En Oslo alguien tomó unas copa de más. Tiempo que pasa el charme de Obama se degrada y tiende al del Diablo. Si Obama es lo que habló y habla, debe rechazar el Nobel de la Paz. Y si no puede, debe renunciar. A pronto un año de arribar al Poder, se tortura en Guantánamo, se mata en Irak, se masacra en Afganistán. Su Ejécito. Su Pentágono. Su Cía. Su entrada en acción no registra más que un tirón de orejas (y van...) a Israel y Palestina por estirar el odio. Y en acordar con Putin (por empate técnico: léase temor mutuo) neutralizar el cortinado atómico en Europa. No ser un fucking Bush da más rating. Pero hay que merecerlo. Exige más. Los talibanes fueron claros: "Somos como somos. Religiosos y apasionados. Nadie nos vencerá". Sábese (quien no) que no existe negocio de más rédito mundial que matar gente: y de allí, las armas. Lo sigue, en éxito, el negocio de mostrarlo atenuado: y de allí, la televisión. Cada día la Noticia oculta la cantidad real de sangre que derrama "a mares" (sic) el ejército en guerra del país del presidente coronado premio Nobel de la Paz 2009. Cada noche la pantalla lanza entre "sonidos y furia" toneladas de sangre de tomate sobre la cara de la gente.
Para la industria matriz del miedo ofrecer en tal alto grado "carnicerías humanas" amortigua el golpe que dará la realidad del día. La ración nocturna va de artificio. De Ensayo General. Actúa de cámara de aclimatación del imaginario colectivo. Las matanzas del día van en serio. Es plasma genuino de la especie más loca del planeta. Sangre orgánica provista por la huerta de los cinco continentes. Líquido vital del único animal que improvisa, desquicia, embarra su destino, no acepta ser primo del Bonobo y el Chimpancé y huye del guión natural que le toca. El espeluznante actor que lleva 800 generaciones rodando una pasión insoportable. La del personaje que muda de continuo de vestuario y escenario sin que deje de manar sangre de su argumento original.
Todo hace suponer que el Productor General del Génesis dispuso fuese Adán (y su costilla) del género “Caníbal masticando caníbal”. Dijo “hágase la luz”, alistó cámaras y ordenó secuencias tipo “todos contra todos”. Se adelantó al cine de Van Trier. Droga para el instinto. Tripa rigiendo el paso. No soñar. No actuar. No imaginar. Estarse de pelele distanciado de la sangre del día e involucrado a full con el tomate que chorrea del plasma (sic) de la noche. Dejar hacer. Dejarse hacer. Así lo ven la abeja, la hormiga. Y cien veces por vez el ojo de la mosca. El hombre, no. Por allí, en un descuido de la TV le ofrecen en la cena 200 fiambres frescos llegados de Kabul. Pero lo tienen medianamente controlado. Tomate virtual y sangre flamante conforman un plasma neutro, lejano, consolador. Producción Artificial de Violencia (PAF) es el flamante servicio (sic) que se le presta a la comunidad mundial para evitar sepa que lo fatal es el destino comercial que le toca.
Oxidados los dioses del mito, el mundo cayó en manos de productores de imágenes. Ellos vigilan la unidad de sentido entre lo que produce el día y y anestesia la noche. Los que mantienen en ranking top la historia de tomates, de sangre y de caníbales. Los que dan Premios de la Paz. Los que nos tienen en su puño.
(*) Especial para Perfil.com