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Análisis

Vacuna para los ex presidentes

Si junto con el presidente se vacunaran los ex mandatarios, sería una forma de escenificar cierto grado de madurez democrática y para cada uno de los ex Jefes de Estado sería un reconocimiento hacia su embestidura.

Tengo una fantasía para terminar este año de terror. Hace unos días Alberto Fernández dijo que él sería el primer argentino en aplicarse la vacuna rusa contra el Coronavirus. Una buena medida en el afán de demostrar que se trata de una vacuna segura y que todos lo imitemos. 

Quiero volver con un pedido, una propuesta que ya cayó en saco roto cuando la hice otras veces pero digamos que no me doy por vencido. Se trata de que todos los ex-presidentes argentinos se unan al actual mandatario para vacunarse ellos también y que sea Alberto Fernández quien los convoque.

Sería una forma de escenificar cierto grado de madurez democrática después de tantos años de mostrar exactamente lo contrario. Una madurez mínima que indique respeto por ellos, por los ex-Presidentes, pero un especial respeto por los millones de personas que lo votaron.

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Vacuna para los ex presidentes

Los ex–mandatarios estadounidenses Clinton, Bush y Obama acaban de hacerlo. Anunciaron que se vacunaran para reforzar la confianza pública en el sistema sanitario de su país. Acá, Alberto Fernández ya anticipó que sería el primero en aplicarse la vacuna como una forma de demostrar también, que no sólo implica una protección sanitaria individual sino que también es una actitud solidaria.

El Presidente tiene la oportunidad de invitar a Carlos Menem, Eduardo Duhalde, Cristina Kirchner, Mauricio Macri y hasta Isabel Perón, que la semana pasada envió un sorpresivo audio desde España para la presentación de un libro, a que hagan lo mismo. 

Vacuna para los ex presidentes

Pregunto: ¿Cuál sería la contra-indicación política? ¿Quién le podría decir que no? Para el Presidente sería una forma de mostrarse por encima de la grieta que marcó los últimos gobiernos argentinos. Para cada uno de los ex Jefes de Estado sería un reconocimiento hacia su embestidura y les aportaría respetabilidad. Para la sociedad sería un indicio de sensatez de sus dirigentes, un signo de respeto por sí mismos, una señal de que somos capases de reconocer al otro. Una proclama anti-grieta, una señal de esperanza. Y sería, creo yo, el mejor regalo de Navidad para cerrar el peor año de nuestra historia.