POLITICA
80 años de peronismo

Los 10 días que dieron vuelta a la Argentina: cómo fue la frenética antesala del 17 de Octubre de Perón

El 8 de octubre, el día que Perón cumplió 50 años, comenzaron a precipitarse los sucesos que derivaron en la jornada fundacional del movimiento.

Perón en la Secretaría de Trabajo
Perón en la Secretaría de Trabajo | Archivo General de la Nación

El día que cumplió los 50 años, el 8 de octubre de 1945, Juan Domingo Perón andaba con un lío, porque sus pares de armas le estaban reprochando al Gobierno la designación de Oscar Lorenzo Nicolini en la dirección de Correos y Telecomunicaciones. El nombramiento era una mojadura de oreja para los altos oficiales, quienes le habían prometido el puesto al teniente coronel Francisco Rocco. Pero el problema mayor no era con Nicolini, sino con Eva Perón, esa mujer de 24 años a la que detestaban. El nuevo funcionario la había ayudado en tiempos pasados y con el nombramiento Evita lograba recompensarlo.

Entre las presiones que tomaban este episodio como una excusa perfecta para acentuar la interna entre los militares por el poder, el coronel se tomó su tiempo para compartir un lunch que le habían preparado sus leales en el sótano del Ministerio de Guerra. Debe haber sido el último momento de distensión antes de que se aceleraran los sucesos que llegarían a su clímax pocos días después.

Quizá ni él mismo, o tal vez sólo él, podía “verlo” en ese momento. Pero ese día comenzó la cadena de hechos del período que Joseph A. Page, autor de la ambiciosa biografía Perón, llamó “Los diez días que conmovieron a la Argentina”.

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Lunes 8 de octubre: una falsa calma el día del cumpleaños

Jornada de fuertes rumores de un golpe dentro del propio gobierno que comandaba Edelmiro Farrell y tenía a Perón con su triple función: vicepresidente de la Nación, ministro de Guerra y ministro de Trabajo y Previsión. El foco rebelde estaba en Campo de Mayo y Perón intentó poner calma con el jefe Eduardo Ávalos y el conjunto de oficiales.

Los citó al Ministerio de Guerra y les dijo: "Señores: ustedes me han impuesto ser ministro de Guerra, me han obligado a aceptar la vicepresidencia, cargando con una enorme responsabilidad frente al país y al Ejército".

Nicolini y Ávalos
Oscar Nicolini y Eduardo Ávalos

Avanzó con el reproche: "De un tiempo a esta parte vengo observando que Campo de Mayo llega hasta el Ministerio con verdaderas imposiciones (…). Primero impusieron el alejamiento del interventor en Buenos Aires (por el dirigente de origen socialista Juan Atilio Bramuglia) luego impusieron la eliminación de la Subsecretaría de Informaciones y Prensa, y también se realizó. Ahora exigen la renuncia del señor Nicolini, (…). Yo no estoy dispuesto a intervenir para que renuncie, prefiero irme a mi casa".

También tenía oficiales a favor y un grupo de ellos se acercó en esas horas hasta el departamento de la calle Posadas, donde Perón vivía con Evita, para alertarlo sobre la sublevación inminente. A instancias del general leal y ministro de Ejército Franklin Lucero, el propio general Ávalos llamó a Perón para decirle que se quedara tranquilo.

Pero el coronel sabía que no había razón para relajarse.

La Marsellesa, "La Cucaracha", y una marea a la Recoleta para frenar a Perón, que se fue a dormir la siesta

Martes 9 de octubre: Sublevación y renuncia

Finalmente, el acantonamiento se produjo. Los oficiales presionaron a Ávalos, quien consiguió que el presidente Edelmiro Farrell fuera hasta Campo de Mayo. Con las cartas echadas, el Gobierno resolvió que el general Juan Pistarini, amigo de Perón, le comunicara al coronel que el presidente deseaba que renunciara, para ponerle fin a la crisis.

Antes de eso, el general Lucero le había llevado a Perón un plan para reprimir la rebelión. 24 bombarderos estaban listos para atacar. Peron prefirió evitar el “derramamiento de sangre”. Los testigos contaron después que en una de las reuniones Evita gritó: “¡Salgamos de acá, Juancito! ¡Vámonos a Uruguay!” y Perón se enojó con ella. “Dejá de molestarme”, le dijo, y le señaló la puerta. Fue una de las pocas veces que se lo vio dirigirse así a ella frente a testigos.

Los oficiales de Campo de Mayo querían que Perón se alejara de todas su funciones. Le advirtieron a Farrell que si a las ocho de la noche no lo había hecho, desfilarían hacia el centro de Buenos Aires.

A las cinco de la tarde, Pistarini entró al departamento de Posadas. Su amigo le preguntó si el presidente estaba de acuerdo con lo que le estaba pidiendo. Ante la respuesta afirmativa, Perón puso las firmas con las renuncias a los cargos y el pedido de retiro. “Se la entrego manuscrita para que vean que no me ha temblado el pulso al escribirla”, le dijo Perón a Pistarini.

El ministro del Interior, Hortensio Quijano, comunicó los hechos y adelantó que habría elecciones en abril. No alcanzó para la paz social. En la calle hubo cruces con algunos heridos graves. A la noche, Perón se instaló en el departamento con algunos allegados. Evita le preparó una cena fría, que comió vestido con una bata roja. El ambiente era de derrota. Pero en pocas horas todo iba a empezar a moverse.

Miércoles 10 de octubre: “Un millón de votos”

La noticia de la renuncia múltiple de Perón tenía desconcertados a los gremialistas. El obrero telefónico Luis Gay y Cipriano Reyes, del gremio de la carne, pudieron ver al líder en su departamento. Conscientes de que podía generar un efecto político, lo convencieron de organizar un acto de despedida. Una jugada clave, Perón activó y lo llamó a Farrell para pedirle permiso para la convocatoria y también para usar por última vez la cadena nacional.

Los trabajadores armaron de apuro el escenario sobre la calle Perú, donde estaba la Secretaría de Trabajo y Previsión, el corazón de las reformas a favor de los trabajadores impulsadas por el coronel. Esa noche hubo unas 70.000 personas. Tal como se preveía, pidieron por Perón presidente.

Lo asistentes clamaron por “un millón de votos” y se llevaron en los oídos dos frases del hombre a quien tanto tenían para agradecerle:

“Los trabajadores deben confiar en sí mismos. Venceremos en un año o venceremos en 10, pero venceremos

“Si es necesario. Algún día pediré guerra. Les digo hasta siempre”.

Perón en la Secretaría de Trabajo
Perón, el 10 de octubre de 1945, en su despedida de la Secretaría de Trabajo y Previsión

Jueves 11 de octubre: “Matar a Perón”

El general Ávalos asumió en el Ministerio de Guerra y y Héctor Vernengo Lima fue designado en el de Marina. El Gobierno habló de una “nueva era”.

Para algunos nos bastaba con haber corrido a Perón de la escena. Ese 11 de octubre, parado sobre una mesa en el Círculo Militar, el mayor Desiderio Fernández Suárez, lanzó su consigna: “Matar a Perón”. Fue la misma persona que 11 años después encabezó el operativo que derivó en los fusilamientos de José León Suárez, el episodio que reveló Rodolfo Walsh en Operación Masacre.

La idea de los militares era conducir un proceso que derivara en una normalización institucional. Pero desde los partidos políticos opositores insistían en que el poder debía ser entregado a la Corte Suprema.

En su libro El 45, el historiador Félix Luna analizó ese punto: “Fue un error táctico. (La oposición) debió haber pedido a Ávalos que consolidara un gobierno interino con la garantía de que se reconocieran las conquistas”

Esa noche, Perón fue a la casa de un amigo en Florida, donde descansó unas horas. Enseguida cambió de alojamiento.

"Con la máxima brutalidad posible": la hora cero del derrocamiento de Juan Domingo Perón, a 70 años

Viernes 12 de octubre: picnic y un grito en la plaza: “Yo no soy Perón”

La jornada encontró a Perón y a Evita en una isla del Tigre, en la casa de Ludwig Freude, padre de Rodolfo Freude, un amigo del coronel. Se habían instalado después de la medianoche por los rumores de que podían atentar contra la vida del coronel.

Mientras gran parte del interés popular estaba concentrado en el partido entre Racing y Boca por la Copa Británica, ese mismo día salió el decreto del Gobierno que fijaba las elecciones para el 7 de abril de 1946.

¿Algo más en ese feriado por el entonces llamado Día de la Raza? Sí, una movilización autoconvocada frente al edificio del Círculo Militar, en la Plaza San Martín, donde los referentes del gobierno estaban en una especie de asamblea permanente.

Ambiente selecto formado por señoras y niñas de nuestra sociedad y caballeros de figuración social política y universitaria; jóvenes estudiantes que lucían escarapelas con los colores nacionales; trabajadores que querían asociarse a la demostración colectiva a favor del retorno a la normalidad”, escribió el diario La Prensa. Dicen que ese día los asistentes llevaron vino y canapés y por eso la narrativa peronista lo llamó “el picnic de la plaza San Martín”.

Entre himnos argentinos y marsellesas, el ministro Vernengo Lima le habló a la multitud y pidió una oportunidad para “restituir a la Argentina a la forma representativa de Gobierno”. Pero la impaciencia pesaba. Y también el antimilitarismo. Por eso, contrariado, Vernengo Lima terminó rogando: “Yo no soy Perón”.

Perón en 1945
Perón en 1945

Sábado 13 de octubre: Perón hacia Martín García, con una frase en el oído: "¡Tenga confianza!"

Farrell y Ávalos estaban convencidos de que tenían que sacar totalmente de circulación a Perón, en parte porque temían por su vida. Entonces decidieron llevarlo detenido, aunque nunca reconocerían públicamente esa condición. El jefe de policía Aristóbulo Mittelbach lo fue a buscar al Tigre y Perón ya estaba en su casa cuando a las 2.30 de la madrugada el mayor Héctor D’Andrea y el coronel Domingo Mercante, aliado al coronel, fueron a buscarlo al departamento.

Perón se tuvo que arrancar del brazo de Eva, que era una hoguera de indignación. Salieron hacia el puerto y cuando bajaron del auto Mercante le dijo a su amigo: “¡Confianza! ¡Tenga confianza!”. El coronel ya preso embarcó en la cañonera Independencia rumbo a la isla Martín García. Antes, le pidió a Mercante que cuidara a Evita, quien esa noche se fue a dormir a la casa de su amiga actriz Pierina Dealessi.

En el momento en que dejó a Perón en el barco, Mercante observó un detalle que lo iluminó sobre lo que iba a venir. El marinerito que montaba guardia al lado suyo estaba llorando. "Sentí una enorme tranquilidad", contó años después, "¡y supe con claridad total que íbamos a ganar la partida!".

Mientras, Farrell y Ávalos le ofrecieron al procurador Juan Álvarez que armara un gabinete de civiles. Los militares seguirían manejando el poder, aunque entre bambalinas. Un nuevo orden parecía consolidado.

Pero algo muy fuerte se estaba gestando. El entusiasta Mercante circuló todo el día para convencer a los gremios de que tenían que hacer una huelga para pedir la libertad de Perón. Ese mismo día el Gobierno lo detuvo y lo recluyó en Campo de Mayo.

En esas horas se dio una situación que influyó en la marcha de los acontecimientos. Muchos obreros fueron descubriendo que no les habían pagado el feriado del 12 de octubre, como lo disponía un resolución reciente. En las fábricas les contestaban: “Andá a pedírselo a Perón”. Fue un aglutinador del enojo.

Alojado en una casa sencilla pero cómoda en la isla, el coronel aprovechaba el tiempo para escribir. Empezó un relato sobre su desplazamiento y redactó cinco cartas, dos de ellas para Evita. En una, muy emotiva, le prometía casamiento e irse a vivir a la Patagonia. La posibilidad de quedar fuera de vida política era una de las alternativas que Perón evaluaba como posible, apenas cuatro días antes del estallido popular que lo encumbró.

Mercante, Perón y Evita
Domingo Mercante con Perón y Evita

Domingo 14 octubre: la visita médica que cambió la historia

En una de sus cartas, Perón le exigió al nuevo ministro de Guerra que dispusiera su procesamiento o procediera a liberarlo, sin términos medios. En otra, le dijo a Farrell: “Imaginará cuál ha sido mi dolor al ser detenido por su orden después de los sucesos de estos días. Y, acentuando el dramatismo, agregó: “Hubiera preferido ser fusilado por cuatro viejos montañeses y no pasar por lo que estoy pasando”.

Ese 14 de octubre fue un día clave, porque Perón recibió en Martín García la visita del médico Miguel Mazza, un capitán del Ejército que había cumplido servicio con él.

Mazza le levantó el espíritu al contarle que todavía tenía apoyo militar y Perón le dio las cartas para que las repartiera.

Pero lo más importante fue que ambos fraguaron una estrategia que le iba a permitir a Perón salir de la isla, donde estaba prácticamente incomunicado. El médico resolvió informar que el clima de la isla era malo para la salud del detenido, quien ya no podía estar ahí.

Lunes 15 de octubre: paro general

“Perón está fuera de juego políticamente hablando, sin apoyo palpable del Ejército y muy poco del sector gremial colaboracionista”, informaba el parte que un funcionario de la Embajada de Estados Unidos envió a Washington. No podía ver lo que se cocinaba en la base trabajadora, atada a un lazo emocional inquebrantable con quien ya era su líder.

En Tucumán, los azucareros declararon la huelga. En Rosario hubo agitaciones para pedir la libertad del coronel. Cipriano Reyes activó su gremio en la misma línea. Pero salvo La Época, un diario que apoyaba a Perón, los otros medios de información no publicaban nada sobre el movimiento que se producía en el subsuelo, y por eso entre los “enterados de siempre” la situación parecía mantenerse dentro de cierta normalidad.

En la secretaría de Trabajo y Previsión había un nuevo titular, Juan Fentanes, y la CGT se debatía en esas horas entre las promesas del Gobierno, que había asegurado que los beneficios para los trabajadores se mantendrían, y jugársela directamente por Perón y el pedido de liberación. La presión de las bases se sentía, entonces el comité decidió ir a una votación para definir si ponía en la mesa su carta más fuerte: el paro general. Aunque no se mencionaba la detención de Perón entre las causas de la medida, ganó el voto afirmativo para iniciar una huelga el 18 de octubre.

El Golpe de 1955, el primer intento de desperonizar Argentina

Martes 16 de octubre: “Está por sonar la hora…”

El sindicato de Cipriano Reyes se mantuvo muy activo. Salió a recorrer las fábricas de las proximidades de Buenos Aires al grito de “¡Libertad para Perón!”. La policía les cerró los puentes, pero varios grupos se las arreglaron para cruzar el Riachuelo e hicieron algunas manifestaciones relámpago en el centro de la ciudad. Joseph A.Page las llamó “un muy útil ensayo para el acto que vendría”.

No eran más de 300, pero se hicieron sentir en sus manifestaciones frente a la Secretaría de Trabajo, en la Plaza de Mayo y frente a la redacción de La Época.

El conurbano se inundó de volantes pidiendo la liberación de Perón. Con una errata en el tipeo que delataba el apuro, una de las papeletas decía: “La contrarrevolución mantiene preso al liberador de los obreros argentinos, mientras dispone la libertad de los agitadores vendidos al oro extranjero. Libertad para Perón. Paralizad los Talleres y los Campos. Unión Obrera Metlúrgica”.

Temprano, empezaron a correr los rumores de que Perón estaba enfermo y lo iban a sacar de la isla para internarlo en el Hospital Militar. Con una radiografía, el médico Miguel Mazza ya había convencido a las autoridades del Gobierno que el clima húmedo de Martín García era muy perjudicial para Perón.

El ministro Vernengo Lima desconfió y resolvió mandar una comisión médica. Perón se negó a la revisión al no ser, técnicamente, un prisionero. Vernengo Lima terminó cediendo y dio curso al traslado.

Pasada la medianoche, los médicos y acompañantes se embarcaron con Perón en la misma lancha que los había llevado. Llegaron a las 6.30 y 15 minutos después el “convaleciente” ya estaba en una habitación del piso 11 del Hospital Militar.

El 17 de octubre de 1945 salió por primera vez la revista Don Fulgencio, un personaje clásico de la historieta del siglo pasado. Siguiendo con el rubro cultural, Félix Luna apunta en su libro que en el Teatro Maipo podía verse un show de nombre verdaderamente premonitorio: Está por sonar la hora…, con Olinda Bozán y Marcos Caplán.

Húmedo y pegajoso, así amaneció el día que parecía un miércoles como cualquier otro, pero fue como ninguno.

LT