POLITICA
crímenes políticos en el mundo

La trágica historia de magnicidios con su estela de angustia, de guerras y de teorías conspirativas

El fallido atentado a la vicepresidenta Cristina Kirchner se inscribe en una sombría sucesión de ataques a figuras políticas que sacudieron a sus sociedades y, en pocos casos, a gran parte del mundo. Muchos han quedado sin resolver, otros admiten decenas de versiones complejas y, en muchos casos, contradictorias. Uno de ellos desató la Primera Guerra Mundial otro, doble, el genocidio en Ruanda y una guerra en el Congo. En varios casos actuaron personas solas, desequilibradas. Pero también hubo también elaborados planes de grupos secretos. Una violencia que no deja indiferente a las sociedades.

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Jair Bolsonaro. Brasil. | afp

Algunos magnicidios desataron sangrientas guerras y conflictos; otros solo dolor. Los hay que tuvieron un impacto global y marcaron tanto a la sociedad que los sufrió que dieron pie a la famosa pregunta “Qué estabas haciendo cuando mataron a ....”. Casi todos generaron intensas y complejas teorías conspirativas y aún permanecen envueltos en el misterio. Varios fueron obra de “lobos solitarios”, locos o desequilibrados, pero también están los que fueron el fruto de una precisa planificación. Lo cierto es que la “muerte violenta dada a una persona muy importante por su cargo o poder”, como define la Real Academia al magnicidio, nunca pasa indiferente.  

Cerca. El ataque a Cristina Kirchner del jueves a la noche responde plenamente a la definición de magnicidio y se inscribe en esa larga lista. Geográficamente, el episodio más cercano, también fallido, fue la  “facada” que Jair Bolsonaro recibió el 6 de septiembre de 2018, en Juiz de Fora, una localidad del estado de Río de Janeiro. Tal como lo que sucedió con la vice en la Recoleta, el ahora presidente estaba rodeado de fervorosos seguidores, que incluso lo llevaban en andas, cuando fue atacado. No tuvo tanta suerte como Cristina Kirchner: la puñalada que le propinó Adelio Bispo de Oliveira le perforó una vena en el abdomen y desde entonces tuvo cuatro cirugías relacionadas con la herida. Fue un hecho que sin duda ayudó a movilizar aún más a sus partidarios, cuando faltaba poco menos de un mes para las elecciones que lo consagrarían primer mandatario.

En el plano temporal, el atentado más cercano es el que sufrió el ex primer ministro japonés Shinzo Abe, asesinado el 8 de julio pasado por un hombre que le disparó dos escopetazos en un acto electoral que se desarrollaba en Nara, su bastión electoral. El atacante, Yamagami Tetsuya, ex soldado, pudo actuar, al parecer solo, porque la seguridad de Abe era muy laxa.

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Más impactante fue la muerte del presidente haitiano Jovenel Moisi, que murió en su cama, en la residencia oficial, víctima de un comando de 28 mercenarios, 26 de ellos ex soldados colombianos, que no mató a su esposa, Martine, porque fingió estar muerta. 

Tanto en el caso de Bolsonaro como de Moisi afloraron las teorías conspirativas. Las redes sociales ardieron en Brasil atribuyendo al Partido de los Trabajadores el ataque y, por otro lado, denunciando un auto-ataque. En el caso haitiano, se habló de una lista de personalidades y políticos de varios países, incuyendo Estados Unidos, que el presidente asesinado estaba preparando. 

Teorías. Pero, sin dudas, en cuanto a teorías conspirativas la palma se la lleva el asesinato de John Fitzgerald Kennedy, el 22 de noviembre de 1963 en Dallas, Texas, cuando recorría las calles de la ciudad texana junto a su mujer en un automóvil descapotado. Es un hecho icónico, que sacudió el mundo, que pudo verlo morir en brazos de una desesperada Jacqueline. Durante años, revistas de varios países solían preguntar a sus entrevistados qué hacían o dónde estaban cuando mataron al presidente demócrata. Su asesino, Lee Harvey Oswald, quien sostuvo ser un chivo expiatorio, murió a su vez baleado dos días después cuando estaba en poder de la policía. Cinco investigaciones oficiales concluyeron que él había sido el autor de los disparos, pero desde entonces florecieron las conspiraciones que oscilan entre la mafia, el castrismo, empresarios de Nueva Orleans. 

Curiosamente, fue un magnicidio que no tuvo un impacto institucional grande. Su vice, Lyndon B. Johnson asumió rápidamente y completó el mandato, durante el cual pudo concretar importantes avances en temas sociales y raciales, en los que “JFK” no había podido avanzar. 

Guerra. Mucho más influyente fue otro magnicidio, cometido el 28 de junio de 1914 en Sarajevo, entonces una ciudad importante del imperio astro-húngaro. Ese día, un nacionalista serbio, Gavrilo Princip, baleó y mató al príncipe heredero del Imperio, Francisco José, que también viajaba junto a su mujer, que murió junto a él, en un automóvil descapotado. Su muerte había sido planificada por una organización secreta de nacionalistas serbios, la Mano Negra, pero el atentado solo pudo realizarse gracias a una serie de casualidades y hechos fortuitos increíbles. El soberano había debido morir cuando otro atacante le arrojó una bomba al vehículo, pero Francisco José la desvió. Solo el chofer resultó herido. Pese a todo continuó con su visita y, cuando el conductor que reemplazó al herido equivocó el camino, el automóvil terminó frente a un bar donde Princip, quien creía que el atentado había fracasado, comía un sándwich. El joven no dudó, salió a la calle, y mató a la pareja con dos disparos. A partir de la muerte de Francisco José, se pone en marcha un deterioro en el equilibrio de poder de Europa que culmina con el inicio de la Primera Guerra Mundial, que marcó a fuego el siglo XX y sentó las bases para la Segunda. Princip murió en la cárcel, de tuberculosis, en 1918, cuando el conflicto ya había provocado millones de muertos. En sus últimos días un psiquiatra le preguntó si se sentía responsable de haber desencadenado una guerra tan sangrienta. “Si no lo hubiera hecho, los alemanes hubieran encontrado otra excusa”, respondió. 

Genocidio. Otro magnicidio, en este caso doble, provocó una vorágine de sangre y muerte en el corazón de África. El 6 de junio de 1994, el avión que transportaba a los presidentes de Ruanda y Burundi, Juvénal Habyarimana Cyprien Ntaryamira, ambos de la etnia hutu, fue derribado con misiles. El crimen puso en marcha dos de las masacres más terribles del siglo XX: el genocidio de Ruanda y la primera guerra del Congo. La muerte se produjo cuando estaban en curso difíciles negociaciones entre hutus y tutsis para llegar a acuerdos de paz. También aquí hay conspiraciones, porque a la par de atribuir la responsabilidad a un grupo armado tutsi, también se apunta a una facción radical de los hutus que se oponía a los acuerdos. Tras el magnicidio, los radicales hutus tomaron el poder en Ruanda, asesinaron a la primera ministra y pusieron en marcha una limpieza étnica que en tres meses provocó la muerte de cientos de miles de tutsis.

Otros magnicidios dejaron su huella en Medio Oriente, como los asesinatos del presidente egipcio Anwar el-Sadat, en 1981, y del primer ministro iraelí Yitzhak Rabin, ambos relacionados al proceso de paz de Israel con sus vecinos. A Sadat lo mató un grupo de sus propios soldados durante un desfile militar, tres años después de que reconociera a Israel tras firmar los acuerdos de Camp David. A Rabin, un fanático religioso judío por firmar la paz con Yasser Arafat.