Nada sería tan difícil en la Argentina hoy, si quienes la conducen recurrieran a las reglas del sentido común que en la historia de la Humanidad han demostrado ser las mejores herramientas para resolver cualquier conflicto. El sentido común indica que cuando hay dos fuerzas en pugna, la opción no es que se aniquilen mutuamente, sino que se moderen para lograr un equilibrio.
El sentido común indicaría que hoy, con el país envuelto en las llamas de una puja de mal pronóstico, las leyes del sabio rey Salomón podrían ser el instrumento más adecuado para salir del atolladero. El Gobierno no quiere ceder ante el reclamo del campo y el campo no quiere ceder ante la imposición del Gobierno. Una encerrona, un callejón sin salida que ya hoy está dando señales más que elocuentes de la enfermedad que está causando a toda la Nación.
La leyenda del rey Salomón viene como anillo al dedo para el caso actual: si dos mujeres reclaman la maternidad de un niño, y están dispuestas a partirlo en dos, el sabio monarca será el tercero en el escenario destinado a llevar el sentido común, pero no movido por el interés de saber quién es realmente la madre, sino por la urgencia de salvar a la criatura.
Hoy parece que nadie está dispuesto a salvarla. Y la criatura ya está dando señales de sufrir serios daños en un proceso que si no se detiene, podría llegar a ser terminal. ¿Y a quién beneficiaría la muerte del niño, o más bien, la muerte del país? La Argentina atravesó muchos procesos de muerte y si no fue la inteligencia de sus dirigentes -que pecan de no recurrir a ella con la frecuencia necesaria-, fue la generosidad de una nación pletórica de recursos humanos y naturales lo que ha permitido siempre superar las crisis. Lo que es incomprensible es la obstinación de sus dirigentes por empujar a la sociedad argentina al abismo.
Claro que las responsabilidades de cada uno de los contendientes son absolutamente distintas: aquí no se trata de dos mujeres que podrían ser madres del mismo retoño. Si se trasladara la ecuación de la realidad argentina a aquella leyenda sobre la forma de dirimir conflictos, habría que decir que aquí, es el rey Salomón el que tironea con las madres al niño para ver quién se queda con él, sin pensar que a la postre éste quedará despedazado literalmente pero los que participaron del tironeo también quedarían dañados para siempre.
Allí radica el peligro de la situación actual: el rey, en este caso el Gobierno, es el que tiene la responsabilidad, atribuida por el pueblo con su voto, de encontrar la solución a los conflictos: no fue elegido para agravar los pleitos o destruir a los oponentes. Pero en la Casa Rosada el espíritu que sigue reinando no es ese: hay un empecinamiento a esta altura incomprensible en lograr una presunta victoria, a cualquier precio. Nunca, que se recuerde en los años recientes de la reinstalación de la democracia, se vio un tironeo entre el Gobierno y un sector, el campo, como hoy se lo está viendo.
Los productores agropecuarios comenzaron a reclamar por lo que creían una injusta imposición: el aumento en las retenciones que consideran confiscatoria. Atónitos se enteraron de la resolución tomada sin siquiera una consulta previa. Lanzaron el paro y encendieron la llama de los altamente combustibles Kirchner. Ahora están todos envueltos en una hoguera que está provocando ya pérdidas peligrosas.
Si Néstor Kirchner logró acumular poder mediante su estilo de confrontación, fue porque cuando le tocó asumir, el país venía de un incendio de pujas salvajes de sectores económico, financieros y obviamente políticos. Cuando dejó su mandato, dijo haber colocado al país al menos en la puerta del purgatorio, con la intención presunta de que su esposa y sucesora, lo empujara hacia el portal del paraíso, no para que retrocediera a los umbrales del infierno.
Lejos de atemperarse, Néstor Kirchner, claramente hoy el hombre que domina el poder en el país, se crispó hasta lo indecible: hoy clama venganza, humillación para los hombres del campo que osaron mantener una protesta inéditamente prolongada, en defensa de sus derechos e intereses.
En la pulseada van perdiendo los Kirchner y el país. El ex presidente y la actual mandataria, porque han comenzado a caer a niveles peligrosamente bajos de credibilidad. Va perdiendo el país porque el freno a la actividad económica ya es un hecho palpable, así como los atisbos de las peligrosísimas corridas financieras. Hoy, como en otras épocas de grave crisis, la gente no se anima a embarcarse en compras importantes: se frenó la actividad inmobiliaria, cayó la venta de bienes como electrodomésticos. Tampoco se anima a dejar su dinero en depósitos a plazo fijo: hubo señal de retiro de ahorros y de su traslado al dólar.
Mientras tanto los problemas reales del país quedan postergados porque la prioridad del Gobierno está centrada en forma excluyente en lograr que los ruralistas muerdan el polvo. No se advierte que los gobernadores del propio riñón oficial comienzan a dar muestras de cierta disidencia con la modalidad del poder central para manejar la crisis con el campo; legisladores del propio kirchnerismo y dirigentes del partido justicialista también dan señales de un cierto distanciamiento de la Presidenta y su entorno.
Esta semana, algunos gobernadores, que ya no tienen espacio para tensar la cuerda con los productores agrarios, en algunos casos sus principales bases de votos, se reunirán con la dirigencia ruralista para atender su grito de desesperación. Mientras tanto, y como si estuvieran viendo otra película, las mujeres y hombres de la Casa Rosada sueñan con un proyecto muerto antes de nacer: el anuncio de un pacto social para el 25 de mayo, que si llegara a decirse, sería algo así como una mofa al conjunto de la gente. El Gobierno podrá alinear a sectores adictos que viven de su generosidad, como los camioneros, los piqueteros oficialistas, algunos gobernadores aún incondicionales porque acarician sueños de crecimiento futuro, industriales que siguen gozando de las mieles del poder ya que aunque son parte fundamental en la formación de precios -y de la inflación- nunca son señalados por ello.
En el medio quedará la gente aún atónita de constatar qué poco sentido común reina hoy en el poder en el país, asustada por sentir una vez más que desde el Estado no es acompañada en sus inquietudes más concretas, una vez más, con la sensación de quedar a merced de la mano de Dios.