Dicen los que lo vieron que siempre todos sabían qué iba a hacer Garrincha, el mediapunta que ganó los mundiales del 58 y el 62 con Brasil. Mané, como le decían, siempre enganchaba para afuera y tiraba el centro. El cuándo y el cómo era lo que desconcertaba a los defensores, que no lo podían agarrar. Más de 50 años después, la gambeta se repite en Cristina Fernández de Kirchner, que tiene por costumbre hacer lo que todos esperan que haga, y le funciona.
Algunos analistas parecieron sorprenderse porque la expresidenta no anunciara su candidatura en su acto en la cancha de Arsenal, a cuatro días de la fecha límite para el cierre de listas. Pero Cristina siempre mantuvo el suspenso sobre sus postulaciones. Siempre le gustó que le bebotearan la candidatura. En 2007 y 2011 no definió hasta el último momento. En el primer caso, para sorprender cuando todos descontaban que su esposo iría por la reelección. En el segundo caso, para potenciar su relato: ella ya había dado todo por la patria y no quería volver a ser presidenta, no se hagan los rulos; solo lo haría si se lo reclamaban, por el proyecto, por la patria. Los dotes histriónicos son una de las mejores cualidades de la Cristina en campaña (no tanto de la Cristina en el gobierno, pero ese es otro tema).
Unidad Ciudadana, el artista antes conocido como el Frente Para la Victoria, convocó al estadio Julio Humberto Grondona sin banderas partidarias, solo con la argentina. En lugar de un escenario alejado, Cristina se elevó apenas por encima del público, en el centro de la escena. Muchos quisieron ver en esta puesta en escena una duranbarbización del kirchnerismo, un "homenaje" al formato de city-hall (que Macri tomo de Obama) al que solo le faltaban Gilda y los globos. En rigor, fue el regreso de Enrique "Pepe" Albistur, que hizo propia la consigna de "vamos a volver" para reaparecer en el círculo íntimo de CFK. Su sello se vio en un discurso más corto, con un amplio segmento dedicado a lo que podría llamarse los excluídos de Cambiemos. Cristina subió al escenario a decenas de personas que, de alguna forma u otra, fueron perjudicadas por este Gobierno, o perdieron un beneficio (que en muchos casos, oh casualidad, les había "dado" el anterior). El formato recuerda a Salustriana, la habitante de la Puna a la que Cristina le preguntaba si no conocía el subte mientras elogiaba su propia política de subsidios al transporte metropolitano. No sorprendería que esta semana se develara que alguno de los que subieron hoy al escenario sea un "falso positivo", como Antonio, al que la expresidenta presentaba como un simple obrero "no un dirigente político", y resultó tener 30 años de militancia en el PJ.
Con Albistur de su lado, Cristina apelará a su estrategia preferida, la que mejores resultados le dio hace seis años: Cristina. El proyecto, el producto, la candidata, todo es Cristina. No es casual que en los últimos días circularan en redes sociales algunos de los spots de la campaña de 2011, que muchos creyeron que eran actuales.
Hace bien la expresidenta en ponerse en el centro de la escena, más ante la ausencia de candidatos opositores viables a Cambiemos (Randazzo, ya lo dijimos, no lo es para ella). Solo Massa podría llegar a acercarse en la disputa de ese lugar, pero su oferta electoral todavía es poco clara. Cristina tiene un producto excepcional para ofrecerle a su público, además de ella misma, y es la nostalgia. Las elecciones las gana el que promete mejor, y solo Cristina puede prometer volver al crecimiento, al desarrollo, a las cuotas, a la plata en el bolsillo. No importa que en la práctica sea imposible, no importa que un legislador no pueda modificar las variables para lograr esos objetivos. Cristina va a vender pasado y muchos van a comprar porque los días más felices siempre fueron cristinistas. En la vereda de enfrente, desde Rosario, Macri solo pudo prometer que este año vamos a tener "la inflación más baja desde 2009". Como promesa de campaña, como idea de futuro, tiene gusto a poco. La oferta electoral de Cambiemos, pedir sacrificio hoy para -capaz- obtener beneficios algún día, solo puede seducir a los que odian al kirchnerismo. Que no son pocos: les alcanzará para imponerse en la mayoría del país.
Muchos le achacan a la expresidenta la falta de autocrítica, y tienen razón en algún punto, pero ¿por qué haría autocrítica? Los que supuestamente la quieren no la votarían jamás, y los que la van a elegir de todas formas no necesitan escucharla. Y en una legislativa, donde solo necesita ganar la primera minoría, el negocio está en apelar a los segundos. Puede bajar el tono confrontativo, apelar a lo humano y a lo sentimental, mostrarse más empática, desprenderse de sus partidarios más indeseables (D'Elía no pudo ni entrar al estadio). Pero no va a traicionarse a sí misma, ni va a reconocer ningún error. Máxime si, desde su cosmovisión, la que va a vender en campaña, ella hizo todo bien y fue Macri el que vino a "desorganizarle" la vida a la sociedad
Cristina va a hacer lo que todos esperamos que haga. Lo único que, en definitiva, puede hacer. Haya acuerdo con Randazzo o no, el 24 de junio estará anotada como candidata. Su campaña no tiene secretos ni sorpresas. Y, como a Garrincha, le va a funcionar, aunque ya todos sepamos. Puede ganar si se hace aún más fuerte en el conurbano, el lugar donde los brotes verdes de Cambiemos todavía no asoman. Incluso si el PRO sube al ring a María Eugenia Vidal: Cristina ya la desafió cuando dijo "podrás tener coaching, te podrán guionar, podrás poner carita de buena, pero esta es la realidad que tenemos que encarar". La expresidenta ya domina la tercera sección electoral, donde están los municipios más populosos (La Matanza, Lomas de Zamora, etc). Si logra imponerse en la primera (conurbano norte), donde hoy dominan el massismo y el PRO, tendrá todo lo necesario para conquistar el primer puesto. Resta ver si le sale la gambeta.