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La crisis global logró relanzar el gobierno de CFK, lo que no pudo hacer la zanahoria del Bicentenario

En esta nueva puesta en marcha aparecen dos condimentos de tono irresistible para una administración que para muchos analistas se dirigía derechito hacia la estanflación: la excusa y la oportunidad.

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La crisis internacional o, si se quiere, la manifestación anticipatoria y palpable del pánico que durante estos días se ha observado en las cotizaciones de las acciones y de las materias primas a nivel global, acaba de hacer el relanzamiento, casi sin que sus integrantes se dieran cuenta, del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.

La situación se ha convertido en algo sorpresivo para los protagonistas, sobre todo después de las diatribas y las reflexiones sesudas del progresismo vernáculo sobre el rol del Estado en el llamado Primer Mundo. Este revival del Gobierno, lo que tanto se esperó en hacer con la excusa del Bicentenario, bajo la forma de un acuerdo tripartito forjado bajo el calor estatal, proceso que se diluyó varias veces por la adhesión incondicional que se pedía a un modelo económico que no conformaba a todos, ahora ha sido forzado por el mercado. Toda una paradoja.
 
Y como no hay mal que por bien no venga, en esta nueva puesta en marcha aparecen dos condimentos de tono irresistible para una Administración que para muchos analistas se dirigía, inexorablemente desde lo económico y a los tumbos desde lo político, derechito hacia la estanflación (estancamiento con inflación): la excusa y la oportunidad.

En primer lugar, como corresponde a un sistema de toma de decisiones que excluye la posibilidad de equivocarse y la rectificación explícita, la culpa de lo que podría llegar será puesta afuera de la propia responsabilidad, sin dudas, con lo cual el costo político se reducirá enormemente. En todo, caso la crisis podría llegar a ser una enorme tapadera para dejar de tomar nuevas medidas populistas (el "no" a Hugo Moyano por los $500) o para seguir otros caminos rectificativos algo más ortodoxos (suba de tasas), sin que se note demasiado.

En este punto está radicada, entonces, la enorme oportunidad que puede tener de ahora en más el Gobierno en materia económica, aún bajo los vaivenes casi indescifrables de la situación internacional, para lograr además, desde lo político, revertir la pendiente de descrédito que se había profundizado en lo local, después de la crisis con el campo. Habrá que ver si sabe aprovecharla.

De ahora en más, y para convencer, el Gobierno debería dar señales de mayor previsibilidad en lo estratégico, mostrarse más transparente en las medidas que tome y juntar toda la materia gris disponible para encarar un paquete de largo aliento bien plural, en lo que tiene que ver con la política antiinflacionaria, la restauración del INDEC, el tipo de cambio y las cuestiones fiscales y comerciales. Sobre todo, debería explicitar si quien lidera el proceso es el ex presidente Néstor Kirchner.

Si bien es verdad lo que se recita desde los despachos oficiales de que la actual situación es infinitamente superior a la que existía en 2001, durante los últimos días, los mercados no se han detenido a ver la foto y mirando para adelante han castigado fuerte a la Argentina, seguramente por los desaguisados anteriores, que suman, entre otros, las dificultades fiscales derivadas del exceso de gasto, el fogoneo al consumo que motorizó la inflación, el deterioro de la balanza comercial producto del dólar anclado por debajo de los $ 3,10, la falta de inversiones y la caída en el nivel de reservas, pero también porque no le ven al Gobierno suficiente uña de guitarrero para aplicar los remedios a la crisis. Por todas esas dudas, y más allá de los aspectos institucionales, de cambio de reglas de juego y de falta de clima de negocios que habitualmente eran un contrapeso y aún con los avances que se han hecho en la decisión de pagarle al Club de París (ahora, en el freezer con todo criterio) y de arreglar con los bonistas que aún no cobraron, el riesgo-país que mide el comportamiento de los títulos argentinos sigue siendo uno de los más altos del continente (1.300 puntos básicos, el doble de hace 30 días), el Merval lleva perdido 58% en lo que va del año (mientras que el Dow Jones menos de 40%) y la prima de riesgo contra default salto de 19% a 24% anual en un solo día, el viernes pasado. Tal como no todo en la Argentina se trata de recitar las fortalezas de los superávits o hablar del nivel de reservas, no toda la crisis internacional se reduce a contabilizar la caída de varias instituciones bancarias. Los millones de millones que ya se han perdido en el mundo en el valor de las compañías, la falta de crédito, el efecto "pobreza" y el menor consumo resultante que puede desembocar en una recesión mundial, junto al reacomodamiento de las economías que sobrevendrá luego del terremoto podría darle a la Argentina cierta chance al menos de flotar, siempre y cuando las autoridades se preocupen por anticipar y prevenir el problema y no por hacer un simple "seguimiento" de la crisis, tal como hasta ahora.

La caída de la bolsa estadounidense anticipa que los inversores creen que las compañías de ese país que logren sobrevivir, casi todas enraizadas en términos globales, ganarán de ahora en más menos dinero porque venderán menos como consecuencia de la recesión y de la necesidad de la gente de cuidar el efectivo, habida cuenta de que la menor actividad provocará desempleo y probablemente mayor morosidad en los créditos bancarios. La descripción no significa puntualmente que esto vaya a suceder, aunque la mesa está servida para dicho escenario y pese a que los gobiernos de los países más industrializados digan que harán todos los esfuerzos que sean necesarios para evitarlo, éste es el sentimiento actual del mercado a la hora de vender y vender.
Debido a los lazos de la economía de los EE.UU. con todo el mundo, la menor demanda en este país ya se ha trasladado a Europa a través de muchos de sus proveedores y a China y a la India, exportadores industriales a todos esos países. La Argentina y Brasil, cada uno con planes de diferente manifestación y recorridos en sus tipos de cambio divorciados desde hace unos años, colocan muchos de sus productos agropecuarios en todos esos mercados y se estima que no saldrán indemnes de la situación. La Argentina, casi por obligación más cerrada a los capitales externos y hasta ahora con el dólar anclado, depende básicamente de la venta de sus materias primas, para conseguir divisas y además pesos vitales en impuestos a la exportación, para mantener el superávit fiscal. Brasil, porque a los menores ingresos de dólares le debe sumar la salida de capitales de muchas empresas extranjeras que necesitan "caja" en sus países de origen.

Esta nueva realidad, ha obligado a las autoridades brasileñas a abandonar la política de fortalecimiento del real, con devaluaciones que lo llevaron de R 1,60 a R 2,32 por dólar, 22 por ciento por encima en lo que va del mes, lo que ayudará a darle mayor competitividad a las mercaderías brasileñas en relación a la Argentina. Si con el real fuerte la balanza bilateral era favorable a Brasil, se piensa que ahora sus productos, desechados en otros mercados por el efecto recesivo, podrían volcarse hacia la Argentina. Más allá del lobby de los industriales para "parar" esta supuesta invasión brasileña, que complementan con el fantasma de la desocupación (que agita también Moyano) y que, en buen romance, significa profundizar la devaluación del peso, el Banco Central ha tenido que instrumentar recaudos para seguir con su política de "flotación administrada", a un ritmo que permita devaluar un poco cada día, sin producir pánico en los formadores de precios ni en la memoria inflacionaria de la gente, que asocia de inmediato las devaluaciones con el traslado a las góndolas.

Por otro lado, la Argentina ya viene desde hace varios meses con una fuga de capitales más que importante (el sector privado calcula que durante esta última semana habrían sido unos U$S 1.500 millones), salida que durante la pelea con el campo fue financiada por el Banco Central a un precio irrisorio, producto de la orden del Gobierno de "castigar" a los chacareros con menores ingresos. Ahora, cuando Martín Redrado ha decidido acompañar con prudencia la devaluación del real, se lo critica desde el ala más recalcitrante de la interna gubernamental porque dicen que está rifando las reservas y no deja que la divisa suba hasta que el mercado lo pida, para luego ponerla adónde él quiere, cosa que puede hacer, para hacer sangrar a los operadores. En el Central se piensa que si hay decisión de salir de un mercado por parte de los particulares, no hay quien pueda impedirlo al precio que fuere y que el jueguito propuesto no tiene sentido, debido al desgaste en términos de titulares de la prensa, que se quedarían con el valor pico, número que se trasladaría a los precios para nunca más retroceder.

Para tratar de generar una mayor oferta de divisas, hay quienes sostienen dentro del Gobierno la necesidad de abrir el juego a una suerte de repatriación de capitales que compensa la fuga, operativo que no quieren llamar "blanqueo" por la desilusión que generará la prebenda entre quienes pagan sus impuestos en regla. Sueñan con que serán millones de dólares los que podrían retornar, cual si la Argentina de hoy fuera un paraíso fiscal de reglas claras, alejado de los cimbronazos del mundo, con todos queriendo entrar, cuando se ha visto que son muchos los que buscan salir.

El tema del blanqueo es una cuestión muy sensible ya que, si bien se busca darle a la economía una certidumbre que no le puede otorgar un presupuesto ya desactualizado y un panorama oscuro a nivel internacional, hay que tomar en cuenta que detrás de ese ingreso de capitales no sólo podrían llegar fondos derivados de la evasión fiscal, sino que podría esconderse fácilmente dinero del tráfico de drogas y de armas, deseoso de entrar en el circuito, en una suerte de legalizada "operación lavado".

Como para blanquear no se tomarían los recaudos que hoy exige la Ley, quienes promocionan la iniciativa de buena fe deberían pensar bien si no están siendo usados para cubrir operaciones ilegales. Aunque 2009 sea un año electoral, pactar con el diablo nunca es algo aconsejable, ni aún para los políticos.