“Cuando abrieron los ataúdes faltaba Matilde. La habían sustituido con huesos de un pie envueltos en una manta, para despistar”, le cuenta a PERFIL, con los ojos empapados, Carlos Miranda. Este ingeniero mecánico, de 61 años, perdió a su hermana, su cuñado y a dos de sus tres sobrinos el tres de septiembre de 1976.
Esa noche, el ejército los asesinó a todos, mientras dormían en una casa en Martínez. Pero Matilde, que en ese entonces tenía seis meses, nunca apareció. Eran tiempos de impunidad para los militares. Se sentían dueños de la vida y de la muerte. Se apropiaban de los bebés como si fueran trofeos de guerra. Y se los quedaban o los vendían.
Recién con el regreso de la democracia, algunas de estas verdades comenzaron a salir a la luz, otras, tres décadas después, siguen ocultas. Miranda es el tío de Matilde. Es el tío de quien, sospecha, está hoy en manos de otra familia, con otro nombre. Es el tío, está convencido, de Marcela Noble Herrera, hija adoptiva de la dueña del multimedios Clarín. Y llevó esa convicción a la Justicia en 1999. Pero la Justicia todavía no le ha dado ninguna respuesta.
La pelea del Gobierno con Clarín y la media sanción de la ley que permite la extracción de ADN de forma compulsiva para restituir a los hijos de desaparecidos pusieron el caso Noble sobre la mesa de discusión. La dueña del multimedios más grande de la Argentina declaró, oficialmente, que encontró a Marcela en una canasta en la puerta de su casa en San Isidro, aunque en esa época vivía sobre la calle Libertador, en Capital Federal. Las Abuelas de Plaza de Mayo con esa y otras sospechas la denunciaron en 1993. Y más tarde, con el patrocinio de Alcira Ríos, Carlos Miranda se convirtió en querellante para reclamar por la identidad de la joven adoptada por Herrera de Noble.
—¿Llegó a conocer a su sobrina Matilde?
—La última vez que la vi a mi hermana Amelia habrá sido un mes antes de que muriera. Ahí la conocí a Matilde. Tendría cinco meses. Ellos estaban viviendo en Córdoba y cuando se vinieron a vivir acá Matilde había nacido pero nosotros en la familia no sabíamos. Porque ellos no nos decían nada, para preservarnos. Aparecían de tanto en tanto. Pero nosotros no los podíamos contactar. Ellos ya estaban en Montoneros.
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