Hace apenas 20 días la Presidente Cristina Kirchner reasumió sus funciones decidiendo profundos cambios en su gabinete.
Desde una perspectiva política, una de las explicaciones de esos cambios sostiene que, a diferencia de otras ocasiones, esta vez Cristina supo escuchar a tiempo el mensaje de las urnas y, por ende, realizar las correcciones necesarias para encauzar su gobierno.
Desde una perspectiva existencial, también se ha conjeturado que la enfermedad pudo haber dulcificado el espíritu de la Presidenta, para dar emergencia a una Cristina más serena, comprensiva y ecuánime.
En contraposición, los espíritus más escépticos descreen tanto del carácter genuino de aquellos cambios como de la virtud presidencial que los determinaría. Así, una vez más, razonan sobre la naturaleza cosmética de los pretendidos cambios, al tiempo que descreen de la posible conversión interior que habría experimentado la Presidenta.
Más allá de lo que se entienda exactamente por política, lo cierto es que la comprensión de ésta se torna inconcebible si se prescinde de los deseos, creencias, valores y capacidades de los actores que le dan vida.
En el contexto de su reaparición, pensar en un cambio interior de la Presidenta es suponer una trasmutación en su sistema de valores. Desde la sencillez categorial de un niño, se diría que Cristina se habría tornado más buena. Lo bondad o, simplemente, el Bien puede resultar una energía que oriente la política hacia nuevas posibilidades de realización. La sensibilidad hacia el sufrimiento del otro puede ser entonces el primer estadio dentro de un programa de acción política. Porque la pasión del bien implica descubrir dónde radica el dolor que se desea paliar. Quizás sea por eso que aún se venera a Evita.
Hace apenas unos días, la política parecía haberse encaminado hacia una dirección virtuosa. Por supuesto, las buenas intenciones son apenas condiciones necesarias pero no suficientes. Era lícito cuestionar la razón instrumental aplicada a esos nuevos horizontes o al menos dudar de la eficacia real de los asistemáticos anuncios de Jorge Capitanich. Pero sus evidentes gestos de apertura al diálogo y la adopción de un estilo civilizado de comunicación eran buenos augurios.
Hasta que estalló Córdoba. Y una vez más se asistió al choque contra la dureza de una realidad que, en segundos, hizo añicos los floridos oropeles de la impostura.
No se trata de determinar cuánta responsabilidad le correspondió al Gobernador De la Sota, aunque sea mucha. Tampoco de enredarse en disquisiciones sobre si los mensajes llegaron a tiempo o por los canales adecuados. Lo cierto es que, desde el Gobierno Nacional, pareció privar nuevamente la especulación egoísta por encima de la piedad. Porque el verdadero bien es el que se ofrece en pos de alivio aún sin ser llamado.
La fría crónica dirá que hubo un muerto y muchos heridos luego de una noche de violencia y zozobra. Pero omitirá señalar que, en algún lugar, una voluntad pudo haber elegido el bien, aunque prefirió no hacerlo.
(*) Director de González y Valladares Consultores de Marketing Político.