Mauricio Macri tuvo su momento de antipopulismo explícito. Se la agarró con los sindicatos, el kirchnerismo y hasta el choripán. Fue una especie de acto reflejo ideológico, inmediatamente posterior al acto del 1-A en respaldo a su gobierno. Desde entonces el Presidente fue bajando el tono confrontativo, hasta replegarse en un mundo más color de rosa. Un papel hecho de anuncios, actos institucionales y recorridas por el Conurbano. En su reemplazo, desde Casa Rosada alentaron la aparición de ministros y funcionarios que tomaran la posta de la combatividad. Con la campaña electoral a la vuelta de la esquina, ése es el esquema ideal que pretende el oficialismo: un Macri sonriente, rodeado por voceros a cara de perro.
“Mauricio marcó la cancha y ahora está más tranquilo”, afirma un asesor presidencial, en un intento por darle un marco teórico a la jugada. En el lapso de la última semana, Macri desplegó un perfil institucional y con agenda internacional, aunque con un pie ya puesto en las próximas legislativas. Ayer repudió el “ataque” contra Alicia y Cristina Kirchner en Santa Cruz. Los días anteriores, encabezó un acto con los gobernadores en la Rosada, en el que todos firmaron un acuerdo energético; recibió la felicitación de la presidenta de Suiza, Doris Leuthard, por el ajuste implementado; y recorrió una fábrica en Paraná junto al ministro Rogelio Frigerio y el gobernador de Entre Ríos, Gustavo Bordet. Ahí, aprovechó para tender un puente (retórico, al menos) con los maestros.
Si bien rechazó la posibilidad de abrir la paritaria nacional prevista por ley, concedió que “necesitamos trabajar junto a los docentes”. Se trató de un leve giro respecto a declaraciones anteriores, como su crítica a los gremios docentes que “se creen los dueños de la educación”.
El jueves próximo, Macri continuará su ronda protocolar con un almuerzo en la Casa Blanca, junto a Donald Trump. “No invitó a almorzar a nadie. Es una buena señal”, se entusiasman en la Rosada con el gesto del presidente de Estados Unidos.
En paralelo al abuenamiento de Macri, sus funcionarios empezaron el proceso inverso: mostrarles los dientes a los gremialistas, piqueteros y dirigentes kirchneristas. Incluso aquellos que se jactaban de tener un ánimo más dialoguista, como la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, entraron en la fase belicista de Cambiemos. “Los piquetes son una manifestación cultural y extorsiva”, aseguró días atrás Stanley, quien suele tener un trato fluido con las organizaciones sociales.
La jefatura de Gabinete, conducida tácticamente por Marcos Peña, dio carta blanca para que se multiplicaran ese tipo de intervenciones. Lo hizo a través de su tradicional mensaje “Lo que estamos diciendo”, un mail con bajada de línea interna sobre el rumbo elegido. Peña a su vez predicó con el ejemplo, y él mismo adoptó el rol de peleador contra el populismo. La tercera vía del equipo de Peña fue indirecta: aflojar con la marca personal a ministros y legisladores sobre lo que se debía (o no se podía) declarar a la prensa. Tras ese guiño, figuras como Patricia Bullrich soltaron en los medios su versión más guerrera.
El aval del team comunicacional incluye una recomendación: incorporar datos y ejemplos prácticos dentro de la argumentación. Así, el ministro de Transporte Guillermo Dietrich citó el caso de una licitación fallida en una ruta de Pergamino, empezada en 2006 y nunca completada, para después concluir que Julio De Vido es “un delincuente”.