Sentada a pocos metros del monarca británico, Claudia Schiffer —la supermodelo alemana que definió el glamour europeo de los años noventa— se convirtió en una de las presencias más comentadas del banquete de Estado ofrecido por el rey al presidente alemán Frank-Walter Steinmeier. La velada, celebrada en los salones de Windsor Castle, combinó tradición real, poder diplomático y el magnetismo inalterable de una figura icónica de la moda.
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Aunque no integra el cuerpo diplomático alemán, Schiffer fue ubicada entre los invitados centrales, un gesto que no pasó inadvertido para la prensa europea. Su presencia, leída como un sutil símbolo de “soft power cultural”, reforzó la dimensión emocional y estética de la visita de Estado, que buscó profundizar los vínculos entre Londres y Berlín en un contexto internacional de crecientes tensiones geopolíticas.

Un salón lleno de coronas, discursos y cámaras
El banquete desplegó toda la pompa que caracteriza a los rituales de la monarquía británica: tiaras históricas, vajilla real, un menú de varios pasos y un protocolo milimétrico que comenzó con el discurso del rey. Charles III hizo hincapié en la alianza estratégica con Alemania y en la necesidad de cooperación europea frente a amenazas “que ponen en prueba la estabilidad del continente”.
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Steinmeier, por su parte, destacó la importancia de los valores democráticos compartidos y agradeció el recibimiento “cálido y profundamente simbólico” del Reino Unido. Detrás de las palabras, el brillo de la noche quedó encapsulado en las imágenes: joyas reales, salones iluminados con candelabros y una puesta en escena que recuperó el esplendor clásico de las ceremonias estatales.

En ese escenario solemne, Schiffer se convirtió en un contrapunto glamouroso. Su vestido en tonos suaves y su porte elegante trajeron un guiño contemporáneo a una tradición centenaria. La prensa internacional —desde Londres hasta Berlín— destacó su figura como parte de una narrativa donde la cultura y la imagen operan como extensiones de la diplomacia.
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Para Alemania, su presencia funcionó como un emblema cultural de exportación, un recordatorio del peso global del país en la moda. Para el Reino Unido, aportó una nota moderna, casi cinematográfica, dentro del ritual monárquico. Y para el público global, generó la postal perfecta: una supermodelo entre príncipes, reyes y jefes de Estado.

A más de tres décadas de su irrupción en las pasarelas, Schiffer —eterna musa de Karl Lagerfeld y rostro de campañas que marcaron una época— permanece como una de las personalidades europeas más reconocidas. Su aparición en un evento diplomático de alto nivel reitera su vigencia y demuestra cómo las celebridades pueden influir en la narrativa pública de un acontecimiento político.
LV/ff