La noticia de esta semana es que el día de mi cumpleaños cumplió 80 años. La tiro así, a bocajarro, por su interés pùblico. Es que constaté un error de la realidad. Medimos mal el tiempo de nuestras vidas. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Verifiquen y verán. En mi caso el 22 de diciembre de 1929 cumplió 80 años. Está certificado en Zárate. Pero juro que a mi me deben unos cuantos. Todos no llegaron. Algún dios se los quedó. Fallas técnicas en el hardware sí que hay: descomposición de células, vértebras alzadas, músculos quejicas, miocardio en desafine. Pero no es más que anatomía. La identidad cumple otra cosa. Mi "yo" real aún no se asomó a los 60. O me anotaron unas décadas antes. O hay dos edades. ¿Viejo verde? No es lo mío. ¿Viejo boludo? Menos. ¿Entonces? Pasa, creo, que solo registro presentes, no ayeres. Mi desmemoria responde a una entrega enfermiza a cada hoy. A la carencia de eslabones de lógica sensible que hilvanen las secuencias de tiempo que tomamos por normal. Lo mío pasa por ser un fanático del presente. Por elegir que los tres tiempos son uno. Que "amé,amo,amaré,"es lo mismo.Y en él estoy. Quienes homenajearon esta semana mis 80 (?) pasaron por alto que para mi ¡cuatro veces 20 años no es nada! Confieso mi disfunción con el fin de prestar un servicio etario a la comunidad. Así, tal vez, despierte en otros el deseo de ecualizar su dentro y su fuera. Rarezas como las que me sacuden se dan también en sentido inverso. ¿O no hay viejos de 20 años y gerontes de 40? Viví "mi semana" en medio de este fabuloso equívoco que cuento y que no para aquí. Por fineza social fui cómplice de sus ritos: soplé velas, alcé copas, besé caras. Fue una conmovedora experiencia para cuando los cumpla de verdad. Hasta me permitió (como hago) imaginar que le sucede a uno al cumplirlos. Pude entreverlo. La primero, descubrir que de joven uno es más lindo por fuera y de viejo mas lindo por dentro.
Mi disparatada fecha no escapó a mi curiosidad de cronista. Ni a mis delirios. Fue imperioso preguntarme que sucesos rodearon el parto en aquella tarde de domingo del 22 de diciembre de 1929 a orillas del Paraná. Y bebé lector prodigio que dicen fui me asomé al diario El Mundo de ese día para saber en dónde y entre quienes había caído. Seré breve. Con el "dedito" acaricié en la tapa la taciturna cara de Yrigoyen presenciando la jura de de los Granaderos (cuyos jefes ya tramaban voltearlo) Al hojear títulos no hice más que vivir presentes: 1/ "Estados Unidos anuncia que reducirá sus armamentos navales" (sic) 2/"La actividad de un solo agente permitió la detención de varios asaltantes" (sic) 3/"Descubren maniobra de ventas de nombramientos en Ferrocarriles del Estado" (sic) 4/Alumnos de Derecho ofrecen al rector Ricardo Rojas pagar los deterioros producidos al ocupar la Facultad" (sic) y 5/(a toda página) "El contrabando de tabacos es una industria en nuestro país" (triple sic) Y no seguí porque me atrapó la columna dominical de Roberto Arlt, que tituló "Trabajos singularísimos" prieto y jugoso recuento de dilemas, sudores y dislates de la porteñería.
Darles estas viejas primicias del "ser nacional" es lo menos que puedo ofrecer a mis lectores en semana tan "inflada" como ésta. En cuanto al zarateño bebé informar que lo tuvieron siete meses envuelto como un rollo de primavera chino para que no saliera ni chueco ni jorobado (praxis fallida). Que pasó de caballito blanco a caballo gris y degradó luego a oso blanco y camélido con bastón. Todo por fuera, como dije. Que se convirtió en ignorante especializado (esto es, periodista)y escribió millones de palabras para otros y algunas para él. Y que cuando le dijeron que tenía, ahora sí, 80 años, recordó lo que el dálmata Andrés, su padre, solía decir en estos casos: "La vida es un día. Los años un cuento"
(*) Especial para Perfil.com