POLITICA
Las semanas de Peicovich (3)

La playa, refugio para las personas que buscan evitar ser aplastadas por los Cuatro Jinetes del Kirchnerismo

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La Constitución debería incluir el derecho ciudadano a pasar mes al año panza arriba donde se quiera. Mejor el mar. Moción imbatible: para resucitar. De exigirse texto ampliado agregar “y recuperarse del castigo de once bárbaros meses”. Ripiosa como es, la vida podría ser llevadera. La empobrecen chirimbolos y ordenanzas. Urge propuesta “Menos objetos y decretos. Vivamos la persona”. Y de paso, otra: fundir religiones para evitar colisiones. Donde se mire, huelen a cuento (basta mirar los zapatitos rojos de Benedicto) Asperjan incienso pero huelen a pólvora. La historia lo tiene muy probado. Tras media luna, cruz o candelabro, hay palazo escondido. Baten el parche del más allá para robarse el más acá. Por eso, bien vendría el remedio de una síntesis.

Ni pueblo elegido. Ni fábula de jinete subiendo a caballo al cielo. Ni tres personas en una. La monoteísta tríada al photoshop y a regalarnos el consuelo de una cara no letal. Un flamante icono global que aplaque conflictos. Por ahí hasta “sale” Buda que era piola y humano. No murió de mística sino de reventón de hígado tras comilona tanta. No estaría mal. Tampoco mezclar más lo suelto. Es hora ya de que todos compartan por igual lo mismo. Como sucede con el sol poniendo y la luna saliendo. O el mar uniendo. Promover una religión mundial que castigue los pecados de la cintura para arriba y deje en paz los otros. Hoy el código penal de la primera comunión suena a fantasía. Ser lascivo o perezoso es casi un don (o una ingenuidad) Los pecados grosos (distribuir droga, vender cañones, lavar dinero, “quedarse con el vuelto”) no tienen infierno al que temer.

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Legislar un mes sabático puede ayudar a diseñar la salida política que en el resto del año no se ve. De ser posible mes que se viva junto al mar (la tierra es insegura) Si algo sagrado queda todavía (reptando por ella se inició la Gran Aventura del Primate Humano) son las playas del mundo. El espacio más sereno que haya a mano para tentar nacer de nuevo. Vaya milagros que se ven en una playa. Por empezar, la gente se abuena.

El mar (único animal que está vivo desde la creación) nos empieza a igualar ni bien nos aproximamos a él. Miles de cascarudos saltan de sus automóviles y al pisar la arena se convierten en corderos. Se desnudan de historia. Retoman biología. No bien mojan sus pies se les activa un tatuaje interior. Al rato brota y se lo ve, folsforescente, repartido en la piel (y el gesto) colectiva. Es el dibujo de la primera ameba que nos parió. Quien quiera investigar el fenómeno entre inocente a una playa y la verá. Al rato la podrá descubrir posada en brazo propio. Este milagro es impensable en ciudad alguna. Allí el entero y dolido aparato humano dedica día y noche a evitar ser aplastado por el Rodillo del Poder. En ciertos países por los Señores de la Guerra. Entre nosotros, por los Cuatro Jinetes del Kirchnerismo (y otros de a pie).

Casi todos los países sufren la plaga de cuatreros locales o foráneos. O de falta de mar. Y algunos, aun teniéndolo. Eso les pasa a los martirizados habitantes de Gaza. Sus 40 kms. de largo son limitados al este por un muro carcelario de alambre de púa. Y al oeste, por el mar. ¿Por el mar? Sí, el ejército israelí les prohibe andar o sentarse (sic) a lo largo de 40 kms. de playa palestina. No solo les ocupan tierra y cielo. Su flota les impide salvar la vida a orillas del mar propio. Un genocida es cosa seria.

*Especial para Perfil.com.