El pensamiento de Juan José Sebreli es siempre interesante. Diría también, en determinadas circunstancias, fascinante. Obviamente no necesita presentación, pero en su último libro representa las dudas, las respuestas y el malestar de millones de argentinos.
Y, precisamente, de eso se trata. En El malestar de la política (Sudamericana) Sebreli explora y responde a infinidad de quejas y preocupaciones que acosan a los ciudadanos del mundo que nos ha tocado. Un mundo donde "para bien y para mal la difusión de los medios de comunicación masivos alteró la vida cotidiana y también las formas y el alcance de la política transformada en espectáculo…", escribe Sebreli.
—¿La llegada al votante depende entonces de la habilidad con que se presenta el espectáculo? Si fuera así, sería algo aterrador.
Las respuestas de Sebreli siempre son rápidas y precisas:
—Sí, es verdad, y el espectáculo se ha introducido a tal punto en la política y en la historia-espectáculo que aun los círculos más cerrados y herméticos que existieron en el siglo XX (por ejemplo, el Vaticano y la realeza británica) a través de los entierros del Papa o de Lady Di produjeron fenómenos mediáticos espectaculares. Es decir que ya nada queda "afuera". Y es evidente que los políticos se ven, cada día más, en la obligación de ser carismáticos. Fijate que en el deporte, que es hoy para la gente mucho más importante que la política, los deportistas son, generalmente, galanes bellos. Antes un jugador de fútbol era bastante feo. Además, nadie se ocupaba de su físico. Esto hoy ha cambiado. Y en los políticos, la actuación, la verbalización, por ejemplo, son fundamentales. La idea de que el carisma es algo inherente al personaje carismático es muy relativa. Es evidente que tiene que haber una determinada cualidad. Por ejemplo en los preludios de la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill era un político impopular y Chamberlain, con sus falsas promesas de paz, gozaba de carisma. Cuando estalló la guerra, los papeles se cambiaron y Churchill pasó a ser un líder carismático no sólo en su país sino en el mundo. Entre nosotros: en el caso de Evita, cuando escribí sobre ella consulté a mucha gente que la había conocido en su época preperonista, en su época de actriz de cine, teatro y radio, y todos coincidían en que era una chica ante la cual nadie se daba vuelta por la calle para mirarla. Te estoy hablando de gente que la conoció mucho. La prueba está en que no hizo carrera artística. No era una gran actriz, pero muchas contemporáneas que tampoco eran grandes actrices, sin embargo, hicieron carrera. Evita empezó a hacer carrera a partir de su relación con Perón. Su actuación política en los últimos años fue decisiva. Sin embargo, ¡atención! no cualquiera puede convertirse en un mito. Perón quiso hacer lo mismo con Isabel y fue un fracaso. Hay que tener "algo". Pero ese "algo", si no puede canalizarse en una determinada circunstancia histórica, no sirve. Es evidente que Churchill era tan inteligente cuando no era popular como cuando se convirtió en una figura mundial. Y también, después de la guerra, siguió siendo igualmente inteligente.
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