Voluntarioso, inteligente y sarcástico, Horacio Verbitsky escribió el domingo una larguísima nota en Página/12 para mostrar lo bien que se llevaba con Juan Gelman y asegurar que Gelman sí había realizado una profunda autocrítica sobre su participación en Montoneros, al contrario de lo que yo afirmé luego de la muerte del notable poeta y escritor.
En ese sentido, Verbitsky cita varias definiciones de Gelman tomadas de un libro publicado en 1987.
Como recuerda Verbitsky, en mis notas me basé en una autocrítica que en su momento, 2005, hizo mucho ruido en la izquierda: una carta de lectores una revista cordobesa del filósofo Oscar del Barco sobre su respaldo a sucesivos grupos guerrilleros.
“Ningún justificativo nos vuelve inocentes. No hay causas ni ideales que sirvan para eximirnos de culpa. Se trata, por lo tanto, de asumir ese acto esencialmente irredimible, la responsabilidad inaudita de haber causado intencionalmente la muerte de un ser humano”, dijo Del Barco.
Y agregó: “Todos los que de alguna manera simpatizamos o participamos, directa o indirectamente, en el movimiento Montoneros, en el ERP, en la FAR o en cualquier otra organización armada, somos responsables de sus acciones”.
He leído atentamente el artículo de Verbitsky (pasando por alto sus acostumbrados agravios); he repasado el texto de Del Barco. Mantengo mi postura: las críticas de Gelman sólo se refieren a errores “políticos” en el uso de la lucha armada, que él atribuye exclusivamente a la cúpula guerrillera.
Por ejemplo, Gelman menciona la “soberbia de la conducción”, critica que “la conducción autoclandestiniza a Montoneros” en 1974, y sostiene que “la conducción de Montoneros consideraba que todo esto (la entrega de información bajo tortura) era una problema de debilidad ideológica”.
La culpa —más bien, la responsabilidad en la derrota— es de los otros, de la conducción, en especial de Firmenich y de Perdía, que hicieron un mal uso táctico de la violencia; no leyeron bien el contexto político e histórico, subestimaron a los enemigos, se militarizaron, perdieron.
No es una autocrítica; no sigue la sugerencia expresa de Del Barco: “El camino no es el de ´tapar´ como dice Juan Gelman (…) Pero para comenzar él mismo (que padece el dolor insondable de tener un hijo muerto, el cual, debemos reconocerlo, también se preparaba para matar) tiene que abandonar su postura de poeta-mártir y asumir su responsabilidad como uno de los principales dirigentes de la dirección del movimiento armado montoneros. Su responsabilidad fue directa en el asesinato de policías y militares, a veces de algunos familiares de los militares, e incluso de algunos militantes montoneros que fueron ´condenados´ a muerte. Debe confesar esos crímenes y pedir perdón por los menos a la sociedad”.
¿Hay alguna confesión de “crímenes"; algún pedido de perdón en las declaraciones de Gelman exhumadas ahora por Verbitsky? No, nada de eso; ningún arrepentimiento, ningún pedido de perdón. Tanto es así que, cuando se refiere al asesinato de José Ignacio Rucci, el secretario general de la CGT, dice “lo de Rucci”.
“Lo de Rucci” nos lleva a otro tema: ¿cuándo comenzaron las críticas de Gelman a Firmenich y compañía? Cuando rompió con Montoneros el 22 de febrero de 1979, siguiendo el liderazgo de Rodolfo Galimberti, un ex “oficial” montonero que, por otro lado, siempre habló pestes de Verbitsky.
Eso fue casi seis años después de “lo de Rucci”; durante todo aquel tiempo, Gelman ocupó distintos roles en la estructura de Montoneros, donde llegó a “teniente” y a miembro del consejo superior del Movimiento Peronista Montoneros.
Por ejemplo, el año anterior a su ruptura, en 1978, fue el guionista de una película filmada en Europa y titulada “Resistir” en el que un Firmenich de barba convocaba a todos los guerrilleros que continuaban viviendo en la Argentina a seguir luchando contra la dictadura.
Galimberti, Gelman y otros rompieron con Firmenich y compañía descontentos con la llamada “Contraofensiva”, es decir el plan de retorno al país de grupos guerrilleros; estaban convencidos de que la dictadura tenía los días contados. La Contraofensiva separó las aguas en Montoneros a pesar de que el mes anterior, en enero de 1979, había sido aprobada también por Galimberti y Gelman en una reunión de la cúpula guerrillera en Roma.
Un detalle interesante era que, según lo aprobado, el regreso de los guerrilleros rasos a la Argentina sería voluntaria, pero en el caso de los “oficiales” su participación sería decidida por la cúpula encabezada por Firmenich. Decididamente, la defensa de Verbitsky no deja muy bien parado a Gelman en este aspecto de su vida, tal vez secundario en el contexto de su impresionante obra literaria.
Pero, y es una opinión personal, no creo que a Verbitsky eso le importe mucho. Le preocupa más la elaboración de su propio Curriculum; la construcción de un “relato” en el que intenta maquillar algunas zonas oscuras de su pasado, como su tranquila vida en la Argentina de la dictadura mientras tantos compañeros morían, eran apresados o debían dejar el país.
Y Gelman le sirve mucho, como le ha servido tanto Rodolfo Walsh, de quien se presenta como su más legítimo sucesor. Por eso, inicia la nota recordando su último encuentro con Gelman y luego afirma que “la autocrítica de Gelman (como la de Walsh o la mía), comenzó antes de la ruptura con Montoneros”.
Pero, ¿será que Gelman lo apreciaba tanto a Verbitsky durante su exilio europeo o que, más bien, compartía el recelo de su amigo Galimberti? Una ex guerrillera que fue asistente de la conducción de Montoneros asegura que, en aquel momento, Gelman desconfiaba mucho del ahora periodista K, y que incluso le dedicaba un término extraído de su enfático y colorido repertorio porteño.
Ya se sabe lo preciso que son los poetas con apenas una palabra.
(*) Director de la revista Fortuna, su último libro es Viva la sangre.