Cuando el cardenal Jorge Bergoglio fue elegido Papa y su popularidad se expandió de Ushuaia a la Quiaca, el filósofo afín al gobierno, José Pablo Feinmann, afirmó que se debía dar “una lucha por captarlo” pues debía ser "nuestro". El estadista británico, Robert Walpore, dijo a comienzos del siglo XVIII que “cada hombre tiene su precio”. El ex presidente Néstor Kirchner, lo entendía mejor que nadie. El cardenal Bergoglio, ya convertido en Francisco, parece ser la excepción a la regla ya que pasó a jugar en las ligas mundiales de la política y no depende del gobierno argentino para “progresar”. Con Francisco, por esa razón, captar jamás se podría convertir en cooptar.
El kirchnerismo, como forma de hacer política, continuó la tradición del peronismo clásico que explotó, en los noventa, Carlos Saúl Menem; esto es, toda persona pública que la sociedad, en general, observa con buenos ojos, debe ser incluido en ese imaginario “nosotros”. Los ídolos populares, desde los deportistas a los artistas, fueron seducidos por los gobiernos de turno para sacar provecho de esa relación. Pero Néstor Kirchner fue un paso más allá innovando con los líderes sociales y piqueteros que, luego de un magro 22% que lo había llevado a la Casa Rosada, amenazaban con llenarle la calle de cortes y reclamos.
La imagen de la policía a caballo reprimiendo a las Madres de Plaza de Mayo, la mañana del 20 de diciembre del 2001, aún estaba presente en el progresismo vernáculo que en el 2003 no tenía un candidato predilecto. Adolfo Rodríguez Saá, en su breve mandato, recibió a Hebe de Bonafini quien salió encantada con las promesas del puntano. El periodista Horacio Verbitsky también creía que ese hombre podía significar un cambio de paradigma. Pero sus ansias de quedarse en el poder, por más tiempo de lo permitido, y por su propio partido, le dieron un rápido puntapié que lo envió de regreso a San Luis. En ese sentido, los Kirchner fueron aprendices del primer Perón, del menemismo y del Adolfo. Pero, en vez de seducir boxeadores, cantantes de tango, voluptuosas vedettes y estrellas de la farándula de los noventa, Kirchner hurgó en lo más sagrado de la historia reciente argentina. A los símbolos de los derechos humanos les sumó a los artistas y cantantes que encajaban en un llamado proyecto "nacional y popular". El rock perdió la vocación de rebeldía y terminó saliendo de gira con un carismático candidato a vicepresidente de la Nación hoy sospechado de enriquecimiento ilícito, tráfico de influencias y de favorecer a sus amigos para quedarse con importantes empresas del país. Pero, como dijo Florencia Peña, “lo importante es el modelo, no dos o tres casos de corrupción”. Ya van algunos más pero ¿quién resiste el desafío de la blancura?, se defienden los fanáticos del proyecto.
El escándalo, mal llamado Schoklender, de construcción de viviendas, colocó en un freezer a Hebe de Bonafini, al menos, en sus apariciones públicas en los actos oficialistas. Había que buscar un reemplazo, más actual y popular que fuese conocida por los distintos estratos sociales. La lucha de Susana Trimarco por esclarecer la desaparición de su hija, Marita Verón, difundida por los medios de comunicación durante años –incluso los del Grupo Clarín- la convirtió en un símbolo de la lucha contra la trata de personas. Gustavo Vera y la organización La Alameda rescataron a mujeres explotadas sexualmente como Trimarco. También investiga a funcionarios de todos los colores políticos, incluso a un juez de la Corte Suprema de Justicia, sin la necesidad de contar con recursos públicos para hacerlo. Pero Trimarco parecía ser la indicada para defender al modelo pues “si lo dice esta mujer, alguna razón tendrá”.
Hace poco, la nieta de Trimarco, Micaela Verón, dijo sentir “pena” por Jorge Lanata quien entrevistó a José Sbrocco, periodista que detalló la forma en que se financia la Fundación que lidera la madre de Marita. Micaela Verón defendió a su abuela pues la fundación “recibe plata como cualquier otra que banca el gobierno”. Ahora bien, ¿tiene algo de malo que el Estado ayude económicamente a organismos de derechos humanos o a Fundaciones con nobles fines como el que lleva el nombre de la mujer desaparecida? En absoluto. Lo cuestionable es que los que defienden esta ayuda confundan gobierno con Estado y que deslinden responsabilidades en una tarea que debería encararse desde ese lugar. ¿Por qué el Estado tercerizó la construcción de viviendas, en el proyecto “Sueños Compartidos”, o hace lo propio en la búsqueda de mujeres que son víctimas de la trata? ¿Por qué el gobierno demoró años en sancionar la ley de trata? ¿Dónde estaban los que repiten slogans vacíos del oficialismo cuando ex diputados como Fernanda Gil Lozano presentaban proyectos, sobre el tema, que eran cajoneados pues “no era el momento político” para tratarlos? En fin, ¿la ayuda financiera a una Fundación implica que sus referentes tengan que aplaudir cada medida de la Presidenta en los actos públicos? ¿Trimarco contaría con los mismos recursos que recibe actualmente mientras critica al grupo Clarín por golpista que si dijese que Lanata es un símbolo del periodismo y que sus investigaciones fortalecen a la democracia?
Hace unos meses, cuando publiqué en TDP que Carolina Duer había recibido, con su nombre, $ 193.600 de pauta oficial en el primer semestre del 2012, la exitosa boxeadora me llamó para explicarme que era una práctica habitual, que otros colegas cobraban mucho más y que, a lo sumo, el error era no cobrar a través de una productora. Más allá de que el dinero egresase a través de la Jefatura de Gabinete de Ministros y no de la secretaría de deportes, lo que Duer no pudo responderme era si suponía que la generosidad del gobierno obedecía solo a sus innegables méritos como profesional y/o a su simpatía con Cristina Fernández. ¿Cuál era el criterio? Como en todo negocio, en este caso el de adueñarse de los símbolos, la cooptación es un combo entre el dinero y los gestos, entre el auge económico y la presencia mediática, las giras internacionales y los abrazos públicos. La culpa no es del chancho… dicen. Susana Trimarco busca verdad y justicia pero no es inocente cuando evita criticar al mismo gobierno que antes denostaba como el de José Alperovich. En Tucumán, la democracia real es una utopía. En la Argentina, los símbolos de las causas nobles que deberían pertenecer a todos, muchas veces, prefieren embarrarse en el terreno de la politiquería barata, vaya a saber por qué.
(*) Especial para Perfil.com