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Columna

El legado sombrío del menemismo

Es sombrío por las consecuencias más perdurables de su gestión y por la cultura política que implantó. El menemismo volvió estructural el experimento inacabado de la dictadura, asociando modernización con exclusión.

¿Cómo debe ser juzgada la vida de un hombre público en el momento de su muerte? ¿Cómo resolver si su legado, esa enmarañada combinación de consecuencias de las decisiones tomadas desde el poder, debe ser juzgado con benevolencia o con actitud? En toda obra de gobierno hay luces y sombras. Transcurridos más de 20 años desde que Carlos Menem dejó su segunda presidencia, después de gobernar este país durante diez años, su fallecimiento obliga a una reflexión sobre su obra, una obra que dejó su huella inscripta en el rostro de infinidad de hombres y mujeres que circulan entre nosotros.

Movido, más que por ideas o principios, por voluntad de poder, su gobierno estuvo marcado por las alianzas que le permitieron ampliar y conservar ese poder y por las políticas que, tomadas del aire de los tiempos, le proporcionaron un consenso social tan vasto como para permanecer en la presidencia durante una década.

Las políticas le proporcionaron un consenso social tan vasto como para permanecer en la presidencia durante una década.

Muchos recuerdan que dejó un Estado más reducido y eficiente y mejor infraestructura, luego de haber conseguido estabilizar una macroeconomía que había colapsado cuando llegó al gobierno. Otros recordarán que puso fin al servicio militar obligatorio y marginalizó a las fuerzas armadas de la política, que privatizó los canales de televisión y fue respetuoso de las libertades.

En mi opinión, su legado es sombrío. No por las obras de gobierno, muchas de ellas merecedoras de aprecio. Es sombrío por las consecuencias más perdurables de su gestión y por la cultura política que implantó. El menemismo volvió estructural el experimento inacabado de la dictadura, asociando modernización con exclusión. Desde entonces, la pobreza se ha vuelto endémica y la Argentina, caracterizada durante buena parte del siglo XX por su vocación cohesiva, se convirtió en una sociedad divergente y socialmente fracturada.

La Argentina se convirtió en una sociedad divergente y socialmente fracturada.

Ningún buen propósito de desarrollo económico justifica política ni éticamente ese resultado. El menemismo, por otra parte, instauró la ruptura de la promesa en la que se funda la representación política, normalizó la relación patrimonialista con el estado y dio carta de ciudadanía a la gran corrupción.

Los logros de su gestión fueron provisorios. Los daños que causó se extienden desde entonces y no se ha encontrado el modo de mitigarlos. Las fuerzas desencadenadas por el menemismo han sido destructivas: que nuestro país sea hoy peor se debe, en buena medida, a lo ocurrido bajo sus gobiernos.