2019, mientras entrevistaba a Thelma Fardin para mi programa digital “En el barro (y clandestino)”, me acordé todo el tiempo de “V.A.”. Logró sorprenderme cuando me escribió, la mañana siguiente. Era como si la hubiera llamado por telepatía.
-Ya está. Voy para adelante.
-¿Lo denuncias?
-Sí, ya está.
-¿Sola?
-No. Hay un montón de gente que me apoya. Ya te vas a enterar. Pero no quería dejar de contarte.
-¿Estás bien?
-Muy aliviada. ¡Y gracias por todo!
El sábado 27 de abril de 219, se presentó en la Oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema. La titular de la Oficina Anticorrupción, Laura Alonso, fue con ella: no sólo había escuchado previamente su testimonio, sino el de otras dos mujeres. A “V.A.” la respaldan unos 25 dirigentes, legisladores y altos funcionarios de “Cambiemos”, entre los que se cuentan el secretario de Cultura, Pablo Avelluto, el rabino Bergman y el filósofo Alejandro Rozitchner, asesor discursivo de Mauricio Macri.
El lunes 29 de abril de 2019, la recibió Marría Eugenia Vidal. Alonso se ofreció a quedarse afuera, pero la gobernadora le pidió que también participe de la reunión. Por sugerencia de su jefa máxima, Manuel Mosca pidió licencia en su cargo legislativo. Y se presentó ante la Justicia platense para denunciar una “extorsión”.
-¡Pero qué extorsión más extraña, avalada por legisladores y ministros! -ironizó ante este periodista uno de los referentes "M" nombrados en el párrafo anterior.
Aún no se sabe qué juzgado ni qué fiscalía se harán cargo de la pesquisa. Lo que sí se sabe es que esta historia continuará.
*Director de Contenidos Digitales y Audiovisuales en Editorial Perfil.