Salvo por una mínima discusión entre los militantes de Hebe de Bonafini y la muchedumbre macrista, no hubo conflictos en la asunción de Mauricio Macri. Ni en Plaza de Mayo, ni en la de los Dos Congresos. Tampoco hubo competencia entre tribus o ramas de Cambiemos, porque no hubo despliegue de gremios o jefes territoriales, con excepción del grupo matancero de Miguel Saredi y el del ruralista Gerónimo Venegas.
Sin que fuera un objetivo explícito del PRO, la convocatoria en la Plaza de Mayo resultó antagónica a la que despidió a Cristina Kirchner. Si el estilo de ambos líderes no podría ser más antagónico –discursos breves, leídos y enumerativos versus la verba inflamada e ideológica de la ex presidenta-, los perfiles de sus seguidores también fueron contrastantes: la plaza macrista estuvo bastante menos colmada que la última de CFK; no tuvo estructura ni aparato, y casi no se vieron colectivos estacionados (sólo los 18 que movió Saredi y los tres que dispuso el Momo Venegas).
Uniformada de celeste y blanco, con el canto de “sí, se puede”, la Plaza perteneció a las familias sueltas, sobre todo a las de clase media y alta. Orgullosos de su rechazo a la política y a los partidos tradicionales (con especial énfasis en el peronismo). ¿Por qué semejante cambio de mirada? “Porque Mauricio me parece una persona coherente y confiable, que puede hacer que Argentina vuelva a ser la potencia que fue en los años 30”, opinó Santiago Reigada, un docente de Pilar de 50 años, que se plantó frente al Congreso para escuchar el discurso de Macri.
“¡Se acaba la agresión!”, celebró Aurora Salguero, una mujer de 94 años, con el bastón en la mano derecha y una banderita argentina en la izquierda (militantes sub-30 del PRO las repartían gratuitamente), que llegó a la Plaza en taxi junto a su hija Mabel.
Para el secretario del Centro de Estudiantes de Derecho de la UBA, Leandro Bello, se viene “una etapa sin confrontación ni corrupción y con los argentinos más unidos”. Más allá de algunos carteles que exigían cárcel para Cristina Kirchner y justicia por Alberto Nisman, la inorgánica plaza macrista se concentró en festejar el triunfo de Macri (y a su vez la derrota kirchnerista), sin una agenda muy precisa de cara al futuro. La excepción a esa regla la marcó el pequeño grupo de dirigentes que movilizaron tropa propia: Venegas (pretende ser jefe de la CGT unificada), Saredi (quiere ser intendente de La Matanza) y Gustavo Posse, quien sueña con la gobernación.